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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

La Convención de Trump

¿Cuál será la opción que ganará? ¿La épica de ir hacia la luz y recuperar el alma nacional, o el temor de perder lo que se considera consustancial a las condiciones de vida del sueño americano?

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Esta semana, entre lunes y jueves, se desarrolló la Convención Republicana, que alternó fundamentalmente entre Charlotte, Carolina del Norte y Washington DC. A diferencia de los demócratas, fue concebida como un encuentro presencial, aunque por supuesto más reducido, en atención a los resguardos sanitarios imperantes y el natural temor al contagio.

Siendo inmediatamente posterior a la Convención Demócrata y al efecto movilizador que tuvo entre sus adherentes y simpatizantes, existía curiosidad por saber cuál sería la estrategia republicana. Si antagonizar, o adoptar una postura más conciliadora, apostando a ganarse los corazones de los moderados e indecisos.

Habiendo terminado este evento y habiendo escuchado las principales intervenciones durante estos días, incluyendo al presidente Trump, al vicepresidente Pence, la primera dama Melania Trump, su hija mayor Ivanka Trump, Kimberly Guilfoyle (novia de Donald Trump Jr), Nikki Haley (ex embajadora y gobernadora de Carolina del Sur y el senador Mitch McConnell, líder la mayoría republicana en esa cámara, quisiera compartir algunos comentarios sobre esta convención y compararla con el encuentro demócrata.

En materia de oratoria y carisma, sin lugar a duda la convención republicana fue modesta en relación a la demócrata. Si en la primera afloraban las emociones y se mantenía a la audiencia cautiva, en la segunda, el nivel fue más básico, concentrándose en destacar hechos y unas pocas ideas fuerza. Conscientes de esa diferencia, los republicanos se encargaron de hacer presente que ellos no hablaban “bonito”, pero son ejecutivos. En esa línea criticaron a mansalva a Joe Biden y Kamala Harris, por dedicarse a hacer grandiosos discursos, pero en lo esencial no hacerse cargo de los problemas y necesidades del país. Respecto de Biden, Trump, Pence y varios otros señalaron que llevaba 47 años sirviéndose del Estado en beneficio propio y de sus partidarios, desentendiéndose del resto del país y perjudicando a los más modestos.

Merece una mención aparte, por salirse de la línea de los discursos de la convención, el de Melania Trump, esposa del mandatario. Sus palabras fueron sin duda las más moderadas por el lado republicano, con un llamado a enfrentar en conjunto los problemas del país y de las personas.

La estrategia de Trump y de su equipo, fue desmarcarse de lo que denomina la “casta de los partidos”, mostrándose como un verdadero representante de las personas comunes y corrientes. Si bien Trump se arropó bajo el manto republicano, la realidad es que el que se conoce como el Grand Old Party, al cual perteneció nada menos que Abraham Lincoln, no tuvo ninguna incidencia en el diseño de la convención y sus contenidos. Es más, el Partido Republicano ni siquiera generó un programa de gobierno para presentar en esta oportunidad, generando un inédito precedente. Trump fue amo señor de esta convención, y el Partido Republicano un sello a su servicio. Por eso es más apropiado referirse a este evento como la convención de Trump. Esto sin duda constituye un hecho de la mayor importancia y cuya evolución impactará en la política local en los próximos años.

Lo extraordinario de todo esto es que la cooptación y anulación del partido provino de un hombre que nunca militó en sus filas, y contra todo pronóstico, triunfó en sus primarias en 2016. Desde ahí fue tomando el control partidario y 4 años después, la reciente convención fue un elocuente reflejo en lo que quedó reducido el partido. Por eso, en forma inédita también, personalidades históricas como Colin Powell apoyaron la nominación de Biden, y un grupo republicano disidente denominado el Proyecto Lincoln, pagó por avisos contrarios a Trump.

Más allá de su representación en los cargos de gobernadores y parlamentarios estaduales y federales, con su actual predominio en el senado nacional, el partido está fuertemente dividido. Eso explica también el silencio y omisión del clan Bush de la campaña. Si bien por el momento el establishment republicano se aferra a Trump, el efímero efecto del poder, cuando se diluya, arriesga con dejarlos a la deriva y con una herida que puede llevar bastante tiempo en sanar o derechamente terminar con su historia, al menos como baluarte de ciertas ideas y valores que se asociaban tradicionalmente con el Grand Old Party.

Si en algo convergieron republicanos y demócratas en sus respectivas convenciones, es en la trascendencia de la coyuntura electoral. Trump dijo en múltiples oportunidades que esta elección es quizá la más importante en la historia del país, por sus implicancias. Por supuesto señaló que si es reelecto el país continuará en su camino de recuperar su grandeza, mientras que la alternativa puede llevar a la oscuridad e irrelevancia. En su discurso y en de los otros delegados. se hizo referencia a los logros que habría obtenido durante su gobierno, y su compromiso con los ciudadanos.

Fiel a su estilo, ácido, descalificador y directo, Trump apostó a atizar los temores de sus adherentes y del ciudadano medio. En materia económica afirmó que de ganar Biden, el país volvería a la senda de perder trabajos, especialmente en el sector manufacturero, además de ningunear las credenciales del candidato demócrata en materia económica. En cuanto a la seguridad ciudadana, se alineó con el discurso del orden, otorgando su apoyo a las fuerzas policiales y criticando duramente a los demócratas, señalando que los estados y ciudades con mayores índices delictuales están todos en manos de ese partido. En esa línea criticó también la postura de Biden y de los demócratas, al acusarlos derechamente de promover la violencia y de inhibir la labor de la policía. Relacionado con lo anterior, advirtió que los demócratas querían terminar con la Segunda Enmienda constitucional (que permite la posesión y el porte personal de armas), como un paso hacia un mayor control estatal. Finalmente, sacó a relucir la amenaza siempre latente de la inmigración, que ha podido exitosamente controlar y que, de retornar los demócratas, volvería a dispararse, perjudicando a los estadounidenses en sus empleos y seguridad.

El senador Bernie Sanders fue también su blanco predilecto, tildándolo de “loco”, y advirtiendo que Biden será una marioneta dirigida por este “radical” (en EEUU “radical” representa el ala más a la izquierda del espectro político).
Trump, hizo su discurso, desde los jardines de la Casa Blanca, en lo que constituye otro precedente y que devela una total falta de pudor en tratar de separar el rol de presidente con el de candidato. Pero, a esta altura, ya casi no sorprende.

¿Cuál será la opción que ganará? ¿La épica de ir hacia la luz y recuperar el alma nacional, o el temor de perder lo que se considera consustancial a las condiciones de vida del sueño americano? ¿Esperanza y confianza en un futuro de transformaciones, o aferrarse al presente?

En épocas de incertidumbre, coexisten los temores y esperanzas en las personas, y dependerá de ese balance la opción que tomen en las urnas el próximo 3 de noviembre. A pesar de que Biden sigue arriba en las encuestas, faltan los debates que serán cruciales en la definición.

Si alguna lección deja el fenómeno Trump, es que la rabia y el miedo son grandes movilizadores. Y que hay segmentos importantes en Estados Unidos (y en otros países), que sintiéndose descuidados o abandonados por la clase política, pueden patear el tablero en la primera oportunidad que se les presente, eligiendo a un outsider o votando una opción rupturista. La clave entonces pasa por contagiar de esperanza de un mejor mañana a esas personas.

To be continued.

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