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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

China y América Latina: el abrazo del panda

El comercio entre China y nuestra región sigue concentrado en pocos productos, básicamente commodities por el lado de nuestras exportaciones, frente a bienes chinos manufacturados, con un alto componente tecnológico.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Entre 2002 y 2019, el intercambio China-Latinoamérica creció de USD17 billones a USD310 billones, lo que representa un espectacular e inédito incremento del 1800%. En 2015, con motivo de su segunda visita oficial a países de nuestra región (en 4 años ha hecho 3 viajes como Jefe de Estado), el Presidente Xi se propuso llegar a USD500 billones en 2025.

Esta irrupción comercial de China es notable, no solo por su vertiginoso crecimiento, sino también porque impulsó lo que conocemos como el boom de las materias primas. Por más de una década a partir del año 2000, El incremento de los precios de nuestros principales productos de exportación, como región, posibilitó un período de altos ingresos fiscales y bullantes economías. Esto permitió una muy importante disminución de la pobreza y la ampliación de la clase media, que menos de una década después parecen diluirse.

El comercio entre China y nuestra región sigue concentrado en pocos productos, básicamente commodities por el lado de nuestras exportaciones, frente a bienes chinos manufacturados, con un alto componente tecnológico.

Actualmente, China es el primer socio comercial de Brasil, Chile, Perú y Uruguay y un socio relevante de buena parte de los otros países de la región. Recientemente Argentina se sumó a la lista, desplazando a Brasil como su tradicional socio principal.

Aunque la pandemia y sus efectos económicos se han hecho sentir con fuerza globalmente, la reducción del comercio de nuestra región con China se vislumbra como el menos afectado. De acuerdo a proyecciones de la CEPAL, las exportaciones a ese país se contraerían en un 4%, frente al 32% de los envíos a Estados Unidos y al 28% del comercio intrarregional. Esto se explica porque China pudo reaccionar bastante rápido a la crisis sanitaria y controlar su contagio, retomando así su producción antes que el resto de las potencias industriales.

La expansión del comercio se ha hecho de la mano del gobierno chino, apalancándose en las empresas estatales y en las compañías privadas chinas. En relación a estas últimas, y especialmente las más grandes, siempre existe una estrecha vinculación con el Partido Comunista Chino que incide en obtener apoyos y ventajas en su expansión, a cambio de alinearse en ciertas ocasiones de acuerdo a las prioridades gubernamentales.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta se ha traducido en impulsar aún más los vínculos de China con nuestra región, escalando y diversificando los intercambios. A la fecha, casi 20 países del hemisferio han suscrito acuerdos con China para la implementación de esta iniciativa. Entre los triunfos diplomáticos de este país, está el establecimiento de relaciones con Panamá en 2017, estado que previamente reconocía a Taiwán. Con ello China no solo redujo al mínimo la cantidad de estados que aún reconocen a Taiwán, también amplió su influencia en un país estratégico por su canal interoceánico y del cual es uno de los principales usuarios.

Tras la oleada comercial, también han seguido las inversiones directas chinas, los créditos y la cooperación de ese país.

En materia de inversiones directas, más de USD320 billones se han materializado a la fecha, siendo nuestra región el segundo destino de los capitales de China a nivel global. De ese monto, más de la mitad ha tenido como destino el área de los recursos naturales (minería, hidrocarburos y agricultura, principalmente). Con ello China ha buscado asegurar un suministro abundante e ininterrumpido de insumos para su industria, así como para la alimentación de su población.

Pero ya asegurado el suministro estratégico, las inversiones chinas han empezado a incursionar en otros rubros aprovechando sus abultadas billeteras. Es así como se han hecho del control o participación en empresas de energía de la región, concesiones portuarias y transporte, por mencionar algunos. También han tomado una posición dominante en la producción de litio, a través de la compra de sociedades involucradas en la extracción y comercialización de este mineral estratégico en Chile, Bolivia y Argentina.

En cuanto a los créditos, desde el 2005, China ha prestado más de USD150 billones a estados y empresas de América Latina. Los principales receptores (y deudores) de estos fondos son Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina. Esencialmente, estos créditos han tenido por objetivo proyectos de infraestructura y energía.

Adicionalmente, en materia de cooperación, que es sin duda una dimensión relevante del poder blando que desarrollan los estados y que China lleva muy poco implementando, entre el 2000 y 2014, destinó USD53 billones en ayuda a América Latina. Es el tercer destino después de Africa y Europa del Este.

A las dimensiones política y económica, China ha sumado temas de seguridad y tecnológicos. En relación a lo primero, ha comenzado, aunque todavía modestamente, a proveer de armas a algunos países. También ha establecido esquemas de cooperación con varias naciones latinoamericanas para asegurar acceso a una vacuna contra el COVID19, en la carrera por la cura mundial. En cuanto al ámbito tecnológico, además de la consolidación de Huawei como el actor principal en materia de implementación de la 5G en casi toda América Latina, hay que destacar el acuerdo con Argentina para construir una central nuclear en la provincia de Buenos Aires. De concretarse este colosal proyecto (USD8 billones de inversión), cambiará el panorama de la región respecto de esta fuente de energía, hasta ahora muy circunscrita. También en el rubro tecnológico, aunque con vínculos en el ámbito de seguridad, está la estación de seguimiento aeroespacial en la provincia de Neuquén, establecida en 2014, y que muchos consideran que desarrolla otras tareas, incluida labores de inteligencia.

En menos de 2 décadas, China pasó de ser un país lejano y con muy poca densidad en sus relaciones con América Latina, a un socio de primera línea en todas las dimensiones económicas, y, en menor medida, en otros aspectos, partiendo por lo político.

Esta mayor interacción sin duda que ha abierto espacios para nuestros países, diluyendo la tradicional primacía histórica de Estados Unidos en el hemisferio. Sin embargo, también ha introducido tensiones nuevas, que derivan de un cambio de sujeción en algunos casos. Varios países latinoamericanos han pasado a depender de los créditos, inversiones y el comercio chino, lo cual se está empezando a traducir en acciones de influencia interna.

A pesar de que solo muy recientemente China se convirtió en un actor de peso en América Latina, esa realidad llegó para quedarse. Por lo tanto, las partes deberán hacer un esfuerzo importante para aprender a relacionarse con la otra y entender sus códigos. Ello incluye abordar más profundamente las variables políticas y culturales, hasta ahora subordinadas por el intercambio económico.

América Latina debe evitar verse arrastrada (en la medida de lo posible) en el enfrentamiento en los distintos campos entre EEUU y China, concentrándose en el fortalecimiento regional. Es clave que nuestros gobiernos entiendan que solo mancomunadamente (sea como Alianza del Pacífico, Mercosur o Prosur, por mencionar los mecanismos más relevantes) hay alguna posibilidad de disminuir las asimetrías en la relación con las grandes potencias en pugna y escenarios de suma cero, en un sistema multilateral cada vez más debilitado.

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