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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Un país modelo

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Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección

Crisis política, económica, social. Una crisis sistémica que expone la falta de gobernabilidad y la falta de confianza en el futuro.

La defensa de un modelo y las críticas a ese mismo modelo son los disparadores de una grieta entre izquierda y derecha, republicanos y populistas, progresistas y conservadores.

Como vemos, el antagonismo es lo normal en estos tiempos de “rechazo” o de “apruebo”, que nos muestran, una vez más, tiempos de miedo. De un lado y del otro.

Pero el tema se pone más difícil aún, si estos lados de la grieta están sostenidos por fines débiles e inconsistentes, fácilmente amenazados por los medios a través de una coacción permanente. Tal vez esa debilidad en los fines está dada porque ambos lados están constituidos por coaliciones transitorias, conformadas para un momento electoral cortoplacista que hace imposible sostener la cohesión necesaria para adquirir fortaleza política. Así, en este escenario con fines de escaso vuelo, todos sabemos que medios contra medios promueve la resolución de conflicto a través del acto de fuerza. Y de ahí la violencia de un lado y del otro.

En definitiva, sin fines superiores, la conversación es ruidosa y de bajo nivel por valores mezquinos. Porque los fines surgen de los valores, que son los que le dan forma al mundo. Y ese mundo es el modelo para armar.

¿Qué implica definir fines? ¿Por qué constituyen la esencia de un modelo?

Pongamos como ejemplo el permanente debate político entre demócratas y republicanos en los Estados Unidos.

Los fines acordados entre ambos partidos a nivel país están definidos en la paz y en la seguridad. La discusión eterna se sostiene en qué hacer para alcanzarlos, dónde los demócratas plantean un modelo basado en los derechos humanos, en la “justicia social” y el pleno empleo, en tanto que los republicanos plantean su lucha desde el individualismo, la estabilidad del capitalismo y el libre mercado.

Más allá de las obvias diferencias en los medios, hay acuerdo en los fines, lo que es determinante para sostener un modelo, donde la lucha se termina cuando se pone en riesgo el fin superior.

Volviendo a esta parte del mundo, Chile siempre confundió fines con medios, a punto tal que la discusión es sobre un supuesto modelo sostenido en lo económico y no en una arquitectura de país.

Para definir esos fines, será fundamental acordar la estructura del conflicto que afronta el país: la desigualdad económica, la confrontación étnica, la discriminación social.

Entonces, ¿cuál debiera ser el punto de encuentro para definir el modelo e iniciar una discusión productiva?

Ni el crecimiento, ni el desarrollo, ni la igualdad, ni la revolución…

Si nos damos cuenta de la estructura del conflicto que planteamos, ninguno de los conceptos anteriores nos da posibilidad de conversar y persuadir, por lo que será determinante buscar y encontrar lo que nos falta como un eje permanente, a partir del cuál construyamos una alternativa cierta.

Y lo que nos falta es poder convivir. Sin convivencia no hay futuro.

¿Será, entonces, el momento de acordar la convivencia como base de un modelo de país futuro?

Claro. Y a partir de allí, discutir sobre los medios, pero con el acuerdo formal sobre el valor fundamental, es lo que debe guiar el camino.

De quienes gobiernen, de quienes legislen, de quienes juzguen, de quienes produzcan, de quienes trabajan, de quienes investigan, enseñan y aprenden.

Acordemos los fines, para conversar sobre los medios, pero con la seguridad que estamos de acuerdo de tener un país vivible, y compartido.

Un país modelo.

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