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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

A boca de urna muere el pez

Hago memoria sobre la cantidad de veces que yo mismo llegué a votar con dudas o rabia, pero en el momento de desplegar la papeleta para votar, en ese minuto a solas, donde solo Dios es testigo, nunca me han fallado la conciencia ni los sentimientos.

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Francisco Orrego B. es Abogado

Tuve un lindo sueño. Hoy es domingo 25 de octubre; día del famoso plebiscito de entrada. Aquel evento electoral al cual hemos sido convocados los chilenos por capricho del gobierno y el Congreso, quienes vieron en una nueva Constitución la oportunidad de hacerse un traje a la medida. En otra época, la de nuestros padres, nos hubiéramos vestido especialmente para la ocasión, rigurosamente formales. Los actos electorales eran ritos republicanos que merecían todo respeto y dignidad, más aún cuándo se jugaba el futuro del país. En mi caso, siendo las 09:00 hrs, me visto en tonos de verde, no para ir a votar camuflado, sino por verde de esperanza, pues aún la conservo.

Ya voy en camino a mi lugar de votación. A la urna. Sé que dispondré de un minuto dentro de ella para marcar mi preferencia. Me resulta imposible olvidar la campaña a favor del Apruebo y su falso llamado sobre que una nueva Constitución resolverá todos los problemas del país. Muchos saben que eso no es así, pero abusan del discurso con la expectativa de que los incrédulos o indecisos caigan, pisen el palito o muerdan el anzuelo, sin advertir transparentemente sobre las consecuencias del proceso Constituyente. Es cierto que el Apruebo es sexy, pero esto no es un concurso de belleza. Por eso voy decidido a marcar Rechazo.

Son las 09:45 hrs. Estoy en la fila esperando mi turno. No se respira en el ambiente ese aire de libertad que uno normalmente sentía en los días de elecciones (quizás sea por la mascarilla). Ahora, por el contrario, me siento votando por obligación. Percibo en mis vecinos de fila una sensación similar. Claramente no hay un ambiente de fiesta. Sospecho que todos pensamos en el peso y relevancia de la decisión que toma el país. Pero también me imagino que hay algunos en la fila que aún no tienen tomada una decisión definitiva. Vienen confundidos. No creo que la franja electoral -de una u otra opción- los haya ayudado a aclarar las cosas. Son aquellos electores que toman la decisión final adentro de la urna. A boca de urna, viéndose enfrentados a quemarropa con una papeleta. Y en su mano, tienen un lápiz que obedecerá las instrucciones racionales de su cerebro, pero también las emocionales del corazón.

La fila avanza lentamente. Ya son las 10:15. Manteniendo siempre la distancia recomendada, una pareja de mayores de edad delante de mí, se da vuelta y empiezan a contarme su vida. El es Gasfiter y ella dueña de casa. Después de mucho esfuerzo y trabajo, tienen su casa propia y lograron darles una educación a sus dos hijos. Son los primeros profesionales de su familia. Están orgullosos de ellos. Pero me confiesan su temor. Están indignados con el gobierno y los políticos por llevarnos a esta situación. Sienten que están jugando con sus vidas, a cambio de cuidar sus propios beneficios. “No les importa la gente”, me dice ella. “Mire hijo, me siento muy orgulloso y agradecido de la vida. No ha sido fácil para nosotros, pero estos señores no saben lo que es sacarse la mugre trabajando. Sé que solo saldremos adelante con nuestro propio esfuerzo y no con asistencia estatal ni menos de los políticos. Estamos muy viejos para creernos ese cuento de que una nueva Constitución nos va a solucionar las cosas. Así que por eso vinimos a votar sin miedo Rechazo”, me dispara él en voz baja, poniendo su dedo en la boca, por sobre la mascarilla. No puedo disimular mi sonrisa. Pienso en cuántas parejas, matrimonios y familias, como ellos habrá en la misma postura. Me vuelve el alma al cuerpo.

Cuando ya queda poco para llegar a la mesa para registrarme, un joven de pelo largo y aro me mete conversación. Tenía una cara de Apruebo que no les explico. Para variar, puro prejuicio mío. “Estuve escuchando lo que conversabai con los viejitos”, me lanza. “Yo tampoco le creo nada a los políticos. Mis amigos querían votar por el Apruebo, pero de puro pinta monos. Cachan menos que yo. Es loco llegar aquí sin tener claro qué votar”, termina diciendo. Le pregunto si conoce el dicho “por la boca muere el pez”. Su cara lo dice todo. Recurro a la imagen de la pesca, cuyo éxito depende del descuido del pez que no advierte el peligro y abre la boca para morder el anzuelo, lo que se transforma a la causa de su perdición. “Bueno, aquí pasa algo parecido. El anzuelo aquí es la nueva Constitución y los políticos quieren que la gente lo muerda. Así que cabrito, que no te pillen con la boca abierta. No te expongas a sufrir las consecuencias de un proceso Constituyente y así que vota Rechazo cuando entres a la urna. Mira que a boca de urna muere el pez”, concluyo. “Bacán. Gracias”, sentencia.

Llega mi turno. Son las 10:40. Entro a la urna y voto Rechazo. Al salir, el joven me levanta el pulgar en señal de confirmación. Hago memoria sobre la cantidad de veces que yo mismo llegué a votar con dudas o rabia, pero en el momento de desplegar la papeleta para votar, en ese minuto a solas, donde solo Dios es testigo, nunca me han fallado la conciencia ni los sentimientos. La prudencia y cordura afloran y mi cerebro y corazón dan la instrucción correcta. Ahora vuelvo a casa, para seguir el clásico rito de los cómputos, recordando esa famosa frase: “Sé humilde en tus victorias y elegante en tus derrotas”. Después de este lindo sueño, desperté feliz.

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