El 18 de octubre: una mirada realista
Lamentablemente para Chile, esa ola de violencia continuaría asechando a Santiago y otras capitales regionales durante los meses de noviembre y diciembre.
Tomás Bengolea L. es Presidente de Fundación ChileSiempre.
Se acaba de cumplir un año desde el 18 de octubre del año 2019, día símbolo en que se desató lo que buena parte de los medios de comunicación y líderes de opinión han denominado “estallido social”. Mientras el gobierno tomó la sensata decisión de guardar silencio en una fecha como esta, la izquierda, en general, llamó a conmemorar este “aniversario”, sosteniendo, básicamente, que se celebraba un año desde que los chilenos salieron masivamente a la calle a manifestar un profundo descontento social.
Si bien esta mirada es romántica y buenista, lo cierto es que dista mucho de la realidad. En honor a la verdad, se hace necesario recordar cuál era la realidad ese 18 de octubre. Me tocó atravesar la Alameda ese día, alrededor de las 20 horas, y el escenario no era precisamente el de una manifestación social pacífica. Enfrentamientos entre encapuchados y carabineros, humo por todos lados, destrucción de bienes públicos como paraderos y postes, que luego eran utilizados como armas, entre otras manifestaciones de violencia se tomaban las calles de Santiago. Esa noche, el reporte de las autoridades daba cuenta de que 27 estaciones de Metro habían sido evadidas y vandalizadas, doce habían sufrido ataques incendiarios y siete estaban completamente destruidas.
Una de las imágenes que más se recuerdan de ese día, o al menos que recordamos quienes no vimos las manifestaciones pacíficas y civilizadas que pretendía celebrar cierta izquierda, es la del edificio corporativo de Enel siendo consumido por las llamas en pleno centro de Santiago. En definitiva, se trató de una tarde de violencia, destrucción, saqueos y vandalismo, que perjudicó no sólo a los millones de santiaguinos que quedaron desconectados de la ciudad con sus estaciones de metro destruidas, sino también a cientos de emprendedores y locatarios que vieron sus negocios y proyectos de vida destruidos.
Lamentablemente para Chile, esa ola de violencia continuaría asechando a Santiago y otras capitales regionales durante los meses de noviembre y diciembre. Sin perjuicio de ello, es evidente que hacia fines de octubre y comienzos de noviembre hubo importantes y masivas manifestaciones ciudadanas. Con todo, fue la violencia la que puso en jaque al orden institucional y a la política chilena. Manifestaciones sociales masivas han existido muchas en la historia de Chile, como la movilización estudiantil del 2011, la “No + AFP” de 2016 o las marchas feministas de los últimos años. Ninguna puso en riesgo la continuidad del gobierno democráticamente elegido ni sembró el terror en la ciudadanía.
Lamentablemente, cómo pudimos ver, el “aniversario” del 18 de octubre de 2019 fue otro espacio de violencia: saqueos a pequeños negocios y supermercados, atentados a Iglesias, vandalización de monumentos históricos, barricadas y enfrentamientos entre barristas marcaron la jornada.
Desconocer o pretender minimizar la violencia en un intento por idealizar el 18 de octubre es una grave ofensa a la historia de los hechos, pero es perfectamente entendible en una izquierda que lo que busca es desvincular la violencia desatada que existió en Chile en octubre y noviembre, del acuerdo que dio origen al proceso constituyente. Algunos quieren hacernos olvidar que el acuerdo tuvo por nombre “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, precisamente, porque buscó también ser una respuesta al vandalismo y la delincuencia. La violencia consiguió, en la práctica, alterar el proceso democrático en Chile, cuyos ciudadanos habían votado mayoritariamente, dos años antes, por un programa de gobierno que no proponía una nueva constitución ni una asamblea constituyente.
Si bien la violencia es sólo una de las manifestaciones de la crisis social y política que se produjo en Chile a fines del año 2019, tener una visión realista y empática con los miles de chilenos afectados por la destrucción del 18 de octubre es una obligación para elaborar un diagnóstico adecuado en torno a la revolución de octubre y, por supuesto, sobre el proceso constituyente que podría iniciar nuestro país. Después de todo, si queremos una sociedad más justa y libre es necesario enfrentar los múltiples desafíos sociales que Chile tiene, y asumirlos con decisión y sentido de urgencia.