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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Cuanto tiempo más llevará…

Ahora, la otra pregunta: ¿Cuánto tiempo más llevará alcanzar la convivencia? Ese será el desafío para el próximo gobierno y que deberán entender los “presidenciables”.

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección

Cuando por primera vez llegué a Chile, hace poco más de 20 años, bajé del avión con un libro de Skármeta en el que planteaba que Santiago era una gran comarca integrada por comarcas menores encerradas en barreras virtuales. Salí a comprobar eso, a conocer la Alameda y pisar sus calles cantando bajito una canción de Pablo Milanés. Habían pasado 10 años del NO, y trataba de buscar la libertad en las caras apuradas de la gente caminando por el centro. Y comprobé las barreras virtuales.

Era octubre de 1998, y camino a la universidad en la que iba a dar mi primera clase de estrategia, miraba con mucha sorpresa como un grupo de personas enardecidas arrojaban piedras y huevos (Si, huevos) a la embajada del Reino Unido y a la embajada de España en el sector oriente. Ya en clase, y aprovechando un pequeño break tomando café, un grupo de participantes de un posgrado en negocios me pregunta con cierto tono de ira: “¿Profesor, que opina usted que el “Tata” esté preso?”. Claro, inevitablemente la prisión de Pinochet en Londres era el tema del momento, lo que me hizo pensar premonitoriamente que Chile estaba frente a un fin de ciclo. Respetuosamente y considerando que estaba en mi primera experiencia docente en un aula en Chile, solo atiné a una respuesta políticamente correcta. Simplemente respondí: “Todo llega”.

Ese día comprendí que Chile tenía un sistema democrático en transición, y un espacio de poder basado en la rigidez, la jerarquía y la supremacía económica de una poderosa minoría con total influencia sobre la institucionalidad, la que funcionaba dentro de un marco jurídico legal gestado en la constitución de la dictadura.

Ese día de ira de la élite contra los enemigos internacionales del “Tata”, pareció ser el punto de quiebre para algunos y un punto de partida para abrir la puerta y salir del encierro para una generación intermedia temerosa que para proponer cambios pareció esperar pacientemente el punto final que suponía ser la muerte de Pinochet. Que también llegó. Todo llega.

Es notable como una mano dura, paternalista y agobiante genera tanto sometimiento y miedo para paralizar los avances necesarios y posibles en una sociedad que se supone moderna.

Desde 1998 hasta hoy, pasaron 22 años en el que la práctica democrática estaba signada por una constitución hecha por un poder de facto. Pasaron gobiernos concertacionistas, de centro derecha, y de centro izquierda, pero nada evolucionaba. Solo algunos parches para aliviar situaciones, pero lejos aún de reescribir un espacio de convivencia.

¿Cuánto tiempo más llevará? Esa era la pregunta de alguien que mira al costado del camino.

Es importante entender que el adormecimiento de una sociedad es producto de una atrofia neuronal, lo que quita plasticidad en todos los ámbitos de la vida, y muy especialmente en la política. Porque el problema en Chile, es la política.

De pronto, en octubre 2019 (Siempre octubre…) una generación post 1988 y otra, post 1998, sin miedos y sin paradigmas salen a reclamar lo que se supone lógico exigir en una democracia: equidad social.

No es casual, que los más adormecidos que compraron un estándar social de papel, empezaron a entender el abuso, la supremacía injusta, y que de pronto todo quedaba al descubierto.

¿Qué nos pasó…?, era una pregunta de quienes suponían vivíamos en un oasis. Y fue violento, y fue excesivamente violento, pero todos sabemos que, de estas situaciones sin medida propias de un acto de fuerza, surge la negociación como salida. Y la salida de un conflicto es un acuerdo, planteado en una misión, en un marco político para resolver cuestiones políticas.

El domingo 25 de octubre, esa negociación se plasmó en un plebiscito cuyo resultado histórico refleja la necesidad de contar con una constitución legitimada por la sociedad. Es el acontecimiento que le pone una bisagra a la historia, un fin y un principio.

Un plebiscito que dejó de manifiesto que no gana la izquierda ni la derecha, sino el progreso y la transparencia versus el retraso y las sombras.

Sabemos que hay que transformar, pero para transformar (Como me dijo un día Luis Lacalle, presidente de Uruguay), hay que evolucionar. Y el plebiscito fue evolución.

Lo que viene ahora es un paso inteligente, después del paso voluntario y emocional. Y ese paso inteligente consistirá en elegir los mejores arquitectos para construir un marco jurídico legal, que no podemos asegurar de antemano si será muy distinto, muy diferente, mejor o peor, pero si podemos afirmar que será plenamente democrático como merecen los chilenos de buena voluntad.

Pasaron 30 años para legitimar la constitución. Pero terminar con el último símbolo de una dictadura, hizo que la espera valga la pena.

Ahora, la otra pregunta: ¿Cuánto tiempo más llevará alcanzar la convivencia? Ese será el desafío para el próximo gobierno y que deberán entender los “presidenciables”.

Si queremos ser como los mejores, necesitamos madurez y convivencia democrática y con una carta magna legitimada por todos, vamos en camino.

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