Sin empatía no hay comunidad
Pocas veces un proceso democrático, como lo fue el plebiscito del 25 de octubre, ha dejado de manifiesto cómo las élites se resisten a ponerse en el lugar de sus conciudadanos.
Marcelo Trivelli es Ex intendente de Santiago. Presidente de la Fundación Semilla
Una educación de calidad debe ser capaz de aportar al desarrollo integral de las personas y uno de los pilares fundamentales es la educación socioemocional. Aprender y practicar para ponerse en el lugar del otro (empatía). Tomar conciencia de los cambios y de cómo estos afectan a las demás personas. No sólo pensar en uno mismo.
Llama la atención la declaración del Presidente de la República, Sebastián Piñera, quien señaló, a propósito del triunfo del Rechazo en el barrio alto de Santiago: “Yo creo que no es un problema de empatía, la empatía es algo personal, no es de dónde yo vivo, si en una comuna o en otra, son comunas de ingresos mucho más altos que el resto del país, que viven una realidad distinta y eso las hace ver el mundo distinto”.
Los dichos del presidente son un buen reflejo de su vida y su historia. Pero sobre todo es un buen exponente de cómo piensan y actúan las élites en nuestro país. Reconoce la existencia de ghettos de riqueza, pero la gravedad de sus palabras radica en que, por ser personas de alto nivel económico, se justifica que ven un mundo distinto.
Efectivamente, la empatía es algo de cada individuo, pero no se construye comunidad ni se logra cohesión social con personas que carecen de empatía y lamentablemente la educación de las élites carece de la dimensión socioemocional. Puede ser una educación eficiente en transmitir contenidos, pero pobre en formar ciudadanos y ciudadanas que estamos interrelacionados social, cultural y económicamente.
En un mundo que vive en permanente cambio impresiona ver como las élites desdeñan la empatía y cómo han dado un carácter negativo a la palabra incertidumbre. Solo se entiende este relato si, para ellos, ser empáticos significa reconocer privilegios y por ello ceder alguno de ellos o, si la incertidumbre que sienten es respecto de si lograran mantener sus privilegios en el nuevo ordenamiento institucional.
Pocas veces un proceso democrático, como lo fue el plebiscito del 25 de octubre, ha dejado de manifiesto cómo las élites se resisten a ponerse en el lugar de sus conciudadanos. El voto de mayoría fue de la ciudadanía y no de las élites. La gente busca una nueva institucionalidad, capaz de terminar con las injusticias, los privilegios y los abusos. Busca reemplazar una sociedad que refuerza los privilegios en vez crear una sociedad meritocrática. El orden institucional que comenzamos a dejar atrás le ha causado mucho daño a nuestro país y nuestro sistema democrático.
El Apruebo es el inicio de un camino que debemos construir con la participación de todas las personas y va requerir gran dosis de empatía en cada uno de nosotros. Quienes hemos sido privilegiados deberemos ser capaces de reconocerlo y renunciar a muchos de ellos. Para ello se requiere voluntad y diálogo. Si reconocemos que el sistema de educación no asumió con fuerza la dimensión socioemocional, el esfuerzo será aún mayor y también una lección para que la incorporemos con decisión y coraje en los programas educativos en el Chile que se comienza repensar.