Operación “Fake News” – El Imperio Contraataca
Aunque Estados Unidos tiene instituciones fuertes y una cultura cívica arraigada, no debe subestimarse el peligro que entrañan las maniobras de Trump para no ceder el poder.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
Estados Unidos es probablemente uno de los países donde más abundan las teorías conspirativas, de lo cual existe un amplio repertorio en su industria fílmica y literatura. Por alguna razón, quizá relacionada con la atávica desconfianza del poder y el acendrado espíritu libertario de su gente, existe una propensión en dar crédito a todo tipo de teorías y estrategias que buscan destruir el modo de vida de la población y subyugarla. Otra expresión de esta sensibilidad, es la proliferación de grupos y milicias armadas que tienen como principal enemigo al Estado Federal, al que consideran como la principal amenaza a la libertad en el país. Se estima que son alrededor de 200 grupos armados en Estados Unidos, algunos de los cuales tienen miles de miembros, disponen de sofisticado armamento y están muy bien organizados.
A este contexto, se debe sumar la irrupción de las “fake news”. Como sabemos, este fenómeno, es reciente en el sentido del uso deliberado, sistemático, masivo y personalizado de informaciones falsas, con el objeto de fomentar percepciones e inducir ciertas conductas. Lo anterior está indisolublemente ligado a la tecnología, al ser el mundo digital y las redes sociales el vehículo principal para la manipulación. Como sabemos, existen miles y probablemente millones de perfiles que no responden a personas reales sino a robots (bots), que intervienen dinámicamente de acuerdo a la forma en que han sido programados. Estos bots espían el perfil de las personas y adecuan el mensaje a los temas de su interés, sus temores y aspiraciones.
La efectividad de las fake news ya tiene a su haber 2 importantes victorias: el Brexit y el triunfo de Trump en las elecciones en 2016. A estas alturas está bien documentado como la empresa Cambridge Analytica, en función de la base de datos de millones de electores en el Reino Unido y Estados Unidos, conseguida por intermedio de Facebook, logró desarrollar una estrategia que inclinó la balanza por la victoria de las opciones reseñadas. En ambos casos, se combinaron estrategias segmentadas según los perfiles de las personas, bombardeándolas de información manipulada bajo el principio de reforzar o legitimar lo que cada uno quiere creer.
Al bastante documentado rol de Cambridge Analytica, debemos sumar la intervención encubierta de Rusia y otras potencias, interesadas en dividir y debilitar a la Unión Europea y Estados Unidos, respectivamente. El real impacto de estas actividades nunca será conocido, pero no cabe duda que varios regímenes autoritarios y totalitarios han desarrollado sofisticados sistemas de manipulación que están en acción permanente para socavar a las democracias.
Aunque las fake news son ya un fenómeno mundial, cuya malignidad no cesa de aumentar, ahora con el “deep fake”, esto es la edición de videos con personas reales diciendo cosas falsas, actualmente en Estados Unidos parece tener un terreno más propicio para su desarrollo por 2 razones: la natural propensión local a las teorías conspirativas y la gran polarización existente.
El presidente Donald Trump, quien es a su vez criatura y eximio usuario de este fenómeno, ha venido implementando una sistemática estrategia de desinformación desde el primer día de su gobierno. Ello ha quedado en evidencia con el “índice de las mentiras de Trump” que han desarrollado diversos medios de comunicación, los que prácticamente todos los días contrastan sus dichos con la realidad, en lo que ha pasado a ser una nueva disciplina periodística, conocida en inglés como el “fact checking”.
No es para nada descabellado pensar (y en esto sí suscribo una teoría conspirativa), que Donald Trump y su círculo hayan puesto en marcha desde el primer día una estrategia para retener el poder e implementar las transformaciones de su agenda. En esto, a pesar de la diversidad de actores involucrados, confluyen intereses comunes, que podrían resumirse en los siguientes ejes: seguir empujando el aislacionismo del país, debilitar al Estado Federal en beneficio de las grandes empresas y otros grupos de interés, y preservar la supremacía blanca.
Antes de las elecciones, Trump y sus seguidores (y bots) advirtieron majaderamente que el voto por correo se prestaba para un fraude masivo. Esto fue acompañado por una guerrilla de noticias que indicaban desde el hallazgo de votos a favor de Trump en la basura, hasta groseras falsificaciones en favor de Biden por empleados electorales. Por supuesto que esto fue desmentido reiteradamente por las autoridades a cargo de los procesos en los estados, tanto de administraciones demócratas como republicanas, y a la fecha no se ha demostrado ningún fraude ni problema significativo en la emisión y conteo de los votos.
Derrotado en las urnas, tanto en el Colegio Electoral como en la votación popular (por más de 5 millones de votos), Trump ha seguido fríamente su estrategia de aferrarse al poder, insistiendo que ha ganado y que lo que se quiere imponer es un fraude demócrata. Esto ha sido seguido al pie de la letra por sus colaboradores más cercanos, incluyendo al secretario de Estado Mike Pompeo, quien dijo literalmente que se hará “una pacífica transición hacia un segundo período de Trump”. Esto en muchos países sería derechamente considerado un acto de sedición y es más sorprendente y preocupante en Estados Unidos, donde hay una larga historia de buena fe en las elecciones y traspasos del poder de un presidente a otro.
Trump ha dado reiteradas evidencias de ser un personaje que sobrepasa todos los límites legales y convencionales, y que tiene una gran capacidad de concentrar poder. Lo que está ocurriendo no debe ser tomado como una simple pataleta o la incapacidad de reconocer una derrota.
Lo más preocupante de todo esto, es que la mayor parte del Partido Republicano apoya su estrategia y, según algunas encuestas, más del 80% de su electorado está convencido de que está en curso un gigantesco fraude.
La noche del lunes y el martes de esta semana, empezó a surgir información falsa que indicaba que el candidato presidencial demócrata, había perdido Pennsylvania y su status de presidente electo.
Personalidades de derecha de alto perfil, como Rudy Giuliani, el abogado personal del presidente Trump, ayudaron a poner en marcha el rumor el lunes cuando tuitearon, con información falsa, que el sitio de noticias políticas Real Clear Politics había “rescindido” su anuncio de que se proyectaba la victoria de Biden en Pennsylvania.
La falsedad luego fue recogida y publicada en YouTube por una cuenta verificada, “The Next News Network”; en 12 horas había reunido casi 900.000 vistas, casi todas impulsadas al compartirse en Facebook. En Google, el interés por la búsqueda “Biden pierde Pennsylvania” en inglés aumentó 1150 por ciento en poco más de una hora.
Las plataformas digitales están tratando de dejar en evidencia las mentiras etiquetándolas como tal y cerrando las cuentas donde se originan en casos reiterados, pero es como tratar de tapar el sol con un dedo. Los contenidos falsos se expanden por todas partes.
Si Trump hubiera sido el gobernante de un país con una institucionalidad más débil, es muy probable que se hubiera perpetuado en el poder. Aunque Estados Unidos tiene instituciones fuertes y una cultura cívica arraigada, no debe subestimarse el peligro que entrañan las maniobras de Trump para no ceder el poder. La circunstancia de que más del 80% de su electorado le cree, es alarmante.
Definitivamente el período hasta la fecha del traspaso de poder – 20 de enero – será peligroso e inusual, con el toque corrosivo de Trump. En el mejor de los escenarios, dejará un halo de desconfianza en torno a las instituciones que permanecerá mucho después de que haya concluido este ciclo electoral.