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Actualizado el 3 de Diciembre de 2020

Pensiones y demagogia económica

Mientras la clase política continúe celebrando como un triunfo haber dejado a los futuros pensionados con menor dinero para jubilarse, y no sean escuchados quienes advertimos que estos retiros constituyen un real atentado, entonces la demagogia económica continuará tomándose la discusión pública.

Foto Agencia Uno.
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Patricio Órdenes

Patricio Órdenes es Fundación Para el Progreso

La seguidilla de retiros de fondos previsionales constituye a todas luces la antesala hacia el fin del actual sistema de capitalización individual y la transición total o parcial de los fondos hacia un sistema de reparto. Este fatal paso, premeditado por parte de unos y aún no divisado por parte de otros, requerirá total claridad en la ciudadanía respecto a las características de cada sistema, a fin de no dejarse engañar por los altos niveles de demagogia económica que actualmente permean la clase política.

¿Cuál es la diferencia entre uno y otro sistema? Mientras que en el de capitalización individual la persona aporta a un fondo propio para luego utilizarlo a su edad de jubilación, en un sistema de reparto las pensiones se pagan con las cotizaciones de quienes estén trabajando en aquel momento. De esta forma, sus cotizaciones de cada año no irán a aumentar su propia jubilación en un sistema de reparto, y el monto que usted recibirá dependerá de cuánto estén aportando las generaciones más jóvenes.

La última edición del informe Pensions at a Glance publicado cada año por la OECD revela un dato que sabemos, pero que -al parecer- se prefiere ignorar: el envejecimiento de la población se está acelerando vertiginosamente. “En los últimos 40 años, el número de personas mayores de 65 años por cada 100 personas en edad de trabajar (20-64 años) aumentó de 20 a 31. Para 2060, probablemente se habrá duplicado a 58”. A esta tendencia mundial –las cifras son para países OECD– se suma otra igual de compleja: las personas están teniendo menos hijos.

Los efectos del envejecimiento de la población y las bajas tasas de natalidad en combinación con un sistema de pensiones basado en reparto son devastadores: cada vez habrá menos jóvenes para financiar a una creciente cantidad de jubilados, haciéndose necesario aumentar cada vez más la carga tributaria sobre estos, desalentando la inversión, y, por tanto, disminuyendo las posibilidades de mejores salarios, generando nuevamente menor recaudación para pensiones. A todas luces constituye un círculo vicioso que no nos llevaría a otro lugar que el colapso y la desesperación, como ya muchos sistemas de reparto en el mundo lo están demostrando.

El Global Aging Insitute en 2015 ya advertía de este peligro, -que algunos en Chile parecen aún no poder anticipar–: “Mientras que los sistemas de reparto enfrentan un dilema de suma cero entre aumentar impuestos o reducir beneficios a medida que los países envejecen, los sistemas de capitalización pueden ayudar a los países a escapar de la tiranía de su propia demografía”.

A todas luces, y con abundante evidencia empírica de respaldo, no parece haber ningún argumento técnico de peso para preferir un sistema de reparto antes que uno de capitalización individual en criterios de eficiencia y sostenibilidad. Sin embargo, a paso firme vamos hacia allá.

Si quienes proponen traspasar todo el dinero ahorrado a un sistema altamente insostenible e ineficiente lograsen ejecutar su nublada ficción –que hoy solo lo ha impedido los frenos que establece nuestra actual Constitución–, no tendremos otra alternativa que quedar no solo a merced de la tiranía de nuestra propia demografía, sino también de una clase política poco hábil.

En un interesante trabajo contrafactual de 2006, el economista Rodrigo Cerda respondió una pregunta que hoy es importante considerar: ¿qué hubiese probablemente ocurrido si en 1981 hubiésemos continuado con el antiguo sistema de reparto? Si Chile no hubiese realizado la reforma previsional de 1981, que sustituyó los regímenes de reparto por un sistema de capitalización individual, se hubiesen generado déficits fiscales crecientes en los programas de pensiones y una presión permanente por recursos fiscales necesarios para su financiamiento. Probablemente si no hubiésemos transitado al sistema previsional que hoy se intenta dinamitar, nuestros pensionados estarían en una aún peor situación.

Mientras la clase política continúe celebrando como un triunfo haber dejado a los futuros pensionados con menor dinero para jubilarse, y no sean escuchados quienes advertimos que estos retiros constituyen un real atentado en contra de las futuras jubilaciones y que es necesario impulsar reformas sin dejar de lado las bondades del actual sistema, entonces la demagogia económica continuará tomándose la discusión pública y terminará por sepultar cualquier posibilidad de brindar mayores pensiones a quienes todos queremos: nuestros adultos mayores.

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