Internacionalización universitaria post-pandemia: ¿bajar del tren para observar desde el andén?
Algunas voces proponen que la internacionalización en la forma que la hemos conocido ya está llegando a su fin; que la pandemia no habría hecho otra cosa que reducir su relevancia a futuro para los gobiernos; y que estaríamos entrando a una nueva fase, con las universidades orientadas a objetivos nacionales.
Andree Henríquez, Julio Labraña y Francisco Aguilera es Subdirector e investigador del Observatorio de Innovación e investigador del Núcleo de Investigación sobre Internacionalización de la Ed. Superior de la U.de Chile; investigador asociado del Centro de Políticas Comparadas de Educación de la UDP y del Núcleo de Sistema Territoriales Complejos de la U. de Chile; y coordinador del Proyecto de Internacionalización de la Investigación y los Doctorados de la U. de Chile, respectivamente.
Si se examina el debate contemporáneo sobre las universidades en el escenario de la pandemia por COVID 19, es posible notar la primacía de visiones que subrayan la incertidumbre que caracterizaría hoy día el futuro de la educación superior a nivel global. En efecto, con cierta premura y científicamente hablando, se escuchan afirmaciones respecto a que el mundo ha avanzado en educación online en los últimos meses lo que no se logró en años y que el futuro del sector no solo sería inevitablemente virtual sino además una necesidad.
Lo mismo ocurre en lo que respecta a las evaluaciones del futuro de los procesos de internacionalización: algunas voces proponen que la internacionalización en la forma que la hemos conocido ya está llegando a su fin; que la pandemia no habría hecho otra cosa que reducir su relevancia a futuro para los gobiernos; y que estaríamos entrando a una nueva fase, con las universidades orientadas a objetivos nacionales.
En este sentido, creemos necesario recordar que la internacionalización es una de las funciones universitarias menos conocidas en comparación con la docencia, la investigación e incluso la innovación. Sin embargo, desde sus orígenes las instituciones de educación superior han contado con una nutrida vida internacional que ha facilitado su desarrollo. Por una parte, ha existido un flujo constante de académicos y estudiantes que han enriquecido la generación, reproducción y diseminación del conocimiento por múltiples vías. Igualmente, las universidades modernas son inseparables de las redes internacionales de colaboración que contribuyen a fortalecer su producción científica y, de esta manera, la formación de los profesionales.
En las últimas décadas, esta función ha alcanzado mayor importancia gracias a que gobiernos e instituciones universitarias la han considerado esencial para la competitividad de los países, relevando la importancia de incorporar esta dimensión como parte de sus estrategias de desarrollo. Para esto se han dispuesto financiamiento y planes como ERASMUS, creado en 1987 por la Unión Europea, que ha impulsado el intercambio académico y estudiantil.
En una dirección similar, el llamado Proceso de Bolonia en 1999, promovió la convergencia de programas curriculares en las instituciones de educación superior. Sin ir más lejos, en el caso latinoamericano, las universidades de la región han avanzado notablemente en las últimas décadas, aumentando su inversión en internacionalización de su docencia e investigación.
Estos esfuerzos han encontrado una importante relación con la idea de construir Universidades de Clase Mundial (World-Class University), que permita ampliar las oportunidades de sus egresados y fortalecer su investigación por medio de la generación de grados conjuntos, movilidad de estudiantes y académicos, la internacionalización del currículo, y la incorporación de un segundo idioma en la formación o la internacionalización en casa. Precisamente por la amplitud de su arco temático, la internacionalización presenta entonces incluso contradicciones internas respecto de lo que entendemos y creemos que se puede lograr con este proceso entre los actores involucrados.
Estas contradicciones parecen haber comenzado a manifestarse con mayor fuerza como resultado de la pandemia y los potenciales escenarios futuros que ésta crea. De acuerdo al informe “The Impact of COVID-19 on Higher Education Around the World” de la Asociación Internacional de Universidades, que consultó a directivos y académicos de instituciones de educación superior alrededor del globo, uno de los principales impactos de la pandemia ha sido la dramática reducción en el intercambio de estudiantes y académicos. Dado que la movilidad es frecuentemente entendida como un sinónimo de la internacionalización de las universidades, esta disminución afecta directamente la relevancia de esta dimensión, especialmente en el área de las políticas del sector.
A su vez, existe un creciente reconocimiento del carácter elitista de la internacionalización, principalmente cuando esta se comprende exclusivamente en términos de movilidad estudiantil. La movilidad de estudiantes, en general y específicamente en América Latina, suele ser un proceso que tiende a favorecer a un pequeño porcentaje de la población universitaria y que, además, suele coincidir con aquellos que tienen un mayor capital económico y cultural, como la posibilidad de financiar una estadía en el extranjero, redes de contacto internacionales y conocimiento de otros idiomas. Esto ha conducido a una creciente mirada crítica que sospecha que los procesos de internacionalización contribuyen a la reproducción de las desigualdades internacionales, regionales, subnacionales e institucionales.
Sin embargo, la mirada tradicional de la internacionalización sigue teniendo un fuerte alcance y posicionamiento que enfoca sus esfuerzos en rearticularse y buscar las vías necesarias para retomar los procesos de movilidad por otras vías, reflejando el sesgo conceptual y de toma de decisión que inunda la discusión de los objetivos, importancias y formas que tiene la pregunta ¿qué internacionalizamos cuando internacionalizamos?
Qué duda cabe. La reflexión se vuelve un valor central en tiempos de cambio, especialmente cuando tenemos altos niveles de incertidumbre respecto al futuro. Tal como la física nos enseña que dentro de un tren sin ventanas no podemos saber si estamos detenidos o en movimiento uniforme, la actual pandemia nos dificulta reconocer si nos encontramos en un proceso de transformación, crisis o simplemente una pausa que precede la repetición de anteriores dinámicas.
Respecto al futuro de la internacionalización y sus contradicciones, valga referir al famoso informe de la Fundación Carnegie, “Three Thousand Futures: The Next Twenty Years for Higher Education” (1980): todo depende de las resoluciones que comunidades académicas, tomadores de decisiones y la sociedad en su conjunto establezcan respecto a las prioridades de la docencia y la investigación desarrollada en las universidades. Existen así escenarios en que la internacionalización pasa a ser considerada una tarea menor, profundizando la diferencia entre América Latina y otras regiones del mundo; otros en que esta dimensión es reformulada para que mejore la experiencia del conjunto de estudiantes y académicos y no solo de unos pocos beneficiados; y finalmente, otros en que la internacionalización es abandonada como preocupación estatal y delegada a unas pocas instituciones, aumentando la desigualdad en el sector.
El futuro permanece abierto. Antes de elucubrar, entonces, quizá debamos bajarnos de este tren sin ventanas que no nos deja tener certidumbres aún, para conocer la velocidad aproximada, la dirección, y luego de informarnos, tomar las decisiones correctas.