Los síntomas de una grave enfermedad
La pandemia le quitó la sábana a la cuestionada calidad de nuestro sistema educacional, dejando al desnudo las graves falencias que la aquejan. Es que hablamos de un modelo que ya se encontraba fuertemente cuestionado, incapaz de manejar los procesos de aprendizaje individuales de sus alumnos.
Fernando Prieto es Ingeniero civil, emprendedor y experto en educación
Un reciente estudio de la Escuela de Psicología de la Universidad de Valparaíso, da cuenta de que el 74% de los alumnos chilenos de la educación superior presenta síntomas de depresión. Esto, debido a los problemas que les ha significado el estudiar en una situación de confinamiento.
El encierro, los problemas de conexión de muchos de ellos, un desgaste excesivo para tratar de seguir sus clases, con resultados magros o inciertos al menos, en una modalidad de estudios que no responde a su estilo de trabajo y, las dificultades para proyectarse en las carreras por ellos elegidas, parecen estar entre las principales causas de este deterioro de la salud mental.
Pero este detrimento no es más que el síntoma de una enfermedad mayor. La pandemia le quitó la sábana a la cuestionada calidad de nuestro sistema educacional, dejando al desnudo las graves falencias que la aquejan.
Es que hablamos de un modelo que ya se encontraba fuertemente cuestionado, incapaz de manejar los procesos de aprendizaje individuales de sus alumnos, al ser vistos como un solo gran todo, y sin una preocupación real de cerrar las brechas con que llega cada estudiante a la educación superior. Pareciera que el modelo pedagógico y económico de las instituciones de la educación terciaria tuviera internalizado que lo normal es que la mitad de los estudiantes que ingresan a primer año no finalicen sus carreras.
Como sociedad, hemos sido convencidos por el marketing político y comercial que el gran logro social es tener cobertura universal en educación superior, es decir, una tasa de ingreso superior al 50% de los alumnos que terminan su educación secundaria. De esta manera, hemos dejado de lado los datos sobre cuántos se titulan y ejercen plena y satisfactoriamente su profesión, números que están entre el 20 y 25% de los que ingresan, situación que genera una máquina, muy cara por lo demás, donde cuatro de cada cinco jóvenes que ingresan a la educación sólo salen de ella con frustración y deudas.
La otra gran falencia es que la informática educativa no ha variado sus procesos. La tecnología se utiliza sólo para entregar contenidos de manera lineal, no para apoyar la gestión ni la carga de trabajo de profesores y alumnos. Un proceso incompleto o equivocado que genera sobrecarga, confusión e incertezas, elementos que se traducen en las altas tasas de depresión. Aquí aplica el viejo dicho: “Uno no se cansa por trabajar mucho, se cansa por trabajar mal”.
Si no actuamos ahora, reduciendo eficazmente las brechas de aprendizaje con aplicaciones personalizadas, modernizando los modelos pedagógicos y utilizando nativamente celulares, ampliamente disponibles entre los alumnos, como elemento natural de acceso a la educación en línea, la enfermedad sólo se agravará, generando por supuesto, más frustración y malestar.