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Actualizado el 9 de Abril de 2021

Regreso a las negociaciones: tratando de desactivar la bomba nuclear iraní

Queda todavía mucho paño que cortar en este asunto y Biden se juega una parte importante de su capital político internacional acá. Es de esperar que no termine acrecentándose el club de la bomba atómica, especialmente en una región tan conflictiva.

Por Juan Pablo Glasinovic
En el caso de Irán, en 2002 se descubrió que tenía instalaciones clandestinas para enriquecer uranio y producir plutonio, ambas incompatibles con el uso pacífico.
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Actualmente, nueve países han desarrollado bombas atómicas: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel (aunque este país nunca ha confirmado oficialmente su producción). Para acceder a este reducido club se requiere, además de una definición político-estratégica, contar con cierto nivel de desarrollo de la infraestructura nuclear, considerando la capacidad para enriquecer uranio, el mineral base de la energía nuclear, incluyendo las bombas.

Afortunadamente hay muchos países que, teniendo una infraestructura nuclear y las capacidades técnicas para producir armas atómicas, usan esa tecnología exclusivamente para fines pacíficos, principalmente para la producción de electricidad. En esa categoría hay naciones que han renunciado formalmente a desarrollar bombas atómicas, como es toda la región de América Latina, con el Tratado de Tlatelolco, que entró en vigencia en 1969. También hay estados que no lo han hecho por razones de política interna, como Japón, pero que no han suscrito ningún acuerdo que se los impida y, por lo tanto, podrían hacerlo en el futuro.

Durante la Guerra Fría, la amenaza de una mutua destrucción total evitó una conflagración directa, por lo que la rivalidad entre las potencias hegemónicas se manifestó en conflictos periféricos en todo el orbe (en América Latina tuvimos las guerras civiles en Centroamérica). El factor nuclear ha significado, para quienes tienen la bomba atómica, una garantía de que in extremis no será conquistado en una guerra convencional.

Pakistán, con ayuda de China, desarrolló su bomba atómica a fines de los ochenta del siglo pasado, para equipararse con India, que la había producido a mediados de los setenta.

Naturalmente, las principales potencias y Naciones Unidas han promovido acuerdos para encauzar el desarrollo nuclear para fines pacíficos y evitar su aplicación en el ámbito militar, lo cual ha sido bastante exitoso dentro de todo. El principal referente en esa línea ha sido el Tratado Sobre la no Proliferación de Armas Nucleares, vigente desde 1970 y con 176 estados parte, incluyendo a cinco países poseedores de bombas atómicas.

Entre las notables excepciones que han buscado más recientemente unirse al club de la bomba atómica están Irak e Irán. En el caso de Irak, cuando gobernaba Sadam Hussein, este emprendió el desarrollo de un programa nuclear con apoyo francés, con la aspiración de avanzar hacia la construcción de una bomba, y convertir así a su país en el primero del mundo árabe en tenerla. Su sueño se vio frustrado cuando Israel montó un operativo aéreo sorpresa en 1981, dejando seriamente dañada la central de Osiriak que iba a tener la capacidad para producir uranio enriquecido en las proporciones requeridas para destinarlo a uso bélico. Su destrucción se completó 10 años después durante la primera Guerra del Golfo, con el bombardeo estadounidense. Desde entonces y considerando todos los avatares vividos por Irak, se abandonó totalmente la pretensión nuclear.

En el caso de Irán, no obstante ser parte del Tratado Sobre la no Proliferación de Armas Nucleares, el año 2002 se descubrió que ese país tenía instalaciones clandestinas para enriquecer uranio y producir plutonio, ambas incompatibles con el uso pacífico al que está obligado contractualmente.

Esto inmediatamente encendió las alarmas de la comunidad internacional y especialmente de Israel y EEUU, considerando el protagonismo que ha tomado Irán en el Medio Oriente, región en la cual quiere erigirse como la potencia dominante, lo que quedaría consagrado con el poder de las armas nucleares. El gobierno israelí percibió esto desde el primer momento como una de las más graves amenazas a su seguridad desde su creación, considerando que Irán tiene además estrechos vínculos con Siria, Hizbulá en el Líbano y Hamas en la Franja de Gaza.

En función de lo anterior, desde entonces la estrategia de contención del programa nuclear iraní ha operado por tres cuerdas separadas. Por un lado, han intervenido las instancias multilaterales encabezadas por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), lo que terminó escalando al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y finalmente llegó a un callejón sin salida ante la negativa iraní de revertir su curso, aunque se impusieron sanciones económicas y políticas a partir del 2010 por parte de la misma ONU, la Unión Europea y EEUU.

La falta de resultados a nivel multilateral, incentivó la constitución de un grupo negociador, integrado por EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania, China y Rusia, el que se sentó a negociar con Irán, básicamente ofreciendo desmantelar la mayoría de las sanciones que estaban estrangulando su economía, algunas en pie desde el advenimiento del régimen de los ayatolas, a cambio de cesar el programa ilícito y permitir en forma permanente el control externo de su actividad nuclear.

La tercera cuerda entra en el oscuro pero real mundo del espionaje y de las operaciones encubiertas, con asesinatos selectivos de personal técnico y científico iraní, hackeo informático de las instalaciones sensibles, atentados explosivos y otro tipo de maniobras para si no impedir, frenar el proceso que podría derivar en la construcción de una bomba. Sin ir más lejos, en noviembre pasado un grupo armado emboscó y mató al creador del programa nuclear iraní, cerca de Teherán. Irán culpó del hecho a Israel.

Durante su gobierno, el presidente Obama procuró dar un giro a la política de su país en el Medio Oriente, muy marcada por las guerras de Irak y Afganistán, promoviendo la negociación y la diplomacia, para evitar más conflictos y comenzar a generar un ambiente más pacífico. Estaba convencido que la única alternativa viable con Irán era un acuerdo, por cuanto la acción armada podía escalar a niveles insospechados. En eso tuvo la oposición cerrada del primer ministro israelí Netanyahu, quien consideraba que Irán sólo estaba comprando tiempo, así como de los republicanos por razones similares.

Tras arduas y complejas negociaciones, las partes llegaron a un acuerdo en 2015. En esencia se levantaban la mayoría de las sanciones e Irán abría su programa a las inspecciones y cesaba con toda actividad ilícita. Esto fue posteriormente ratificado por el propio Consejo de Seguridad de la ONU. En su momento, esto fue percibido como un gran hito diplomático, que abría las puertas a un clima más distendido en una zona siempre tan propensa a los conflictos, además de reinsertar a Irán en la comunidad internacional, terminando con su condición de paria.

Lamentablemente, al asumir Trump, en 2018 retiró a su país del acuerdo y restableció las sanciones, sumando otras, lo que en la práctica desahució el tratado. Todo volvió más o menos al punto inicial, a pesar de los esfuerzos europeos por mantener su vigencia.

La tercera cuerda cobró mayor protagonismo, incluyendo el mortal bombardeo estadounidense al general iraní Soleimani en Bagdad a comienzos del 2020.

Ahora, habiendo asumido Biden, esta semana se han reiniciado conversaciones indirectas en Viena, para explorar un nuevo acuerdo. Biden comparte la visión de Obama (del cual fue vicepresidente), de que sólo de esta manera se podrá impedir o al menos dilatar por algunas décadas, que Irán se convierta en un poseedor de bombas nucleares.

El nudo de la negociación estriba en que Irán pide un levantamiento total de las sanciones, incluso anteriores al acuerdo previo, mientras que EEUU estaría dispuesto a una eliminación parcial y gradual, sujeta a la verificación del cumplimiento iraní.

Muchos analistas estiman que, aunque se llegara a un pronto acuerdo, estos más de tres años en que se desahució el acuerdo han permitido a Irán acelerar sus planes y que eso no tiene vuelta atrás.

Mientras avanzan las negociaciones, cada parte mueve sus fichas para fortalecer su posición y obtener más concesiones del otro. Irán acaba de suscribir un acuerdo de cooperación económica con China a 25 años, mediante el cual este país se compromete a invertir 400 billones de dólares en distintos proyectos en ese período, incluyendo el sector energético.

Queda todavía mucho paño que cortar en este asunto y Biden se juega una parte importante de su capital político internacional acá. Es de esperar que no termine acrecentándose el club de la bomba atómica, especialmente en una región tan conflictiva.

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