Carta abierta a la clase política chilena
"El único antídoto que ha encontrado la democracia es construir grandes mayorías. Dejar solos a termocéfalos y populistas. Pero ese requiere cruzar el charco y construir acuerdos ¿cuántos están dispuestos?"
Sebastián Sichel es Candidato Presidencial
Soy de una generación que ve el quiebre democrático del año 1973 como un hecho trágico y doloroso para el país. Lo mismo le pasó con la dictadura. Los ve cómo un pasado del que hay que escapar. Y tiene conciencia de que no quiere volver a vivirlos.
Pertenezco a una generación que creció en democracia y para quienes el estado de derecho, los acuerdos y la búsqueda del bienestar de la población eran y son parte de los atributos de la democracia. Y que no quiere perderlos.
La mayoría de los chilenos que votan en las próximas elecciones ha vivido gran parte de su vida en democracia. Y está acostumbrada a ella. Pero muchos de ustedes nacieron y vivieron en dictadura. Y parecen valorarla menos.
A mi generación y a las que siguen, los debates del pasado las marcan mucho menos que las ansiedades y oportunidades del futuro. Vemos con optimismo los próximos años en la medida que vivamos en una sociedad más justa, exista confianza en las personas, se persigan reformas para enfrentar los cambios que vienen, se nivele la cancha para quienes se esfuerzan todos los días y la política haga bien su pega. Pero eso supone vivir en democracia sustantiva, en que las reglas se respetan, la deliberación le gana a la fuerza y mayorías y minorías se ponen de acuerdo.
Veo con mucha preocupación el presente. Primero porque parece que nadie quiere acordar nada. Nadie está dispuesto a ceder. Todos quieren demostrar con más fuerza que su mérito es doblarle la mano al que está al frente. Lo triste es que la historia es porfiada en demostrarnos que cuando no nos entendemos debilitamos la democracia, a veces irremediablemente. Pero parecemos tan ensimismados en el combate, que nadie escucha.
El problema es que mientras mantenemos está reyerta estamos dando un mal espectáculo y olvidándonos de las personas. Y ahí aparecen personajes más atractivos, que llaman la atención y con más capacidad de conectar: los populistas. O simplistas. Magos que dicen que todo se puede y que hacen soñar que todo es posible. Que hacen de la política un asunto moral: hay unos buenos preocupados de la gente (ellos) y uno malos preocupados de la política (nosotros). Y en una cierta dimensión tienen razón. Cuando la política es un fin en si mismos y no el arte de resolver lo posible, el populismo aparece como un milagro sanador. Lo resuelve de manera simple y rápida: sacrifica el futuro en pos del presente. Las democracias en la modernidad no terminan con golpes de estado de militares o fanáticos religiosos, terminan derruidas por gobiernos populistas que empobrecen a la población y minan la institucionalidad. Y estamos al borde de eso. Más por pecados propios -imposibilidad de resolver nuestros conflictos- que por méritos de los mismos populistas -que hasta ahora sólo han hecho un buen show.
Soy un convencido que algunas viejas practicas tienen que morir. Entre ellas la de creer que se gana cuando se derrota al otro. Que hay que abandonar mucho trauma, mucha animadversión, mucho fanatismo, muchas ganas de mantenerse en el poder. Y empezar a creer más en las soluciones prácticas y conversar más como integramos el futuro. Soy un convencido que hay que abandonar la dinámica del Si y el No. Decirle adiós. Pero eso es para otra conversación.
Pero ahora quiero pedirnos un favor. Pongamónos de acuerdo. Primero y lo más importante, porque hay personas esperando ayuda. Segundo por qué en casi todas conversaciones que tenemos (reforma de pensiones, tributarias y ayudas sociales) si todos cedemos un poco podemos hacerlo. Todos buscamos hacer de la vida de nuestros hijos una mejor vida que la nuestra. Claro, salvo los populistas que buscan la inmediatez: pero hay que ser capaces de dejar de bailar a su ritmo.
¿Cómo no vamos a ser capaces de ponernos de acuerdo? ¿Cómo no vamos a ser capaces de recuperar el cauce institucional para arreglar las controversias? Tenemos una gran prueba en el caso del retiro de las Afps: se puede respetar la institucionalidad, cuidar las pensiones y dar liquidez a los chilenos. Y sabemos que hay formas de hacerlo. No sé si es la última prueba. Pero es una de las más críticas.
El único antídoto que ha encontrado la democracia es construir grandes mayorías. Dejar solos a termocéfalos y populistas. Pero ese requiere cruzar el charco y construir acuerdos ¿cuántos están dispuestos?
Se abre el ancho camino para que el populismo le gane a la racionalidad. Y estamos a pocos pasos del “que se vayan todos. Que no quede nadie”. Y todos siguen tocando como músicos del Titanic. Los que estemos dispuestos, ¡por favor reaccionemos!
De nosotros depende.