Ser rebeldes, con causa
Plantear la indignación no implica ser disruptivo. Para ser rebelde con causa hay que poner contenido, algo que los medios confunden con un griterío de reality o con la búsqueda de una denuncia permanente.
Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección
Está claro que Ignacio Briones no es ni intenta mostrarse como un personaje popular. Eso lo lleva a manifestarse con una libertad de pensamiento que parece contraria a la búsqueda de popularidad, pero tenemos que convenir que en su columna sobre “indignólogos”; tiene razón. Si es que valoramos la razón, ojalá que sí.
La indignación vende. Y a diferencia de un pasado no tan lejano, donde la rebeldía con causa era valorada como una actitud “cool”, la indignación vacía y disfrazada de falso progresismo va adquiriendo un estatus y un espacio de vulgaridad poco deseable.
El problema es cuando la gente común compra esa indignación, agitada desde los medios que confunden el concepto de cuarto poder con una fuerza que intenta una maniobra coercitiva en pos de marcar una agenda sostenida por la queja sin propuesta. Porque la rebeldía con causa es la que tiene contenido, significado y, por supuesto, propuesta. Y de lo que menos hablan los medios es de propuestas.
Plantear la indignación no implica ser disruptivo. Es como si disfrazarse de Mick Jagger implicara ser un “Stone”. Sabemos que no es así. Para ser rebelde con causa hay que poner contenido, algo que los medios confunden con un griterío de reality o con la búsqueda de una denuncia permanente, porque ser destructivo no necesariamente implica hacer periodismo “de investigación”.
Tenemos que elevar la conversación.
En el lenguaje cotidiano de los políticos profesionales, los escritores de divulgación, profesores, periodistas y especialmente los comunicadores de medios masivos que asumen la profesión con la fantasía de ser estrellas de un show mediocre, y aún con mayor frecuencia en aquellos que intentan cubrir el rol de opinólogos, se utilizan conceptos que no corresponden a su significado ni concuerda con la realidad que pretenden designar en términos de política, lo que genera confusión y desgaste entre todos y todas que, a partir de los medios masivos, pretenden informarse, aprender y decidir.
Produce una profunda pena la discusión que se plantea sobre izquierda y derecha, y sobre términos acerca de progreso y atraso, socialismo, fascismo, democracia, liberalismo, revolución, ideología, términos que están hoy manipulados, distorsionados, contaminados y se los emplea en un sentido muy vago, fluctuante e incierto, que ya no es posible saber bien qué es lo que significan, a tal punto que da lo mismo no decir absolutamente nada.
Y politizar a la sociedad, no es crisparla con la rivalidad, sino educarla con conceptos que le permitan formar opinión, y no exacerbar la mediocridad. Pensemos que estamos frente a un hecho mucho más relevante que una elección presidencial, estamos frente a la decisión de redactar una nueva Constitución, un instrumento que, en teoría, es la salida negociada a un conflicto eterno.
Entonces, hace falta establecer un código, un acuerdo para que desde los medios masivos se pueda llevar adelante un proceso de educación más que de representación destructiva de la realidad social.
Los medios deben ser capaces de mostrar rebeldía con causa. Causa es propósito. Y eso implica un destino. Por lo tanto, antes que indignarse y parecer un justiciero, hay que indagar sobre el destino deseado y las propuestas de los políticos. Un destino que no es la derecha, ni la izquierda, ni el centro (¿qué es el centro?), ya que no es una lucha de lados, sino una discusión sobre modelos.
El destino implica hablar sobre el progreso, la integración, la modernidad, la libertad, la autonomía. Es sobre lo que viene, es adelante. Y los medios están para discutir con altura ese destino de país, para promover la capacidad de darse cuenta de todos y todas. Con rebeldía, pero con causa. Lo demás, es politiquería barata.