Nicaragua: otro hierro caliente
Nicaragua se ha convertido en un hierro caliente en nuestra conciencia democrática. ¿Por qué no levantamos decididamente la voz contra ese régimen opresor que se contrapone al ideal libertario de Sandino? Nuestra pasividad está permitiendo que tres regímenes dictatoriales se coordinen y apoyen para seguir oprimiendo a sus pueblos.
Juan Pablo Glasinovic es Abogado
En América Latina lamentablemente debemos lidiar recurrentemente con las pulsiones autoritarias. Por algo somos la tierra de los caudillos, fenómeno imitado en otras latitudes, pero jamás igualado. Hasta el mismísimo Franco intentó adueñarse del término, dándose el título (en tercera persona) de “Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios”, lo que quedó acuñado en las monedas fabricadas durante su largo gobierno, pero que ahora pertenecen al ámbito de la numística (y a él hasta lo sacaron de su faraónica tumba en el Valle de los Caídos).
Pero volviendo a nuestra región que pugna por limar sus asimetrías y contradicciones y avanzar hacia una mejor vida con más participación y democracia, tenemos las heridas abiertas de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Estas laceraciones nos interpelan como latinoamericanos por la violencia ejercida contra sus poblaciones y la indignidad a la que están sometidas, no solamente por la falta de libertad, sino que por la ausencia de los bienes y servicios más básicos, incluyendo la falta de alimentos. En estos tres países campea el miedo y la desesperanza, como lo reflejan los millones que se han visto forzados a emigrar, dejando atrás a familiares, amigos y bienes, y llevando consigo el desgarro de ese desarraigo involuntario.
Hay por cierto otros países en los cuales la figura del caudillismo y del autoritarismo está moviendo solapada o desembozadamente sus fichas, pero en esta oportunidad me centraré en los casos más graves, como los reseñados. Y de los tres países mencionados, quizá el que menos cobertura mediática ha tenido en los últimos años, es Nicaragua.
Nicaragua es el país más grande de Centroamérica (área constituida por siete estados) y como toda la región, ha tenido una accidentada historia. A mediados del siglo XIX, a partir de una guerra civil, debió lidiar con una invasión del filibustero y aventurero estadounidense William Walker, quien llegó a proclamarse presidente del país, para ser finalmente expulsado por una coalición de países centroamericanos, incluyendo al Reino Unido.
Posteriormente y desde fines del siglo XIX, la influencia estadounidense en la región fue avasalladora, en una estrecha coordinación entre el gobierno de ese país y diversas empresas que concentraron ciertas actividades, como es el caso de la United Fruit Company. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, los intereses empresariales norteamericanos movilizaron a su gobierno, el que se preocupó de contar, en algunos casos con el apoyo de los marines, con administraciones locales favorables a la presencia y actividad de sus empresas.
En Nicaragua hubo varias invasiones estadounidenses, tanto tomando partido por algún bando en las frecuentes guerras civiles e insurrecciones, como para resguardar sus intereses económicos.
En ese contexto, surgió la dinastía de los Somoza, que mantuvo un férreo control político en Nicaragua entre 1933 y 1979, con dos generaciones que gobernaron directamente o tras bambalinas (Anastasio “Tacho”, y sus hijos Luis y Anastasio “Tachito”).
El fundador de la dinastía, proveniente de una rica y poderosa familia cafetalera, fue quien mandó asesinar a Augusto Sandino, carismático líder popular que implementó una campaña de guerrillas contra las tropas estadounidenses durante la segunda mitad de la década de 1920, logrando finalmente el retiro total de estas del país. Somoza había sido nombrado jefe de la Guardia Nacional, entidad creada al alero de las tropas de ocupación, con el objetivo de resguardar sus intereses tras su partida.
Por diversas razones, que incluyen la pobreza rampante de la población, el hartazgo ante los abusos y el apoyo cubano, se inició una guerra civil que termina con la expulsión de los Somoza en 1979, con la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional y la instalación de un régimen afín al castrista.
El triunfo sandinista, en el contexto de un recrudecimiento de la Guerra Fría, tuvo repercusiones en toda la región centroamericana, lo que se traduciría en un largo y sangriento conflicto, especialmente en la misma Nicaragua y en El Salvador. Mientras Cuba y la Unión Soviética apoyaban a los sandinistas y al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador (además de grupos guerrilleros en Guatemala), Estados Unidos apoyó con todo a los gobiernos centroamericanos afines y financió a tropas irregulares nicaragüenses para hostigar al régimen sandinista, conocidas como los “contras”.
Daniel Ortega, en su condición de comandante sandinista, asumió un rol preponderante en el recién conquistado gobierno, primero como coordinador de un grupo colegiado, para luego convertirse en presidente en 1985.
Como consecuencia de diversas iniciativas diplomáticas en la región y de un contexto mundial más distendido, se suscribieron los acuerdos de paz de Esquipulas en Centroamérica, que abrieron las puertas al cese de las hostilidades y al repotenciamiento democrático. Esto fomentó la unidad de la oposición nicaragüense, quien derrotó inesperadamente a Daniel Ortega en las elecciones de 1990, cuando a los ojos de este no eran más que un trámite para legitimar y consolidar a su gobierno.
Después vino la travesía por el desierto. Aunque los sandinistas retuvieron un apreciable capital político, ello no fue suficiente para triunfar en las elecciones siguientes.
El regreso al poder vino de la mano de dos importantes factores. Uno externo, con el apoyo de la Venezuela de Hugo Chávez, quien, como autodeclarado hijo político de Fidel Castro, se encargó de financiar a los movimientos y partidos afines con el “socialismo del siglo XXI”. En el ámbito doméstico, se fue instalando una rotación de gobiernos que se preocuparon más de beneficiarse que de desarrollar al país. En esas condiciones y presentándose como un reformista moderado, logró triunfar en los comicios de 2006.
De ahí en adelante hemos asistido a una sistemática acumulación del poder, que incluyó interpretar la Constitución a su conveniencia, abriendo la puerta a reelecciones indefinidas. Si alguna vez su proyecto político se inspiró en los ideales de Sandino, hoy por hoy nada lo distingue de los Somoza. Con su cónyuge Rosario Murillo, gobiernan cuales monarcas absolutos, promoviendo un régimen nepótico.
Desde que regresó al poder en 2007, Ortega tuvo el subsidio monetario venezolano, que se estima en USD3.700 millones en 10 años (2007-2017), con lo cual creó una red de asistencia social, que, junto con aliviar la condición de muchos, permitió fortalecer su ascendiente sobre estos grupos dependientes de la generosidad del régimen. A esto se sumó la complicidad o neutralidad del empresariado y de la jerarquía de la Iglesia Católica, a los que se preocupó de cultivar.
Nada parecía interponerse en sus planes, que contemplaban alternar la presidencia con su esposa Murillo, cuando en 2018 empezaron masivas protestas de la población. Uno de los detonantes fue el cese del subsidio venezolano por la bancarrota en que se sumió este país de la mano del régimen chavista. En un país pobre como Nicaragua, esto se sintió de inmediato y exacerbó el descontento y los reclamos de libertad.
La reacción de Ortega no se hizo esperar, y reprimió con todo, al mismo tiempo que lanzó a contingentes de choque contra los manifestantes. En tres meses fueron asesinadas más de 300 personas y muchas más golpeadas y encarceladas. A pesar de las condenas de países y organismos de defensa de los Derechos Humanos, el régimen ni se inmutó. Hay que decir que contó con el apoyo incondicional de Cuba y Venezuela para mantenerse en el poder y reprimir.
No contento con haber desbaratado las protestas masivas, Daniel Ortega no quiere tomar ningún riesgo en las próximas elecciones. Siete de los 11 candidatos opositores han sido encarcelados y parece cuento (del terror) como cada pocos días o semanas se detiene y encierra a algún nuevo candidato.
Nicaragua se ha convertido en un “hierro caliente” en nuestra conciencia democrática. ¿Por qué no levantamos decididamente la voz contra ese régimen opresor que se contrapone al ideal libertario de Sandino? Nuestra pasividad está permitiendo que tres regímenes dictatoriales se coordinen y apoyen para seguir oprimiendo a sus pueblos, así como para horadar otras democracias de la región.
Cuán actuales son los versos de Silvio Rodríguez, aunque el contexto de su creación fue otro: “Andará Nicaragua su camino en la gloria….Te lo dice un hermano que ha sangrado contigo”. Se partirá en Nicaragua otro hierro caliente.