La reivindicación de la diplomacia en América Latina
El ejemplo de la diplomacia noruega y el posicionamiento que ha significado para su país nos debiera hacer reflexionar, ad-portas de una nueva carta fundamental y de un nuevo gobierno, sobre qué papel le queremos asignar a la política exterior en la etapa que se abre.
Juan Pablo Glasinovic es Abogado
La diplomacia, en una de sus acepciones, es la actividad de los Estados en sus relaciones con otros. Existe desde siempre y sus prácticas se han ido formalizando, existiendo convenciones que regulan su actividad y la condición de sus representantes. Es así como están definidas las inmunidades e inviolabilidad del personal diplomático y consular, y de las embajadas y consulados, acorde con la soberanía del país que representan, para facilitar y proteger su labor.
Los Estados han desarrollado cuerpos profesionales que representan sus intereses y que promueven e impulsan sus objetivos en el plano externo.
Aunque en el extremo estos servicios especializados pueden convertirse en castas que capturan y monopolizan la política exterior y que posicionan sus intereses o los que creen son los objetivos nacionales por sobre otros, la experiencia general indica que contribuyen a una mejor articulación de la política exterior, asegurando su proyección y consistencia en el tiempo, preservando su curso y esencia más allá de los gobiernos de turno. En otras palabras, contribuyen a lo que se denomina una política de Estado, la cual busca anteponer los intereses y objetivos permanentes del país.
Y en esta oportunidad, quisiera centrarme en el rol de la diplomacia para solucionar conflictos y su papel más reciente en América Latina. Lo primero que se debe dejar en claro, es que siendo la diplomacia una expresión de la política (en este caso entre los Estados), nunca, nunca debe cerrar las puertas al diálogo, cualquiera sea la contraparte.
De esto hay innumerables experiencias, como el diálogo secreto que por años mantuvo la cancillería danesa con Hizbulá, organización política y militar libanesa, calificada como agrupación terrorista por Estados Unidos e Israel. Cuando se develaron estas tratativas y llovieron las críticas contra Dinamarca, la respuesta de uno de sus diplomáticos que estuvo involucrado en el diálogo, fue que la diplomacia está para tender puentes entre partes que son adversarias o con las cuales no hay mayores vínculos. No es indispensable entre aliados y amigos, porque para eso hay muchas otras instancias. Profundizó la respuesta preguntando cómo se iba a negociar con Hizbulá ante una crisis o enfrentamiento regional si nadie tenía contactos establecidos y la generación de cierta confianza.
En suma, una diplomacia de calidad se preocupa de mantener abiertos diversos canales de diálogo, con mayor o menor reserva, incluso contra un clima político doméstico adverso, lo que eventualmente podría facilitar alguna gestión, evitar un malentendido o su profundización, o derechamente contribuir a resolver un problema.
Respecto de la resolución de conflictos, recientemente tenemos los procesos de Colombia y Venezuela. En ambos casos un elemento clave ha sido la participación de la diplomacia noruega, país que se ha posicionado como un actor de primera línea en el ámbito diplomático y humanitario mundial.
Este rol se catapultó con las negociaciones secretas entre la Autoridad Nacional Palestina e Israel en los noventa, que derivaron en los acuerdos de paz de Oslo de 1993 y 1995. Desde entonces, Noruega ha jugado un rol fundamental en procesos de paz en todo el orbe, destacando sus intervenciones en Guatemala, Sri Lanka, Mali, Filipinas, Colombia y ahora Venezuela.
En el caso de Colombia, país en una guerra interna por décadas, el rompimiento del statu quo vino de la mano del realismo político – que la solución militar nunca se iba a imponer – y de la confianza de todas las partes involucradas en la mediación de Noruega. El rol noruego se complementó posteriormente con el acompañamiento de Cuba y Chile, países que reflejaron el involucramiento latinoamericano para resolver un problema con repercusión regional, al mismo tiempo que aumentaron la dinámica de la confianza necesaria para llegar a un acuerdo.
La clave del éxito de esta diplomacia noruega está en una combinación de factores, entre los cuales destacan la absoluta reserva de sus gestiones y el apoyo financiero a sus esfuerzos de mediación, lo que incluye la debida capacitación de su personal. Ni la cancillería noruega ni sus diplomáticos han dado nunca detalles de sus tratativas y contactos, más allá de hacerse eco de comunicados oficiales avalados por las partes. Lo otro relevante es que los negociadores cuentan con generosos recursos para apoyar los procesos negociadores. Esto les concede la necesaria autonomía respecto de las partes, no dependiendo de su financiamiento o asistencia en ningún momento, así como también les permite empujar las negociaciones cuando la falta de recursos pudiera ser un obstáculo (por ejemplo, pagando pasajes y alojamiento de grupos negociadores y asumiendo otros gastos bajo la premisa que lo económico no puede constituirse en un obstáculo para el diálogo).
La experiencia acumulada en la negociación con Colombia dio pie para que Noruega se ofreciera a mediar en Venezuela. Ahí el régimen chavista ha afianzado su control dictatorial, causando la debacle económica del país y una polarización extrema, incluyendo la masiva migración de millones de sus nacionales. Esto se ha trasladado al ámbito hemisférico, generando una profunda brecha entre los que rechazan y apoyan al gobierno de Maduro. Entre los primeros se constituyó el Grupo de Lima, para apoyar la oposición democrática y aislar al régimen chavista. Respecto de los segundos, Cuba y Nicaragua se han alineado con Maduro para asegurar su prolongación (y la propia). Pero a estos dos campos, se ha ido sumando un tercero, de países que se han vuelto críticos al desempeño del Grupo de Lima y consideran que hay un espacio para una negociación.
El precedente a la actual iniciativa que incluyó a México, como anfitrión de un primer encuentro entre gobierno y oposición el fin de semana recién pasado, estuvo en el diálogo en Barbados, a instancias de Noruega en 2019. En ese entonces, y tras varias rondas, fracasó el proceso por retirarse el gobierno ante el endurecimiento de las medidas de Estados Unidos contra el chavismo.
¿Qué ha cambiado para que se haya retomado la negociación y esta vez haya mejores expectativas? En primer lugar, está la salida de Trump del gobierno, quien había enfocado la política norteamericana en cortar todos los puentes con el gobierno de Maduro e incrementar las sanciones económicas. La administración Biden está abierta a una negociación.
Se suma un empantanamiento de la situación venezolana, con el debilitamiento tanto del gobierno de Maduro, acosado por una crisis social y económica sin precedente en la historia de Venezuela, como de la oposición, que no ha logrado constituir un frente unido para convertirse en alternativa de poder.
A lo anterior y como ya lo expresé, se agrega el desperfilamiento del Grupo de Lima que no se adaptó al cambio de escenario, y la apertura de algunos países a explorar una solución sobre la base de una negociación.
Las claves de un posible acuerdo giran en torno a siete puntos que incluyen aspectos como derechos políticos, garantías electorales, un cronograma para elecciones observables, levantamiento de sanciones y restauración de derechos. También se espera que el gobierno libere a numerosos opositores encarcelados. El horizonte inmediato serían las elecciones municipales y provinciales del 21 de noviembre.
Junto con el alentador resultado de que las partes reunidas acordaron tener un segundo encuentro el 3 de septiembre, hace unos días el gobierno de Maduro liberó a un político opositor.
Al apoyo de México, se ofrecieron a acompañar la negociación Rusia y los Países Bajos. ¿Se llegará esta vez a un buen resultado, que implique una transición hacia la recuperación democrática de Venezuela? Obviamente es muy temprano para decirlo, pero un contexto más favorable, junto con la valiosa mediación noruega, podrían sentar mejores bases para una solución política.
El próximo paso debe ser el decidido acompañamiento regional y el Grupo de Lima tiene que adaptarse al cambio de circunstancias e involucrarse en la senda abierta. ¿Y Chile? Tenemos la experiencia de haber acompañado al proceso colombiano, además de contar con una numerosa comunidad venezolana entre los cuales hay influentes personalidades. Por ello, tenemos todas las condiciones para tomar un rol protagónico en este proceso de ser requeridos (partiendo por estar activamente disponibles). En este caso, también está directamente involucrado nuestro interés nacional.
Finalmente, el ejemplo de la diplomacia noruega y el posicionamiento que ha significado para su país nos debiera hacer reflexionar, ad-portas de una nueva carta fundamental y de un nuevo gobierno, sobre qué papel le queremos asignar a la política exterior en la etapa que se abre.
Se hace indispensable una amplia discusión para adoptar nuevas definiciones, pero lo que es indiscutible, como lo demuestra la experiencia noruega, es que es fundamental contar con un servicio diplomático profesional y de alto estándar para implementar la política exterior y avanzar en la consecución de nuestros objetivos nacionales. Chile en muchas ocasiones ejerció mayor influencia de la que se sus atributos objetivos lo hubieran permitido. La receta pasó siempre por un servicio diplomático de calidad. Si pretendemos replicar esto hacia adelante, pasa necesariamente por invertir adecuadamente en este elemento.