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Actualizado el 8 de Octubre de 2021

Voluntarismo y política exterior

Es decepcionante constatar que no obstante los evidentes frutos de nuestra política exterior, aquello no es percibido por el grueso de la población y, lo que es más preocupante, por la mayoría de la clase política

Boric Provoste debate
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Las campañas son instancias en las cuales se contrastan diversas ideas y propuestas, lo que es muy positivo porque permite considerar diferentes puntos de vista, y cuestionarse sobre el rumbo y modo de hacer las cosas, para eventualmente ajustar o modificar nuestras políticas, según la opción que triunfe. Lamentablemente, en algunos temas las propuestas escasean y el debate es menor o se centra en aspectos muy parciales. Es el caso de la política exterior. 

Como interesado en las relaciones internacionales, es decepcionante constatar que no obstante los evidentes frutos de nuestra política exterior, aquello no es percibido por el grueso de la población y, lo que es más preocupante, por la mayoría de la clase política. Existe un reduccionismo de asimilar la política exterior a una serie de visitas y actos protocolares, sin impacto significativo en nuestra vida corriente. El que así se perciba se debe por cierto a una multiplicidad de factores. Ello va desde temas de idiosincrasia, con nuestra mentalidad insular, hasta falencias en la comunicación, o la percepción de que en realidad es un tema elitista, que no incide en la mayoría.

Ante preguntas tan simples como ¿Por qué hay un mayor acceso a una serie de productos importados en variedad y precios competitivos versus otros países?, ¿Por qué podemos exportar a otros mercados sin aranceles y cuotas?, ¿Por qué Chile no requiere visa para viajar a Estados Unidos y tiene la modalidad work and holiday con números países?, ¿Por qué se instalan grandes inversiones en el país?, ¿Por qué se invita a Chile a integrarse a diversos esquemas o foros donde se accede a mercados o se adoptan estándares o normas que impactan en amplias regiones, prefiriéndonos a otros?Y ¿Cómo garantizamos nuestra seguridad territorial, energética y la coordinación contra el crimen organizado? quedan en evidencia los resultados de una estrategia y acciones de política exterior. Por cierto, esto debe ser complementado con otros elementos internos, de ahí que muchas veces se piense que son esas las causas, pero que, sin una adecuada actividad externa, no hubiese ocurrido, o hubiese sido con peores resultados.

Hemos construido un acervo de redes y relaciones con mayor o menor constancia a lo largo de nuestra vida republicana, manteniéndose ciertas prioridades, independientemente del gobierno de turno. Eso no quiere decir que todo es pétreo e inmodificable. Los contextos van cambiando y eso requiere permanentes ajustes.

La política exterior tampoco se puede desligar de la posición geográfica y de la población de un estado. En ese sentido, Chile, además de ser un mercado relativamente pequeño, está lejos de los principales centros de consumo y producción, por lo que su desarrollo depende de su integración a conjuntos mayores, lo que a su vez requiere de especiales esfuerzos para compensar la lejanía geográfica.

En la coyuntura chilena actual, que duda cabe que hay un ánimo refundacional en un segmento de la clase política, y esto incluye a nuestra política exterior. 

En esa línea, hay quienes piensan que “querer es poder”. Las candidaturas de Boric y Provoste, la primera explícitamente y la segunda más veladamente, dicen que van a rediseñar nuestra política exterior, partiendo por revisar los acuerdos de libre comercio y de protección de inversiones, a los que culpan de destruir nuestra industria y a las pymes, al mismo tiempo que mantener la estructura exportadora de materias primas o productos de baja elaboración, dejando la mayoría de los beneficios fuera de nuestra economía y dañando gravemente nuestro entorno. Simultáneamente dicen que van a promover las exportaciones de más valor y de las pymes. Comparto totalmente este último propósito, pero no se puede lograr aquello sin tener acceso a mercado y los productos manufacturados o de mayor valor agregado tienen aranceles más altos y otras barreras fuera de los acuerdos. Además, para escalar valor se requieren inversiones, que el Estado no será capaz de solventar por sí solo y tampoco los empresarios nacionales. Por último, la mejor opción de sumar valor a nuestras exportaciones es integrarse a cadenas regionales y globales de valor, como las que ofrecen la Alianza del Pacífico, y en una escala mucho mayor, el CPTPP o TPP11, del cual un grupo de nuestros parlamentarios insiste en excluirnos.

Lo anterior es sin considerar que para revisar un acuerdo se requiere el concurso de las partes. Por tanto, una cosa es querer que se realicen ciertos cambios y otra que ellos sean aceptados o resulten. Y si la contraparte no lo quiere, la única alternativa que queda es denunciar el tratado, lo que significa quedar sin preferencias, entre otras múltiples ventajas. En la mayoría de los casos es evidente la relación de asimetría frente a otros países, con mercados más grandes y sofisticados que el nuestro, por lo que no solo tenemos más que perder en caso de término, también es más difícil obtener cambios sustantivos en nuestro favor.

El voluntarismo va de la mano con la errónea percepción de la política exterior, como lo expuse anteriormente. Por eso quienes así se plantean, parten de la base que esta se supedita automáticamente a las decisiones domésticas y obviamente ello es imposible. Una cosa es poner la política exterior al servicio de los objetivos nacionales más permanentes y otra al servicio de un programa. Si ya la primero es complejo, lo segundo lo es mucho más, especialmente en el horizonte de un gobierno. Los tiempos de la política exterior no son los mismos que los de la política doméstica. De allí que lo que hace o no hace un gobierno puede tener consecuencias mucho más allá de su mandato.

El voluntarismo también se potencia con la ideología, y como sabemos, esta rigidiza la política, ofreciendo opciones binarias y privilegiando el “deber ser” por sobre el “ser”, con todas las implicancias que ello tiene.

Lo que hagamos en materia de política exterior a partir del próximo gobierno no es inocuo. El país se encuentra en una delicada situación económica, social y política y cómo manejemos nuestras relaciones con el mundo, puede hacer una tremenda diferencia, tanto para mejor como para peor. Además, el sistema mundial está en reestructuración, lo que genera más incertidumbre y nos obliga, especialmente a los estados más pequeños, a extremar esfuerzos para transitar de la mejor forma posible por esta fase.

Hay muchos que piensan que los mayores males que nos afectan son fruto de la globalización y que cortando puentes volveremos a una mejor vida. Más simple y tranquila. Pero la Historia nos demuestra que no son más que ilusiones. Más que nunca somos parte de un todo que debe apoyarse y complementarse. Quedarse a la vera del camino, no es ni será una opción.

En las semanas que restan para la elección, es necesario preguntarse una y otra vez cuál es el propósito de nuestra política exterior. Tengo la convicción de que, si hacemos el ejercicio dialogando, encontraremos muchas más coincidencias que diferencias. En resumen, queremos un desarrollo más sostenible e inclusivo, en un contexto de paz, seguridad y cooperación. 

Junto con ello, debemos evaluar los medios para la consecución de esos fines. En esta materia sin duda que habrá más divergencia y por ello es muy relevante debatir sobre los mismos, porque Como reza el dicho, “el diablo está en los detalles”.

No basta con la voluntad ni las buenas intenciones en materia de política exterior, como deja en evidencia otro dicho popular “el infierno está pavimentado de buenas intenciones”. Es necesario tener una coherencia entre los objetivos y los medios, entendiendo que son otras las variables y los tiempos en el ámbito internacional. En otras palabras, no se pueden obtener peras plantando manzanos.

Los candidatos sin excepción debieran darle más importancia a la política exterior por la sencilla razón de que parte importante de lo que indican en sus programas será o no posible según como conduzcan nuestras relaciones externas.

Definitivamente las opciones no dan lo mismo.

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