Fiestas patrias y apátridas
Ahora hay por lo menos dos otras fiestas patrias -mejor llamémoslas apátridas- que instalaron los extremos políticos y que principalmente protagonizan los lumpen, nihilistas, anarquistas: el 11 de septiembre y el 18 de octubre.
Todos los países tienen sus fiestas patrias: aniversarios de las más diversas índoles, duración y forma de celebrarlas. La nuestra, la tradicional, cae al 18 de septiembre, fijada en 1915 para recordar nuestra independencia, a pesar de que solo fue una Junta de Gobierno. Una fecha errada, pero qué importa: es nuestro aniversario preferido; o era…
Y ahora hay por lo menos dos otras fiestas patrias -mejor llamémoslas apátridas- que instalaron los extremos políticos y que principalmente protagonizan los lumpen, nihilistas, anarquistas. Al 18/9 la mayoría lo agasaja con asados y empanadas, regados por vino; pero a las que me referiré los agasajan los susodichos con incendios, saqueos y destrozos, regados por droga (suministrados por los narcos que sus incitadores protegen).
Una de ellas cae al 11 de septiembre, que distintas personas y grupos conmemoran de las más variadas maneras. Los chicos locos, inspirados y guiados por los comunistas: a su manera habitual con barricadas, lapidación de carabineros, destrucción de propiedades y estatuas, incendios de iglesias. Vaya diversión. Con el avenimiento de la democracia se llamaba día de liberación, después de unidad, después se borró del calendario festivo, pero distintos presidentes siguieron conmemorando la fecha de acuerdo a sus creencias. El grupo que está de acuerdo con el golpe militar del ’73 celebra calladito, en casa o reunidos y regocijados por la temporal derrota del socialismo. La mayoría no opina para no meter la pata respecto a un evento inevitable que, a malas maneras si se quiere, salvó a Chile de la cubanización. Pero esto es harina de otro costal.
La nueva fiesta apátrida nació, ya sabemos, el 18 de octubre de 2019 como consecuencia de tantas opiniones distintas, que sería temerario enumerarlos. Pero sucedió. Hubo cierta presión en el balón social, astutamente pinchado por la izquierda en el momento preciso, para provocar el estallido que llaman social. La verdad: hay que sacarle el sombrero. Tras larga preparación, los “agents provocateurs” locales e importados accionaron organizada y contundentemente. Y hubieran tenido mucho más éxito si no viene a cortarles el paso el COVID-19. Irónico, sarcástico: llamémoslo como quieran, pero la desgracia de la pandemia se puso al paso de la desgracia del comunismo. Pero no lo mató.
Anteayer resucitó el festejo, ya la segunda vez desde su origen. Claro que sus incitadores, el PC, FA y compañía, ayer condenaron suavemente la festichola, como dicen en Argentina. La acción, bien organizada por ellos mismos en todo el territorio chileno, consistía de lo ya conocido: barricadas, incendios, destrozos y etcéteras. ¿Quién sufrió las consecuencias? Las y los de siempre: la gente que ellos dicen representar, proteger y encumbrar. Los pequeños negocios rotos; las y los que por horas no pudieron volver a casa o ir a sus trabajos; a todo el país que debe de nuevo pagar la reposición de los destrozos; los penosos carabineros a quienes apenas se permite defenderse (somos el único país del mundo con una policía transformada en marionetas por un Gobierno cobarde cediendo a las izquierdas, en cuyos países se golpean, detienen, torturan y matan a los que protestan).
Bueno, terminó otra celebración en momentos cuando está por decidirse hacia dónde vamos. En dirección a la democracia o del totalitarismo. La cosa pinta feo. Y esta horda desatada será difícil de dominar si gana la sensatez. Y esta horda exigirá ser premiada si gana la irracionalidad: la transformarán en milicia, en gorilas, en escoltas de la nueva élite, para controlar a los vencidos. “Vae victis”. Los ejemplos no faltan.