Populismo
Chile está en una encrucijada histórica bajo la sombra expectante del populismo. Se vienen tiempos complejos en los que no caben soluciones fáciles ni inmediatas, lo que requerirá de mucho coraje y capacidad de diálogo en quienes serán nuestras próximas autoridades.
Juan Pablo Glasinovic es Abogado
El año 2019, el periódico The Guardian, junto con un grupo internacional de investigación de datos y análisis YouGov y la universidad de Cambridge, lanzaron el Proyecto de Globalismo, una nueva encuesta que se realiza anualmente en 23 de los mayores países del mundo y que explora el populismo, la globalización y las actitudes sobre temas que van desde la alimentación, los viajes y la tecnología hasta la inmigración, las creencias culturales y el medio ambiente. Entre los países latinoamericanos están Brasil y México.
Y en esta oportunidad, me quisiera detener en el populismo. La definición que recoge esta encuesta, a partir de la ciencia política, es que el populismo es “una ideología que presenta al “pueblo” como una fuerza moralmente buena y lo contrapone a la “élite”, a la que se presenta como corrupta y egoísta. Además, esta ideología insiste en que la política debe ser una expresión de la voluntad general del pueblo.” El populismo, suele combinarse con una ideología principal, que puede ser de izquierda o de derecha. La gran pregunta siempre es el significado de “pueblo” y aquí no hay una respuesta unívoca. Lo que sí está claro, es que todos quienes aspiran llegar al poder intentan controlar la definición de “pueblo”.
El populismo es tan antiguo como la propia democracia, pero los últimos 10 años han resultado especialmente fértiles: los líderes populistas gobiernan ahora un porcentaje significativo de la población mundial, mientras que los partidos populistas están ganando terreno en muchas democracias, varias de ellas en Europa. Destacan mediáticamente en esta dimensión el italiano Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen y el también francés Eric Zemmour, Viktor Orbán en Hungría y el sueco Jimmie Akesson, líderes principalmente de extrema derecha que están, o han estado o podrían estar, en el gobierno en varios países de la UE (Unión Europea).
América Latina no es la excepción, partiendo por los países de Brasil y México, que forman parte de la encuesta. Bolsonaro, de extrema derecha y López Obrador de izquierda. Fuera del ejercicio mencionado, podemos sumar a Nayib Bukele en El Salvador y Alberto y Cristina Fernández en Argentina. La impronta regional es el fenómeno del caudillismo, ese gobernante fuerte que sabe interpretar directamente la voluntad popular y adecuarse a ella (aunque sabemos que nada más que en el discurso).
La encuesta, en su primera versión identificó a lo que denominó la “cohorte populista”, es decir un grupo con una alta adhesión a esta ideología. Ello emanó de la respuesta “muy de acuerdo” a las dos afirmaciones siguientes: 1) Mi país está dividido entre la gente corriente y las élites corruptas que la explotan. 2) La voluntad del pueblo debería ser el principio más alto en la política de este país. En 2019, un 22% de los encuestados hizo parte de esta categoría. Hay que agregar que entre el 2000 y el 2020, los movimientos y partidos populistas en Europa pasaron del 7% al 25% del electorado.
La buena noticia para quienes tememos y rechazamos el populismo, es que la tercera medición de esta encuesta muestra una baja generalizada y sostenida del fenómeno, al menos en Europa.
La tendencia, examinando los resultados de estos 3 años, es que los votantes, en promedio, parecen estar volviéndose más moderados y menos receptivos a las ideas populistas. Pero al mismo tiempo, pequeños y vocales grupos de personas que apoyan a los partidos populistas se han radicalizado.
Parte de la respuesta a la merma de apoyo al populismo se debe a la pandemia. En efecto, en términos generales en este período el rol de los Estados ha sido fundamental, no solamente en materia sanitaria, también en el ámbito económico. Además, las políticas públicas en la mayoría de estos países han sido guiadas por la evidencia y perspectiva científica. Ambos factores han erosionado la visión de que las élites gobernantes son corruptas, ineficientes y desconectadas. La perspectiva científica ha impactado de lleno en la subjetividad del populismo y su promesa de soluciones fáciles, poniendo un marco objetivo de implicancias y resultados, lo que le ha restado espacio y credibilidad a los populistas. Adicionalmente, los grupos populistas radicalizados en general han sido contrarios a la vacunación y a las medidas sanitarias restrictivas, con los obvios resultados de mayores contagios y muertes. Esto también les ha restado credibilidad y adhesión en sus sociedades.
Pero lo que son positivas noticias en el frente europeo e incluso en Brasil y México, dejan un signo de interrogación en países como Estados Unidos e India. En ambos las cifras de apoyo al populismo se han mantenido constantes en estos 3 años. En el caso de EEUU, esto deja abierta la posibilidad de un regreso de Trump o de alguien similar, mientras que en India refleja como el primer ministro Modi ha ido erosionando la institucionalidad democrática y concentrando poder.
Todo lo anterior nos lleva a nuestro escenario doméstico, donde es indudable que desde el “estallido social” la variable populista se ha tomado la política. Muchos episodios lo dejan en evidencia, pero mejor que ninguno el desfonde del sistema de pensiones a través de tres retiros, y el intento en curso por un cuarto.
El Congreso Nacional ha sido sin duda la institución más afectada por la oleada populista, sin distinción de ideologías ni partidos. Casi todos han caído en la dinámica de saltarse las normas y la propia Constitución, para responder a “la voluntad popular”. ¿Es inconstitucional? No importa, porque tenemos que hacernos cargo de las necesidades reales. ¿Va a ser perjudicial en términos macroeconómicos? Tampoco importa porque nos preocupamos de lo micro.
Estas conductas, sumadas a la mediocridad legislativa y oportunismo de la mayoría de nuestros legisladores, están profundizando el fenómeno populista, aumentando el desprecio y la desconfianza de la gente.
Este domingo, los votantes tomaremos una trascendental decisión que marcará probablemente nuestro devenir por varios lustros. La decisión de fondo está vinculada al populismo. ¿Queremos consagrar este fenómeno en Chile con sus ofertas de extrema izquierda y extrema derecha, eligiendo una opción presidencial que nos promete prestaciones sociales a todo evento con un Estado omnipresente, pero sin asegurar el crecimiento económico, u otra que nos ofrece un alto crecimiento económico, con rebaja de impuestos y orden público a rajatabla, pero sin hacerse cargo realmente de los problemas sociales?
Y a nivel parlamentario, ¿vamos a darle nuestro voto a quienes han reducido la política a las dádivas y beneficios a cambio de aplausos y la esperanza de votos, con desprecio al rigor técnico y sin preocuparse del derrotero del país a mediano y largo plazo?
Tenemos la gran responsabilidad de reforzar y dignificar nuestra democracia votando por una opción no populista. No hacerlo puede significar, no solamente que caigamos en una dinámica negativa de la cual será muy difícil sustraerse, también puede implicar que no tengamos una nueva oportunidad para hacerlo.
Chile está en una encrucijada histórica bajo la sombra expectante del populismo. Se vienen tiempos complejos en los que no caben soluciones fáciles ni inmediatas, lo que requerirá de mucho coraje y capacidad de diálogo en quienes serán nuestras próximas autoridades. Espero que salgamos airosos de este tremendo desafío.
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