Chile se expresó con líneas torcidas
La ciudadanía escribió con líneas torcidas lo que mayoritariamente espera, porque ganaron los candidatos más extremos, tanto en la derecha como en la izquierda, pero la advertencia es: el que quiera ser Presidente tiene que moderarse. Los chilenos con su voto están obligando a los extremos a renunciar a la intolerancia, para buscar aquello que puede retomar una senda que permita a las mayorías sentir que son incorporadas en una visión más amplia.
Mariana Aylwin es Profesora. Ex ministra de Educación
Siempre he sentido que Chile amanece distinto al día siguiente de una elección. Es tan poderosa la señal de un pueblo que se expresa a través del voto ejercido en condiciones de libertad, que es capaz de cambiar el clima, la agenda, las ideas y los sentimientos. Hace que se abran nuevas perspectivas y esperanzas.
En esta ocasión, la ciudadanía escribió con líneas torcidas lo que mayoritariamente espera, porque ganaron los candidatos más extremos, tanto en la derecha como en la izquierda, pero la advertencia es: “el que quiera ser Presidente tiene que moderarse”. Los chilenos con su voto están obligando a los extremos a renunciar a la intolerancia, al descarte del que piense distinto, para buscar aquello que puede retomar una senda que permita a las mayorías sentir que son incorporadas en una visión más amplia. Los candidatos que pasaron a segunda vuelta deberán hacer concesiones, negociar con otras fuerzas, cambiar sus programas y sus discursos. Y, a la vez, deberán ser creíbles. Los despreciados acuerdos que permitieron avanzar con cambios y paz social, con libertad y justicia, interpelan – por una parte – a reconocer los avances de los denostados 30 y abandonar el intento refundacional, mientras- por otra- a dejar las disputas sobre el pasado totalitario y aceptar las conquistas culturales de las últimas décadas. Discutir sobre el futuro y no sobre el pasado vale para ambas candidaturas.
Sus discursos ya no podrán darse gustos testimoniales. El que ganó por defender el orden deberá asumir que el miedo no basta para agrandar un electorado que también demanda cambios. El que se propuso ser la voz del cambio, tendrá que darse cuenta de que los chilenos que no le votaron, no quieren la transformación radical que está proponiendo y demandan un rechazo claro de la violencia. No se trata de volteretas comunicacionales.
Chile no es un país esquizofrénico. Tampoco polarizado. Son sus élites políticas las que lo han llevado a un sitial en que la mayoría no se siente representada. Más de un 50% de los chilenos no votaron y los dos extremos no alcanzaron un 30% de apoyo de quienes fueron a las urnas.
Hay una demanda de cambios; sí. Pero sin violencia ni destrucción. Hay un demanda de orden, también, pero no a a cualquier precio ni a costa de conquistas que han costado una larga lucha para lograrlas, como los derechos de las mujeres y las minorías sexuales.
Por otra parte, los ciudadanos también hicieron una advertencia a los constituyentes, quienes tendrán que asumir que no pueden exponerse a hacer una Constitución a la medida de las diversidades allí representadas, sino una que sea capaz de integrar esas diversidades en un solo Chile. Porque, al contrario de hace sólo seis meses en que los chilenos eligieron una mayoría de constituyentes inspirados en la estética del estallido social, ahora eligieron un Congreso de factura muy distinta. De este modo puso un contrapeso a una Convención que, bajo una mayoría circunstancial, ha creído que puede refundar Chile. Si la Convención no recoge estas señales, corre el riesgo de tener un rechazo en el plebiscito de salida.
Los políticos que han sido ambiguos con la violencia, que han hecho un punto valórico contraponiendo el diálogo frente al uso de la fuerza legítima del Estado en La Araucanía, deberán aceptar que el diálogo y la aplicación del Estado de Derecho no son incompatibles. Lo que es incompatible es la democracia con la violencia. Por eso es una mala señal que Gabriel Boric, el Frente Amplio y el Partido Comunista bajo el pretexto del diálogo, voten en contra de la prolongación del Estado de Emergencia en esa región. Quien ha hecho oídos sordos frente a la inmigración irregular desde la comodidad de su propio barrio, deberá mirar cómo votaron los nortinos que ven afectadas sus vidas cotidianas por la falta de una adecuada política migratoria.
Lo que se juega en esta elección presidencial es ni más ni menos que la democracia. ¿Cuál camino garantiza mejor los estándares democráticos de una sociedad moderna, más allá de la elección periódica de los representantes y la alternancia en el poder, como las libertades esenciales, el respeto al Estado de Derecho y a la convivencia entre personas que piensan y tienen vidas diversas?
Para la mayoría de los chilenos ambas opciones son malas. Votar por el mal menor no es entusiasmante. La única manera de volver a tener un país unido y esperanzado, es que los nuevos liderazgos en el Congreso Nacional y quien resulte elegido Presidente asuman que no están allí para hacer sus deseos, sino para construir un país para todos, para los que los apoyaron, los que les votaron en contra y los que se quedaron en sus casas por su escepticismo y el descrédito en promesas incumplidas. Por los cauces de la democracia y de la paz.
También es imprescindible que quien pierda sea capaz de aceptar el veredicto democrático. Hay un sector de la izquierda que no resiste que gobierne la derecha. Es el mayor riesgo que se percibe si triunfara Kast, más que un retroceso- difícil de conseguir con un Parlamento como el que fue elegido- la pregunta que se hace la gente es si lo dejarán gobernar. ¿Habrá más inestabilidad que la que ha habido durante este Gobierno por el solo hecho de ser un líder de la derecha más tradicional? ¿Le dejarán terminar su período? ¿Qué harán los convencionales?
La gran esperanza es que la voz de los chilenos en su diversidad de visiones, sus experiencias de vida en nuestra loca geografía, edades e identidades, sea escuchada genuinamente en su condición de un pueblo que espera respuestas que le permitan reencontrarse con liderazgos que recojan el anhelo de contruir un solo Chile que avance en paz y justicia.
Con líneas torcidas, el pueblo habló pidiendo acuerdos, inclusión y consideración de todos. Cambios, desde lo que hemos construido, sin violencia ni ambigüedad frente a ella, no más funas, no más intolerancia. Orden, sin perder las libertades alcanzadas y con reformas para romper el estancamiento y renovar las esperanzas de los chilenos en un porvenir más justo. Cambios con orden, justicia con libertad.
¿Quién de los candidatos será capaz de hacer este giro con credibilidad? Está por verse. Ganará el que sea más genuino en su moderación.