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Actualizado el 24 de Diciembre de 2021

Yo sugiero, señor Presidente

Se vienen tiempos difíciles y parte de las soluciones, o al menos la mitigación de los problemas, puede emanar de nuestra política exterior. Confío en que le dará su necesario y justo lugar dentro sus prioridades gubernamentales.

Los últimos presidentes han hecho un esfuerzo por otorgar una mayor cuota de participación a los diplomáticos profesionales, pero aún es posible profundizar esa tendencia. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Señor Presidente Electo, restando un poco más de dos meses para que asuma las riendas del gobierno del país, período crucial para armar su equipo de colaboradores y definir sus prioridades e itinerario concreto, me permito hacerle algunas sugerencias en materia de política exterior como un ciudadano que siempre ha estado vinculado a este tema, con el exclusivo ánimo de colaborar.

En primer lugar, no obstante que prácticamente no fue abordado en los distintos debates de campaña, estoy seguro que usted comparte que la política exterior y las relaciones internacionales ocupan un lugar central en el devenir de los países, aunque no sea así percibido generalmente por el grueso de la población. En efecto, en Chile la disponibilidad de todo tipo de bienes y servicios a precios asequibles para la mayoría de la población, la posibilidad de viajar a casi todas las naciones sin visa, el acceso oportuno a las vacunas contra el COVID-19, la seguridad frente a amenazas externas, la lucha contra el crimen organizado y muchos otros asuntos dependen de la política exterior, asociada a la reputación del país. Hacerse de un lugar de influencia en el mundo para resguardar y promover nuestro interés nacional, especialmente en el caso de naciones como la nuestra, requiere de continuidad y consistencia. Por eso recurrentemente se habla que los asuntos exteriores deben responder a una política de Estado.

Pero es un hecho que, desde hace un tiempo, el consenso en torno a la política exterior se ha diluido, al menos en algunas áreas. Ello quedó en evidencia en materia de migraciones, medio ambiente y en lo económico comercial. En lo primero, el actual gobierno se restó de suscribir el Pacto Migratorio y el Acuerdo de Escazú, mientras que en materia comercial, la actual oposición se ha negado a aprobar en el Senado el CPTPP o TPP11.

Por eso, más allá de su anuncio de que Chile suscribirá Escazú, del cual fuimos gestores iniciales junto a Costa Rica, y de sus legítimas prioridades programáticas como presidente, es importante tener en cuenta que hay que concordar una nueva visión compartida de política exterior, en forma abierta y participativa. Por eso mi primera recomendación sería abrir el espacio para la discusión, bajo la conducción del Ministerio de Relaciones Exteriores. ¿Qué elementos deben tener continuidad?, ¿Cuáles deben ser adaptados o modificados? Y, ¿qué nuevos temas deben ser incorporados? Esta discusión se hace más imperativa porque el mismo sistema internacional está en transición y además estamos bajo la amenaza de una catástrofe ambiental que nos obliga a tomar medidas en coordinación con otros Estados para mitigar sus consecuencias.

Otra sugerencia que me atrevo a hacer es propender a una visión pragmática de la política exterior. Ello no implica que no haya principio ni valores, solo que no haya una receta única como sucede bajo las ideologías. El mundo es diverso, incluyendo nuestra región, y los desafíos comunes tan grandes que se requiere tender puentes y estar abiertos a la colaboración con todos y no solamente con los que son afines.

En esa línea, la tentación natural es insertarse en esquemas regionales en los cuales los gobiernos comparten el mismo signo. Fue lo que pasó en algún momento con UNASUR y lo que provocó su anulación, generando la creación de PROSUR, que ha seguido la misma suerte.

El presidente de México Manuel Andrés López Obrador, de evidente identificación política de izquierda, ha entendido que los países latinoamericanos debemos ser capaces de abordar en conjunto diversos temas, y por eso ha procurado reimpulsar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños – CELAC que actualmente reúne a 33 estados (solo se ha excluido Brasil por decisión del presidente Bolsonaro). Pienso que ese es el espíritu a relevar. Eso no significa que se van a legitimar dictaduras como la cubana, venezolana y nicaragüense, pero sí que se podrá establecer un diálogo institucional regional y colaborar en temas que beneficien a nuestras poblaciones.

El pragmatismo indica que es siempre bueno poner los huevos en distintas canastas, y esto es lo que ha hecho Chile como una constante histórica, y ello, en mi opinión, nos ha servido bien. Somos miembros asociados del MERCOSUR y miembros plenos de la Alianza del Pacífico, además de integrar la CELAC y la Organización de Estados Americanos.

Ese regionalismo abierto tiene que ver con nuestra geopolítica. Una larga y angosta franja de tierra lejos de los principales centros productivos y de consumo, enfrentando el vasto Océano Pacífico. Esa condición nos ha impuesto desarrollar una activa política exterior para mitigar esas condiciones y nos ha llevado tempranamente a ser un dinámico actor en la cuenca del Pacífico. Tenemos ahí un activo que no podemos dilapidar.

La red de acuerdos comerciales, de inversiones y de exención de la doble tributación nos han abierto la posibilidad de acceder a un mercado gigantesco y ser el destino de importantes inversiones. Por supuesto que este potencial tiene aún un largo camino que recorrer, pero es indispensable para nuestro desarrollo, con mayor razón con las oportunidades que se nos abren con la revolución energética que estamos experimentando y que puede catapultar a Chile como un país líder en energía renovable, lo que nos permitiría no solo exportar esa energía, sino también fomentar nuestra industrialización, integrándonos a cadenas regionales y globales de valor. Por eso, no debemos desarticular la red que tanto esfuerzo nos ha tomado articular, más allá de las necesarias adaptaciones y actualizaciones que regularmente se hacen a estos acuerdos, promoviendo la integración de las pymes e incentivando las condiciones que favorezcan que nos integremos a las cadenas de valor.

En esa línea, no puedo dejar de mencionar el valor estratégico del CPTPP o TPP11. Muchos de sus asesores argumentan que con los TLCs que ya tenemos, es marginal el beneficio del CPTPP. Ante esa idea, la respuesta es obvia. La dinámica de un acuerdo bilateral es muy distinta a la de uno plurilateral, donde las sinergias y oportunidades son mucho mayores. Contar con normas y estándares parejos facilita el acceso a los mercados (frente al rompecabezas que significa la sumatoria de acuerdos bilaterales).

Además, el estar en un grupo con economías más desarrolladas empujará la adopción de estándares más altos, incluyendo los ambientales. Y el estar en una comunidad de esta naturaleza permite también incidir precisamente en esos estándares.

Otra cosa que se suele omitir es que el CPTPP otorga la posibilidad de sumar origen al interior del bloque y acrecienta la probabilidad de participar de cadenas productivas globales, lo que podría ser decisivo para salir del modelo extractivista actual.

Junto con todas estas oportunidades y beneficios, de las cuales ya han dado evidencias concretas economías a las cuales nos gusta compararnos como Nueva Zelandia, hay un factor geopolítico crítico. La cuenca del Asia Pacífico se está integrando en torno a dos grandes acuerdos económicos: el RCEP que tiene 14 signatarios y es encabezado por China, y el CPTPP que tiene 11 signatarios (del cual no participa China, pero en cuyo seno ha solicitado ser aceptada). Chile no puede quedar fuera de estas dinámicas, especialmente si ha tenido un rol tan consistente por décadas y del cual ha reportado tantos beneficios.

Para no seguir abusando de su paciencia en la hipótesis de que esto llegue a sus ojos u oídos, quisiera concluir con el Ministerio de Relaciones Exteriores. Los últimos presidentes han hecho un esfuerzo por otorgar una mayor cuota de participación a los diplomáticos profesionales, pero aún es posible profundizar esa tendencia. Países como Brasil y Perú tienen casi a la totalidad de sus embajadores en esa condición, lo que explica la continuidad de sus políticas exteriores y su eficacia. Esto también disminuye las posibilidades de que el ministerio se convierta en un feudo político, lo que terminaría socavando la aspiración de contar con una política de Estado.

Se vienen tiempos difíciles y parte de las soluciones, o al menos la mitigación de los problemas, puede emanar de nuestra política exterior. Confío en que le dará su necesario y justo lugar dentro sus prioridades gubernamentales.

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