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Actualizado el 1 de Enero de 2022

2022 y el factor ambiental

Lo que hagamos en el plano interno no debe perder de vista que el problema es mundial y, por tanto, deberá ser prioridad de nuestra política exterior la consecución de los objetivos del Acuerdo de París. Así lo exigen no solo el mayor impacto que estamos recibiendo en términos climáticos, también las potencialidades que tenemos para un sistema global mucho más sustentable.

En Chile, en buena parte del territorio hemos estado sometidos a altas temperaturas y escasez hídrica. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Es innegable que la agenda ambiental fue transversal a todos los países durante el 2021, incluyendo la realización de la COP26 en Glasgow, Escocia. El año recién transcurrido nos deja imborrables imágenes como los gigantescos incendios forestales en Estados Unidos, Turquía, Grecia y Siberia; los huracanes y tifones en América y Asia; sequías por doquier a lo largo y ancho del mundo; inundaciones repentinas y extensas; aceleración de la deforestación del Amazonas, así como innumerables otros fenómenos de la naturaleza como marejadas y tornados, y episodios inusuales de altas temperaturas a menudo mortales, por mencionar los más notorios, pero que nos tienen a todos crecientemente preocupados y convencidos de que lo que estamos viendo es el inicio de un proceso de cambios de cuyas consecuencias aún no estamos plenamente conscientes, más allá de la inquietud que nos asiste por la gravedad de lo que está en juego.

De los fenómenos aludidos, como no olvidar el incendio Dixie en California, el segundo más extenso en la historia de ese Estado, que consumió casi 700.000 hectáreas. En Siberia, en tanto, un solo incendio destruyó más de un millón de hectáreas.

En relación con los huracanes, por segundo año consecutivo y por tercera vez desde que hay registro, se utilizaron los 21 nombres de la lista anual que se configura para la temporada de ciclones, según orden alfabético. La primera vez que se utilizaron todos los nombres fue en 2005. Este año la temporada de huracanes del Atlántico ocupó el cuarto lugar entre las temporadas más costosas. Ha dejado unos USD70.000 millones en daños, y casi 200 muertos.

En el caso del Pacífico, solo el tifón Rai dejó casi 400 muertos e ingentes daños en su paso por Filipinas, hace unos días.

Tanto en el caso de huracanes y tifones, es un hecho que su intensidad y virulencia se ha acentuado en los últimos años, en directa relación con la elevación de la temperatura global.

En materia de sequías, el panorama no es menos desolador durante el 2021. Mientras en Chile estamos en el año más seco de nuestra historia, buena parte de nuestro continente atraviesa una difícil situación hídrica. En Argentina, Paraguay y Brasil, países que congregan una superficie muy importante de cultivos como la soja, el maíz, el arroz y el trigo, la sequía también está afectando las cosechas de este verano, reduciendo su expectativa de rendimiento en ya un cuarto a la fecha. Lo mismo ocurre en otras latitudes. En Afganistán, dos tercios de la población está en situación de vulnerabilidad alimentaria y en el cuerno de África hay hambruna.

Uno de los efectos de la sequía, cada vez más recurrente a nivel mundial, es el alza en el precio de los alimentos producto de menores cosechas. Al estimar los costos derivados de las repercusiones de la sequía entre 1998 y 2017, se revela que las sequías afectaron al menos a 1.500 millones de personas y causaron unas pérdidas económicas de, como mínimo, 124.000 millones de dólares a nivel mundial.

Los precios mundiales de los alimentos se dispararon casi un 33% en septiembre de 2021 en comparación con el mismo período del año anterior. Eso es de acuerdo con el índice de precios de alimentos mensual de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, que también encontró que los precios globales han subido más desde julio, alcanzando niveles no vistos desde 2011.

Sin cambios radicales, el deterioro climático seguirá reduciendo el acceso internacional a los alimentos importados, mucho más allá que cualquier precedente histórico.

El alza de los precios y la menor disponibilidad de alimentos pone en riesgo la seguridad alimentaria de muchos países y de vastos segmentos de la población mundial, con todo lo que ello implica en materia de paz, estabilidad y seguridad. No se debe olvidar que la guerra civil en Siria partió por una sequía que dejó a muchos agricultores sin producción.

La aparente contrapartida de la sequía son excesos de lluvia. Digo “aparente” porque muchas veces el mayor caudal de precipitaciones se concentra en unos pocos fenómenos en el año, en los cuales la mayoría del exceso del agua caída no logra ser absorbido por la tierra, y esa mayor intensidad no compensa la frecuencia que se requiere para la vegetación. En esto cómo olvidar esas dramáticas imágenes del metro de la ciudad china de Zengzhou, con los pasajeros encerrados en los vagones y con el agua hasta el cuello y subiendo producto de un diluvio que superó todos los registros existentes. Lo mismo ocurrió en zonas aledañas al Rin en Alemania, Bélgica y Luxemburgo, con daños que solo en Alemania alcanzaron más de 2.000 millones de euros.

En cuanto a la deforestación, más de 43 millones de hectáreas de bosques fueron cortadas y quemadas entre 2004 y 2017 en América Latina, lo que equivale a una superficie mayor a la de Paraguay y representa el 40% del fenómeno a nivel mundial.

Finalmente, en lo que se refiere a episodios de alzas peligrosas de temperatura, podemos destacar el “domo de calor” que por varios días se instaló en la provincia canadiense de Columbia Británica y del noroeste de los EEUU, con temperaturas sobre los 45°C. En la localidad de Lytton en la cual el promedio para julio es de 15°C, este año el episodio de calor subió el termómetro a los 49,6°C. Esta alza además generó grandes incendios forestales.

Desgraciadamente todas estas evidencias no fueron suficientes para avanzar en el grado de ambición de la COP26 y su obligatoriedad. Hay muchos intereses cruzados, incluyendo preocupaciones de corto plazo producto de la situación económica derivada del COVID-19, que atentan contra el propósito de descarbonizar.

En Chile, en buena parte del territorio hemos estado sometidos a altas temperaturas y escasez hídrica, lo que ha derivado en incendios forestales en estas semanas. Y el 2022 no se ve muy auspicioso en materia de lluvias. Según Greenpeace, Chile es el país con la mayor crisis hídrica de todo el hemisferio occidental y los pronósticos de la Dirección de Meteorología de Chile (DMC) dicen que “no se vislumbra un vuelco positivo” de la tendencia sostenida a la disminución de las lluvias en los próximos 2 años.

Es por tanto prioritario abordar el tema ambiental en forma integral hacia adelante, partiendo por el tema hídrico. En eso al Estado le cabe un papel central en la generación de los incentivos y regulaciones adecuados para tener un uso más eficiente y sostenible del agua, así como de los demás recursos naturales.

Juega a nuestro favor el contar con amplios recursos energéticos renovables, los que podrán ser usados para procesos como la desalación y bombeo de agua al interior del país.

Pero lo que hagamos en el plano interno no debe perder de vista que el problema es mundial y, por tanto, deberá ser prioridad de nuestra política exterior la consecución de los objetivos del Acuerdo de París. Así lo exigen no solo el mayor impacto que estamos recibiendo en términos climáticos, también las potencialidades que tenemos para un sistema global mucho más sustentable. No hay tiempo que perder.

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