Web 3.0: ¿Una posibilidad cierta o solo un sueño?
Puede que este cambio no se realice de un día para otro, sino que sea parte de un proceso más largo, que irá de la mano con las nuevas tecnologías, la llegada del 5G (y, después, del 6G) y de nuevos dispositivos con los que nos conectaremos a internet. Pero lo que sí se debe abordar ahora, además de mantenernos informados y conversar sobre todo lo que el mundo digital nos depara, es avanzar en la educación digital.
Jorge Pavez es Director de Tecnologías de AI40
En el último tiempo, al interior del mundo de la tecnología se ha instalado un nuevo tema de conversación: la posible llegada de la Web 3.0. Junto con las nuevas posibilidades que la nueva red traería, nacen también interrogantes sobre cómo el cambio podría afectarnos.
Para avanzar en esas interrogantes es importante entender, primero, de qué estamos hablando y cómo ha evolucionado la web, cuya primera versión recordarán solo los que ya han superado, al menos, la cuarentena. Esa en la que la conexión se hacía a través de la red del teléfono fijo, que tenía una muy baja velocidad y nos permitía ver páginas web, llenar formularios, enviar correos y poco más. Luego, el mundo se revolucionó con la llegada de la Web 2.0, que es la que actualmente utilizamos, nacida a raíz de la combinación de varios factores, como los avances tecnológicos que permiten una gran velocidad de conexión, la llegada de los smartphones y la creación de nuevos dispositivos inteligentes, permitiéndonos no solo navegar, sino que interactuar a través de ella publicando blogs y vlogs, generando contenidos en las redes sociales, haciendo videos en directo, jugando con miles de personas que no sabemos desde qué punto del planeta se encuentran o conectándonos a un servidor remoto en el que tenemos nuestro propio “escritorio virtual”.
Este enorme salto no solo nos ha permitido hacer todo lo mencionado, sino que además generó cambios en nuestra forma de actuar y pensar, abriéndonos a una nueva cultura en la que los más pequeños adoptan estas tecnologías de forma más natural que los que nacimos sin Internet. Pero, como casi siempre ocurre, este nuevo mundo tecnológico (o tecnologizado) también tiene su lado oscuro, pues ha abierto un mundo de posibilidades para estafadores, delincuentes, criminales y pedófilos, que utilizan la web para cometer crímenes que van desde el robo de información financiera y tarjetas de crédito, pasando por la extorsión bajo la amenaza de la publicación de videos e imágenes privadas hasta hacerse pasar por menores de edad para contactar a niños y niñas de los que puedan abusar. Por ello, es importante entender (e interiorizar) que cada cosa que publicamos pasa a ser de uso público y que nuestra información puede llegar a las manos (o los ojos) de gente que no está muy interesada en el bien común. Y, por cierto, que debemos insistir en educar a nuestros hijos e hijas en aquello de que no se debe hablar con extraños, tampoco a través de la web.
Y frente a esta realidad, se abre la discusión de la Web 3.0, existiendo múltiples versiones de cómo podría configurarse, siendo la web descentralizada la que ha cobrado más fuerza en los últimos tiempos y que nos permitiría —“simplemente”— ser dueños de nuestra propia información y de nuestras transacciones.
Para entender qué significa esta web descentralizada, remitámonos primero a lo que hoy nos ofrece la WEB 2.0: hoy, para enviar dinero a un amigo, debes utilizar la página o la APP del banco en el que tienes depositados tus recursos; para escuchar música o ver videos, debes (casi siempre) contratar el servicio de un tercero que te provee de esa información. Incluso, para enviar un correo o guardar archivos en la nube, estás amarrado a tener un servicio que no es tuyo, sino que pertenece a las empresas que proveen este servicio. Sumado a todo eso, las aplicaciones móviles, las redes sociales y las páginas web a las que accedes tienen información sobre todo lo que haces en ellas, la que luego venden y generan millones de dólares de los que tú no ves ni un centavo.
Frente a esta realidad, quienes analizan las posibilidades de la Web 3.0 apuestan para que los usuarios tengan un token (llave) —o, mejor dicho, un llavero o billetera digital— que permitirá que solo tú seas dueño de tus datos y de tus interacciones, permitiéndote además hasta ganar dinero mediante la navegación, el uso de redes sociales o simplemente viendo una película. De esta forma, en un futuro no muy lejano podrías hasta negociar o dejar tu “información” a tus hijos en herencia, como un “bien digital”. Y aquí aparecen con más fuerza términos como el Bitcoin (dinero 100% virtual), el Blockchain (que nos permitirá, por ejemplo, eliminar al banco como intermediario para envío de dinero), las Dapps (aplicaciones descentralizadas) y el uso de Smart Contrats e Inteligencia Artificial, todos términos que abordaremos en columnas sucesivas.
Puede que este cambio no se realice de un día para otro, sino que sea parte de un proceso más largo, que irá de la mano con las nuevas tecnologías, la llegada del 5G (y, después, del 6G) y de nuevos dispositivos con los que nos conectaremos a internet. Pero lo que sí se debe abordar ahora, además de mantenernos informados y conversar sobre todo lo que el mundo digital nos depara, es avanzar en la educación digital, pues, como dijimos antes, seguramente esta nueva forma de administrar nuestra información también traerá consigo algunos —y nuevos— riesgos, por lo que no está de más preguntarnos qué tan seguro será este nuevo cambio de paradigma. Por ello, insistimos en la necesidad de que exista educación sobre el correcto uso de la web, de las apps y de nuestra privacidad, un producto que hoy en día es cada vez más escaso y, por tanto, más valorado. Y, junto con mayor educación, también es necesaria una legislación que acompañe y se adelante a los nuevos tiempos que se avecinan, pues, de lo contrario, siempre se llegará tarde.