Inmigración y delincuencia
Que Carabineros cuide las fronteras parece un mal chiste chileno. ¿Para qué tenemos fuerzas armadas, prácticamente sin otras tareas que prepararse para una poco probable guerra y patrullar sin éxito alguno la “zona conflictiva”? El Ejército, con gran cantidad de efectivos, vehículos y tecnología es la perfecta solución para controlar nuestros confines.
Con un enfrentamiento, supuestamente entre bandas de narcos, que dejó nueve baleados hospitalizados, cuidados por sus pares con armas vistas en el hospital, de los que dos fallecieron, parece que nos estamos acercando bastante al nivel de delincuencia que reina en México y Colombia, para no abundar en otros ejemplos. Parece una mala película de uno de esos países.
Chile, principalmente la Región Metropolitana, hoy es un lugar de miedo donde el simple hecho de caminar en las calles de día – ¡ni hablar de noche! – se transformó en un peligro de vida. En cualquier esquina te pueden robar, asaltar, golpear o simplemente matar a balazos. Para ello, no tienes que ser un competidor de una banda o un delincuente: le puede tocar a cualquiera, independiente de su edad, sexo o condición social.
Tener un vehículo en sí es arriesgar diariamente tu integridad física y, naturalmente, tu auto que pueden robarte en medio de una avenida, autopista, frente a tu casa o incluso en un estacionamiento. Si tienes suerte, saldrás indemne del robo; y sino, con lesiones de diversa gravedad o camino al cementerio.
Si vives en una casa, independiente de todas las instalaciones de alarmas y seguridad, te asaltan cuando tengan ganas. No hay cómo pararlos. Además te pegan, te apuntan la cabeza con armas, revuelven, rompen e inutilizan todo en busca de ni saben qué con tal de que tenga un valor de reventa. Y si tienes mala suerte, matan a alguien porque protesta o, estúpidamente, se contrapone al asalto. En todo lo que antecede, llama la atención la brutalidad, el encono de los distintos criminales que sin duda bajo efectos de drogas y/o alcohol se ensañan innecesariamente con sus víctimas.
¿Cómo hemos llegado a esto en muy pocos años? ¿De qué manera en Chile, donde vivir, andar, tener un vehículo, una casa o departamento era la cosa más normal, segura y placentera? Sí, estábamos acostumbrados a los pungas que robaban tu cartera en la calle sin que te dieras cuenta o entraban a una vivienda momentáneamente desocupada en busca de dinero y joyas. Pero después, con los últimos cuatro gobiernos de Bachelet y Piñera, se abrió la frontera a través de la cual llegó el gran crimen. Fronteras con Bolivia y Perú: inseguras, incontroladas, cloaca donde se filtra, junto a los que escapan de sus países en la creencia de que Chile es mejor, la basura.
El estallido social y la pandemia les dio cancha libre: las fuerzas de orden estaban demasiado ocupadas, aparte del hecho que ni estaban preparadas, ni tenían – ni tienen – inteligencia para detectar y enfrentar el crimen. Ese crimen que ahora se apoderó en tal grado del país que se transformó en el principal problema delante de todos los demás que afectan a la población. El narco desarrolló tal poder, que tiene bastiones en distintos lugares, donde ni siquiera las fuerzas armadas entran, ya sea por miedo o porque el gobierno de turno no quiere ensuciarse con enfrentamientos sanguinarios y muertes.
Yo no tengo la solución, solo algunos consejos (varios ya di en artículos anteriores) de cómo aminorar – ya no se puede extirpar – el efecto de este verdadero cáncer que está en plena metástasis y dominará al país en poco tiempo si no se enfrenta.
Que Carabineros cuide las fronteras parece un mal chiste chileno. ¿Para qué tenemos fuerzas armadas, prácticamente sin otras tareas que prepararse para una poco probable guerra y patrullar sin éxito alguno la “zona conflictiva”? El Ejército, con gran cantidad de efectivos, vehículos y tecnología de detección es la perfecta solución para controlar nuestros confines e impedir que diariamente miles los crucen, muchos de ellos porque saben que en Chile la delincuencia es la más fructífera y menos controlada profesión.
La creación de una fuerza especial antidrogas, tipo DEA es impostergable. Si bien la PDI ha tenido mucho éxito en algunas de sus acciones, el narco en vez de disminuir, crece más cada día.
La mera adopción de estas dos medidas daría a las fuerzas de orden tiempo y personal libre de otras tareas para controlar el “crimen chico” que nos invadió cuán tsunami: asaltos callejeros, portonazos, encerronas, robos en domicilios.
Finalmente, está el oscuro problema de la justicia y las cárceles. ¿Cómo es posible que el otro día detuvieran a un asesino que ya estaba condenado por asesinato y andaba libre? Creo que el problema carcelero, su calidad y amontonamiento de presos guía en gran medida a los jueces a dictar sentencias que no agraven aún más esa situación. El problema carcelero es antes que nada financiero: se deben construir nuevas cárceles, mientras también debemos hacer hospitales y otras obras sociales. Quizás una solución puede ser que las prisiones sean también empresas productoras y no solo solventen su mantención, sino que produzcan beneficios para el Estado (hay muchos estudios que profundizan en este tema).
En conclusión, algo – digo: mucho hay que hacer urgente antes de que el crimen tome definitivamente el control de Chile, cuyas consecuencias todas y todos sabemos qué significan.