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25 de Febrero de 2022

La Convención Constituyente y la guerra en Ucrania

El costo de la guerra no parece tan alto cuando nunca se ha experimentado y el valor de la democracia y la paz parecen bajos cuando siempre han estado presentes, no importando cuan documentados estén estos en los libros de historia.

Pareciera ser que las huellas, heridas y aprendizajes que dejó la Segunda Guerra mundial en Rusia se han ido desvaneciendo.
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En el estudio de los sistemas complejos, como por ejemplo las sociedades, una de las características distintivas que emerge es la dependencia de la trayectoria (path-dependency). En simple, esto quiere decir que la evolución del sistema (sociedad) sigue un patrón que está fuertemente guiado por los hechos y decisiones del pasado, una suerte de inercia que guía el comportamiento de los sistemas. Si tradujéramos la dependencia de la trayectoria a la estadística, diríamos que los resultados que experimentan las sociedades tienen una memoria larga, donde los rezagos de los resultados de hoy en día, resultados de años anteriores, muestran un efecto significativo en los resultados actuales. 

La hipótesis que busco ensayar aquí es que la dependencia de la trayectoria tiene memoria finita y que los hechos históricos más lejanos, por significativos que hayan sido, tienen una repercusión menor que hechos recientes, aunque estos hayan sido menos significativos. Por consiguiente, las enseñanzas a partir de hechos traumáticos que experimentaron las sociedades 40 u 80 años atrás van saliendo de la memoria colectiva de las nuevas generaciones, las cuales al no haber experimentado de manera cercana los efectos de los acontecimientos (primera o segunda generación) reducen su real importancia.

Ahora bien, ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene que ver esto con el actuar de parte de la Convención Constituyente y la guerra en Ucrania? Por el lado de la Convención, tanto la actitud como las propuestas de un grupo no menor de la Convención parecieran olvidar las enseñanzas que nos dejó unos de los períodos más negros de nuestra historia, donde quien pensaba distinto no era solo tu rival político, sino tu enemigo, y el diálogo sucumbió ante la violencia. En este sentido, hay quienes parecieran estar confundiendo la redacción de una Constitución que sea una casa común para todos, justamente lo que la anterior no hacía, con la redacción de una versión criolla del Tratado de Versalles, donde se sanciona a los derrotados y se impone un marco a la medida de la cosmovisión de los ganadores. Dirán que ambos casos no son comparables porque una Constitución nace de un proceso democrático y la otra no, lo cual es cierto, no obstante, la legitimidad de origen es una condición necesaria pero no suficiente para la legitimidad de resultado. En este sentido, una Constitución que no sea inclusiva y representativa de la sociedad en su conjunto, imponiendo la perspectiva de un grupo de la sociedad, no tendrá legitimidad de resultado.

Y por el lado de la guerra en Ucrania, pareciera ser que las huellas, heridas y aprendizajes que dejó la Segunda Guerra mundial en Rusia se han ido desvaneciendo. Claro, están los museos y libros de historia que nos cuentan el horror de lo vivido, pero las generaciones que experimentaron la guerra representan hoy un porcentaje menor de la población y, por lo tanto, el aprendizaje vivencial de la guerra se ha ido diluyendo. Esto es palpable no solo a raíz de la incursión militar de Rusia, sino también por la pérdida de valoración de la democracia en las nuevas generaciones y el resurgimiento de grupos fascistas totalitaristas a nivel mundial. De esta forma, la historia se torna cíclica, repitiendo patrones y errores producto de la ignorancia (conocimiento diluido) o simplemente como consecuencia del mesianismo de pensar que esta vez sí será diferente.

El costo de la guerra no parece tan alto cuando nunca se ha experimentado y el valor de la democracia y la paz parecen bajos cuando siempre han estado presentes, no importando cuan documentados estén estos en los libros de historia.

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