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25 de Febrero de 2022

Putin se fue a la guerra

La invasión de Putin es la avanzada de los autoritarismos que quieren extender su influencia y no habrá matices en el resultado final. Un triunfo suyo, aún parcial, como sería quedarse con algunas provincias ucranianas y dejar un gobierno marioneta, será una derrota para los regímenes democráticos y una escala hacia otro episodio mayor.

Que quede claro: esta guerra es decisión de un solo hombre.
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Finalmente ocurrió el peor de los escenarios, el que estaba entre las posibilidades, pero que todos pensábamos y anhelábamos se podía evitar. Putin ordenó la invasión de Ucrania. Digo Putin, porque en su condición de dictador ha desatado una guerra personal, sin la concurrencia de la voluntad de la gran mayoría de la sociedad rusa. Otra vez entonces, se desata la tragedia de un país entero arrastrado por la voluntad de un gobernante, que quiere pasar a la historia como quien restituyó la grandeza del Imperio Ruso o de la ex URSS (última expresión del imperialismo ruso).

¿Por qué llegamos a esta situación? En su discurso a la nación rusa el mismo día de la invasión, Putin dijo que la intervención obedecía a la tarea de terminar con el genocidio de los ruso parlantes en Ucrania y para “desnazificar” al régimen de este país, neutralizando su amenaza a los valores y a la integridad de Rusia. Evidentemente la justificación es una bufonada y un insulto a la inteligencia de cualquiera. Basta decir que el presidente ucraniano es judío y que un vasto territorio de Ucrania Oriental con mayoría ruso parlante está en manos de milicias prorrusas desde 2014.

El verdadero propósito de Vladimir Putin, como ya se dijo, es recuperar territorio de lo que fue la Gran Rusia y dejar su huella en la historia como Iván el Terrible, Pedro el Grande; Catalina la Grande y José Stalin. Desde su mirada, Ucrania no se justifica como un Estado independiente y debe regresar al redil.

Su versión de la Historia no se condice por supuesto con la verdadera crónica de los hechos pasados. Ucrania como unidad política y cultural emergió antes que Rusia y tuvo extensos períodos de independencia hasta ser anexada y repartida entre varias potencias europeas, incluyendo Rusia. Con la revolución bolchevique y el término de la Primera Guerra Mundial, Ucrania quedó íntegramente en manos de la Unión Soviética, la que impuso un régimen de sometimiento a ultranza de esta nación, con la gran hambruna inducida por Stalin en 1932-33. El propósito de esta fue quebrar la base de la resistencia local a la sovietización (entiéndase rusificación), destruyendo al campesinado. Se estima que murieron unos 10 millones de personas en un acto de genocidio cuyos horrorosos detalles han salido solo recientemente a la luz. Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo un resurgimiento nacionalista que vio en los alemanes la oportunidad de recuperar su independencia, lo que fue evidentemente defraudado y que suscitó una nueva represión soviética. Finalmente, en 1991, con la disolución de la URSS, Ucrania recuperó su independencia, con las fronteras administrativas que tenía dentro de la Unión Soviética (al igual que todas las otras ex repúblicas y que no siempre coincidía con los límites históricos ni culturales). En 1994, a cambio de la renuncia de Ucrania a su arsenal nuclear, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido acordaron respetar la independencia, la soberanía y las fronteras de Ucrania. Los tres firmantes se comprometieron a no amenazar con recurrir a la fuerza o utilizarla contra la integridad territorial o la independencia de Ucrania y a no utilizar en ningún caso sus fuerzas armadas contra Ucrania, salvo en caso de legítima defensa o en otros casos previstos por la Carta de las Naciones Unidas. Hoy ese acuerdo parece no existir para nadie.

Ese tratado se suscribió con Boris Yeltsin. Después vendría Putin que claramente tenía la intención de reconstituir la ex URSS, controlando los gobiernos de las ex repúblicas soviéticas o derechamente recuperando territorio. En el caso de Ucrania, intentó en varias oportunidades posicionar a gobiernos favorables, lo que finalmente fracasó con la “revolución del Maidan” por el cual el pueblo ucraniano derrocó y expulsó al gobierno prorruso en el invierno 2013-2014. Como consecuencia de ese fracaso político diplomático, y aprovechándose del caos en Ucrania, Putin usó la fuerza y anexó la península de Crimea (que no obstante ser ucraniana tiene una población casi completamente rusa), así como apoyó la insurrección armada de provincias de mayoría ruso parlante en el oriente de Ucrania. En ese entonces, la población rusa aclamó la anexión de un territorio que consideraban históricamente suyo.

De ese último episodio pasamos a la actual invasión masiva y volvemos a la oportunidad. ¿Por qué ahora? Putin es un apostador y sintió que los países europeos y EEUU no se iban a oponer militarmente y que cualquier sanción que le impusieran no sería un gran inconveniente frente al botín ucraniano (uno de los principales productores de cereales del mundo y potencia minera e industrial en varios campos). Aseguró además el visto bueno de China en su reciente visita a Beijing, oportunidad en la cual ambos países emitieron un comunicado fortaleciendo su alianza. Además de lo anterior, Putin siente que tiene controlado con mano de hierro el frente interno, con todos los opositores encarcelados, muertos o exiliados y ningún retador oficialista a la vista.

Los primeros días de la invasión parecen darle la razón a su apuesta. Ucrania está sola militarmente frente a las poderosas fuerzas rusas y las potencias occidentales se han concentrado en anunciar e implementar sanciones económicas varias, además de reforzar tropas en los países de la OTAN más cerca de Rusia. EEUU está enviando varios miles de soldados a Alemania para tranquilizar a sus aliados de su determinación de usar la fuerza si cualquiera de ellos es atacado.

Lo que está sucediendo evoca dolorosamente al período previo a la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania amenazó con anexar parte de Checoslovaquia en 1938 y, Francia y el Reino Unido accedieron, dejando a este país abandonado. Como dijo entonces Churchill, les ofrecieron a elegir entre la humillación y la guerra, eligiendo la primera, pero sin impedir la segunda que llegó al año siguiente.

En este caso, debe quedar meridianamente claro que las sanciones no serán suficientes para frenar a Putin. Como el lobo que ha probado la carne del ganado y se ha cebado, nada lo detendrá de repetir sus ataques, salvo que lo eliminen.

Putin ha dejado herido de muerte al ya vapuleado sistema de Naciones Unidas, tal como en su minuto ocurrió con la Sociedad de las Naciones. Es ilusorio y contraproducente hablar de la solución pacífica de las controversias frente a esta agresión, y a lo más se conseguirá un espejismo de paz que no será más que una tregua antes de un conflicto más grande.

Las potencias occidentales tienen que asumir que para defender la libertad y en consecuencia la democracia, desgraciadamente hay oportunidades en las cuales hay que verter sangre. Es terrible y duro decirlo, pero la historia nos deja innumerables lecciones del mal mayor que significa esconder la cabeza.

Por eso los países europeos y EEUU deben en primer término volver a proporcionar en forma inmediata y continua armamento a las tropas ucranianas, con el debido entrenamiento e información de inteligencia. Y si Rusia llegara a dominar todo el territorio y mantener su ocupación, entonces financiar y dar respaldo logístico a la resistencia, como ocurriera en Afganistán contra los soviéticos. El objetivo es hacer pagar el máximo precio posible a Putin y sus tropas, de manera que en definitiva cunda el descontento en la sociedad rusa y eventualmente se desmorone su poder.

La invasión de Putin es la avanzada de los autoritarismos que quieren extender su influencia y no habrá matices en el resultado final. Un triunfo suyo, aún parcial, como sería quedarse con algunas provincias ucranianas y dejar un gobierno débil y marioneta, será una derrota total para los regímenes democráticos y una escala hacia otro episodio mayor.

Esta invasión es el reto directo más importante al liderazgo de EEUU desde el término de la Guerra Fría y muchos están observando su desarrollo. De su desenlace dependerá la actitud y definiciones que tomarán muchas potencias, de ahí sus repercusiones en los años venideros en la seguridad mundial. Desde ya está claro que se profundizará la carrera de armamentos y la red de alianzas de defensa. El Derecho Internacional y los sistemas de solución pacífica de controversias van en retirada y es difícil que vuelvan a recuperar su relevancia, cuyo cénit probablemente fue a fines del siglo pasado.

Y desde Latinoamérica y Chile, ¿qué podemos hacer? Poco, pero al menos dar señales, como sería convocar al embajador ruso, retirar nuestro embajador y hasta romper relaciones. También sumarnos a las sanciones económicas por bajo que sea nuestro intercambio. Aunque estamos lejos, no nos salvaremos de las consecuencias de este episodio y, por lo tanto, tampoco es válido esconder la cabeza.

Vivimos días oscuros con gran sufrimiento de los ucranianos que se encuentran solos enfrentando a Rusia y cosas peores van a seguir ocurriendo en el corto plazo. Lo que suceda en el más largo plazo, dependerá de la estatura y de las decisiones de los actuales líderes de las potencias democráticas. ¿Chamberlain y Daladier o Churchill y Roosevelt? ¿Cuál perfil predominará?

En el intertanto, reconfortan un poco el alma las espontáneas manifestaciones contra la guerra por miles de personas en Rusia, a pesar de la dura represión. Que quede claro: esta guerra es decisión de un solo hombre y espero que responda en vida por sus actos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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