El fin de la Carta de las Naciones Unidas
Posiblemente nuestros regímenes internacionales, especialmente el de seguridad, deba cambiar a una nueva estructura que reconozca la realidad geopolítica del sistema internacional, pero por sobre todo implemente una institucionalidad que establezca las condiciones mínimas para el respeto de la dignidad de las personas.
La agresión de Estados Unidos sobre Irak en 2003; la anexión de Osetia del Sur, Georgia (2008) y luego Crimea (2014) por parte de Rusia, sumado el inicio de las hostilidades en el territorio de Donbas (este de Ucrania, 2014) por parte de los separatistas prorrusos; y los castigos colectivos sobre la población de Franja de Gaza (2009, 2014, 2018 y 2021) por parte de Israel, entre otros actos, han demostrado un sistemático incumplimiento de la Carta de las Naciones Unidas en aspectos sustantivos tales como la estabilidad y seguridad internacional, sustentado en principio de abstención al uso de la fuerza para resolver diferencias o controversias.
En efecto, Estados Unidos, Rusia e Israel han venido a reivindicar su derecho al empleo de la fuerza y a transformar en papel mojado el acuerdo de post Segunda Guerra Mundial que había proscrito ese derecho. Por si alguna duda quedaba respecto a este rumbo que nos retorna a un sistema anárquico, Rusia ha iniciado un ataque en contra de todo el territorio de Ucrania argumentando razones geopolíticas y el incumplimiento de la OTAN en materia de espacios de influencia, los cuales habían sido comprometidos tras el desmantelamiento de la ex URSS.
En ese contexto, no hay régimen internacional que canalice esta nueva distribución o reparto de poder global, por lo que las acciones del Consejo de Seguridad de la ONU parecieran estériles (una vez más) ante este escenario.
Tras esta agresión de Rusia en contra de Ucrania, muchos hablan de un nuevo paradigma en materia de relaciones internacionales, otros del regreso del realismo clásico, el cual sostiene que las cosas son como son y no como quisiéramos, advirtiendo que las normas jamás podrán contener los intereses de los Estados.
Personalmente, prefiero esperar que más temprano que tarde se retorne al compromiso con el diálogo, la diplomacia y el respeto por el derecho internacional como condición mínima para la paz. El peor escenario es normalizar estas acciones de violencia desatada y olvidarnos del compromiso con las personas que habitan en los territorios en los cuales no se respeta el derecho internacional y donde no se cautelan sus derechos humanos.
Posiblemente nuestros regímenes internacionales, especialmente el de seguridad, deba cambiar a una nueva estructura que reconozca la realidad geopolítica del sistema internacional, pero por sobre todo implemente una institucionalidad que establezca las condiciones mínimas para el respeto de la dignidad de las personas, partiendo por el derecho a la vida.