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Mientras siga existiendo un grupo que impida la sistematización y universalidad de la educación sexual integral, la empatía, el respeto a las mujeres y las diversidades, seguiremos presenciando con pavor historias como las de Argentina, teniendo un futuro agorero y nebuloso para todas.
Hoy el día que conmemoramos años de lucha por la igualdad de derechos de todas las mujeres en el mundo, podríamos llegar a creer que hemos avanzado, más solo es un espejismo, cuando diariamente nos golpea una realidad que dice lo contrario, ya que estas libertades no son alcanzadas por todas en los diversos lugares de la tierra y como dijo Simone de Beauvoir : “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Visionaria para nuestros días.
Si bien ya podemos votar y salir de la casa sin pedir permiso, esta realidad no es para todas por igual y mientras una no alcance la plena libertad, la lucha sigue siendo intransable. Claro que podemos reconocer espacios donde hemos avanzado, pero la piel se eriza cuando diariamente escuchamos en la radio o leemos en la prensa noticias que develan que los altos niveles de violencia contra nosotras no se acaban. Es como el moho bajo una cáscara ínfima de un barniz lustroso que parece en buen estado, pero que en el fondo está podrido.
No puedo dejar de pensar que un día cualquiera, un grupo de hombres conscientes y organizados puedan secuestrar a una mujer y utilizarla a su gusto y discreción, como si fuera un pedazo de carne sin valor, un desecho viviente que sólo existe para saciar su deseo de poseer, romper, dañar y aniquilar. Más abismante aún es constatar que este tipo de actos ocurren a plena luz del día e incluso al lado de cualquiera de nosotras.
Esos hombres violentos y que actúan a sabiendas de lo que están haciendo no son manada, porque los animales no tienen esas conductas. Tampoco son monstruos, son hijos privilegiados del patriarcado, hijos de una cultura que sigue enseñando que las mujeres son de su propiedad, que si no quieren se las obliga, que están hechas para satisfacer sus deseos y que, si no quieren, que se pudran, la tomarán sin permiso y con ahínco.
Podrán decir que son conductas excepcionales, que no es habitual ver tamaña atrocidad, pero indistintamente de su frecuencia grupal, la frecuencia del abuso sexual, el acoso y la violación es bastante más cercana y corriente.
¿Hasta cuándo se tendrá que seguir instruyendo en lo básico y mínimamente esperable, para seres pensantes y volitivos sobre lo fundamental que es el consentimiento en un acto de connotación sexual? ¿Cuántas generaciones de varones tendremos que esperar para que nuestras niñas caminen tranquilas por las calles, tomen alcohol, vayan a fiestas, duerman en un lugar que no es su hogar sin riesgo inminente a ser agredidas, acosadas o presionadas a hacer algo que no quieren?
Así como vamos tendremos que esperar bastantes años si consideramos que estamos en un país pacato y miedoso que teme educar en sexualidad, diversidad y respeto, dejando en la pornografía y en las redes sociales la instrucción de las/os jóvenes una parte fundamental de la vida. Prefieren eso a propiciar la libertad de pensamiento, la conciencia crítica y formar seres pensantes.
Mientras siga existiendo un grupo que impida la sistematización y universalidad de la educación sexual integral, la empatía, el respeto a las mujeres y las diversidades, seguiremos presenciando con pavor historias como las de Argentina, teniendo un futuro agorero y nebuloso para todas.
Creo que el primer paso es dejar de ser neutrales, ponerle nombre al acoso, a la violación y abuso. Dejar de mirar para el lado o callar situaciones de vulneración, dejar de defender lo indefendible (hijos, amigos, hermanos, etc.) y siempre creer a las víctimas.
A los varones que se autodenominan deconstruidos se les pide silencio, coherencia, dejar libres los espacios separatistas por respeto a las mujeres, realizar un trabajo consistente con sus amigos desarrollando una posición real de cambio y vigilancia; dejar de justificar y avalar acciones invasivas y violentas para que, de una vez por todas, dejen de mostrarse como una publicidad engañosa.