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10 de Marzo de 2022

La condena a la guerra no admite hipocresía

La condena de la violencia abusiva y de la guerra injusta, como es el caso de la invasión de Rusia a Ucrania, debe formularse de manera clara y directa. No debemos dejar espacio para interpretaciones que pueden convertirse en hipocresía. 

Por Joanna Pérez
El gobierno de Chile y Gabriel Boric han condenado el conflicto creado por Rusia.
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En estas semanas hemos visto lo que parecía imposible: bombardeos a distintas ciudades de Ucrania, bajas civiles, destrucción de ciudades y construcciones cívicas, éxodo de más un millón y medio de habitantes de dicho país, y el reflotamiento de las imágenes de la Guerra Fría que creíamos enterradas para siempre.  

Es cierto que estas tensiones tienen historia: del lado ruso, recuperar una hegemonía histórica, sin otro fundamento que la seguridad de Rusia; del lado ucraniano, avanzar a la democracia como diversos países satélites de la Unión Soviética, ninguno de los cuales desea volver a vivir bajo la influencia o control de Rusia.


El 24 de febrero pasado esta larga tensión terminó de la peor manera: la invasión de tropas rusas, instruidas directamente por Vladimir Putin, a territorio ucraniano en lo que parece ser el intento de reflotar el poder y expansión de lo que fuera la gran Rusia, en una época convertida en la Unión Soviética. 

Nosotros los demócratas, -quienes siempre debemos apostar por la paz, y la vigencia de los tratados internacionales, el derecho internacional y la protección de la vida, sólo tenemos una postura posible: rechazar la guerra, la invasión a Estados soberanos, en particular a las democracias, exigir respeto por los derechos humanos y apoyar siempre la salida pacífica a los conflictos. Sin embargo, tras la invasión hemos visto cómo distintos países y organizaciones han optado por el silencio y en el peor de los casos, la complicidad con Rusia.

Sin embargo, en la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas, tan solo cinco países (los de siempre: Corea del Norte, Eritrea, Siria, Bielorrusia y Rusia) votaron contra la resolución condenatoria de la agresión rusa, 35 se abstuvieron, 12 no asistieron (entre ellos Venezuela), pero una abrumadora mayoría de 141 países apoyó la condena.

El gobierno de Chile y el Presidente electo han condenado el conflicto creado por Rusia. Gabriel Boric ha respaldado al gobierno ucraniano y sin tapujos habló derechamente de invasión del territorio. Es más, compartió por redes sociales el discurso del Presidente Volodímir Zelenski, en el cual echa por tierra las acusaciones rusas con que justificaron la invasión, como el hecho de invocar una “detención del nazismo” en el territorio ucraniano, a pesar de que Zelenski es judío y de que Rusia días atrás bombardeó el memorial de las víctimas judías ejecutadas por los nazis en Kiev durante la Segunda Guerra Mundial. 

La posición del presidente electo que comparto plenamente, no solo condena la invasión, sino que reconoce con su acción el heroísmo patriótico de Volidimir Zelinski, convertido en un ícono internacional como un líder pacífico y actual arquetipo de cómo un demócrata enfrenta con coraje humanista la grave situación creada por Vladimir Putin en Ucrania y en el centro de Europa.

La posición del Presidente Gabriel Boric no ha estado exenta de críticas que han provenido de sus socios de coalición que tienen una visión distinta del conflicto, evitando condenar la invasión de Ucrania, relativizando lo sucedido en ese país, e incluso deseando que terminen las sanciones hacia el país a cargo de Putin mientras la crisis humanitaria continúa.

Los jefes de Estado de Argentina, Brasil y México -países claves en nuestro continente- aparecían en una posición ambigua frente a la flagrante invasión de Ucrania. No obstante, el claro voto de condena a Rusia en la votación de la Asamblea General despejó algunas dudas. Cuba, Bolivia y Nicaragua se abstuvieron y Venezuela no pudo votar. Estas decisiones en algo morigeran la negativa  imagen de América Latina, región que debería estar a la cabeza de la lucha democrática internacional, así como en su compromiso con la paz y la protección de los derechos humanos y las libertades, de manera muy especial por su historia y sus luchas para lograr que estos valores se implanten de manera definitiva

Por otra parte, algunas organizaciones, como el “Grupo de Puebla”, que reúne a presidentes, ex presidentes y dirigentes políticos del ámbito que sería de los progresistas de América Latina, no condenaron con claridad  la invasión rusa. Sin embargo, sí llamaron con mucha energía al fin de las sanciones económicas sobre el país de Putin. Espero que los resultados de Naciones Unidas los conduzcan a recapacitar sobre sus atolondradas opiniones.

Considero que, frente a conflictos como el provocado por Rusia en Ucrania, debemos comportarnos con claridad, expresando con sentimiento los valores fundamentales de Chile: libertad, democracia, derechos humanos, respeto a los tratados y acuerdos internacionales, rechazo a la violencia y lucha por la paz y la justicia. En este aspecto tenemos una tradición antigua y también contemporánea, tal como lo hizo el Presidente Ricardo Lagos el año 2003 cuando se opuso a dar su venia a la invasión de Irak en una tensa, larga y valiente conversación con George Bush, así como con una nítida posición en los debates del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, al cual pertenecíamos en esa época. 

Condeno la invasión rusa, sin ambigüedad. Por convicción personal como demócrata cristiana y también la condeno por responsabilidad democrática. La condena de la violencia abusiva y de la guerra injusta, como es el caso, debe formularse de manera clara y directa. No debemos dejar espacio para interpretaciones que pueden convertirse en hipocresía 
 

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