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29 de Abril de 2022

Elecciones francesas, ¿un respiro?

Francia en estas elecciones ha quedado claramente dividida en tres bloques y está por verse cómo los radicales de derecha e izquierda capitalizan el descontento en las próximas elecciones legislativas. Según los resultados, Macron tendrá que gobernar en una incómoda cohabitación con la derecha o la izquierda, salvo que logre amalgamar retazos y constituir una frágil e inestable mayoría.

En el 2017, Macron sacó el 66% frente al 34% de Le Pen, mientras que en esta oportunidad el resultado fue 59% contra 41%, respectivamente.
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El 25 de abril se realizó la segunda vuelta presidencial francesa, entre el incumbente, Emmanuel Macron y Marine Le Pen, líder del partido Agrupación Nacional (ultraderecha), triunfando el primero en un déja vu de la segunda ronda de 2017. Pero, ¿fue una repetición? En el resultado final indudablemente que sí, pero si miramos otros factores, el panorama es bien distinto y la derrota de la ultraderecha no es para quedarse tranquilos.

En el 2017, Macron sacó el 66% frente al 34% de Le Pen, mientras que en esta oportunidad el resultado fue 59% contra 41%, acortándose la distancia entre ambos candidatos. Si miramos con más perspectiva, es impresionante la progresión que ha tenido la ultraderecha. En 2002, Jean Marie Le Pen, padre de Marine y fundador del partido Frente Nacional (al que Marine posteriormente cambió de nombre) sacó 16,86% y pasó a segunda vuelta contra Jacques Chirac, siendo derrotado estrepitosamente. En las elecciones presidenciales de 2012, su hija Marine obtuvo 17,9%, y en 2017 y 2022 los porcentajes ya señalados, pasando a segunda vuelta.

Al fenómeno del alza de más de 23 puntos en 10 años para Le Pen, se suma en esta ocasión una abstención récord con el 28%, la más alta desde 1969 en una segunda vuelta presidencial. Y entre los que no votaron existe una alta proporción de jóvenes, desencantados no solo con Macron, sino más preocupantemente con el sistema democrático. Entre los jóvenes de 25 a 34 años, la tasa de abstención fue del 46%, según un sondeo de Ipsos tras la primera vuelta, mientras que entre los jóvenes de 18 a 24 años, la tasa de abstención fue del 42%. En ese escenario, Macron triunfó con el 38% del electorado total. Además, sobre el 40% de los que votaron por Macron declaran que lo hicieron para que no saliera Le Pen.  

En suma y no obstante ser el primer mandatario reelegido tras 20 años, Macron asume su segundo período en una posición débil y le resta enfrentar los comicios legislativos entre el 12 y 19 de junio, arriesgando probablemente perder su mayoría parlamentaria actual y tener que desarrollar su nuevo quinquenio en un régimen de “cohabitación” (es decir con un primer ministro de oposición).

¿Por qué se llegó a este escenario? Claramente hubo señales que no fueron asumidas correcta o plenamente. En primer lugar, está el desfondamiento del sistema de partidos políticos tradicionales. En las elecciones de 2017, Macron obtuvo 308 escaños para su recién creado partido La République en Marche, de un total de 577 en la Asamblea Nacional, sumando además 42 curules aliados. Y ello habiéndose constituido su partido un poco más de un mes antes de los comicios. Eso fue un batacazo para el sistema de partidos en todo su espectro y reveló la alta insatisfacción de los franceses con ellos y su anhelo de renovación. Cinco años después, la crisis partidaria se profundiza, con los candidatos de derecha e izquierda tradicional sacando porcentajes irrisorios en primera vuelta, muy por debajo de las posturas extremas de Le Pen y de Jean Luc Mélenchon, líder del partido Francia Insumisa (ultraizquierda) y también candidato participante en 2017, quien estuvo a punto de pasar al balotaje con más del 20% de los votos. Anecdóticamente es tal la decadencia del histórico partido socialista, que tendrá que vender su sede histórica para pagar los gastos de campaña.

Lamentablemente, La République en Marche demostró no ser más que una extensión de Macron, sin autonomía ni liderazgos alternativos y es muy probable, como ya lo dije, que pierda una buena proporción de sus escaños. En suma, en estos cinco años se ha profundizado la fragmentación junto con la polarización, y la renovación del sistema de partidos políticos parece haberse frustrado.

A lo anterior hay que sumar un creciente y profundo malestar social, fundado en el deterioro económico de los franceses. Eso explica que un alto porcentaje de la clase trabajadora esté votando por la ultraderecha, al sentir que las otras opciones no se han preocupado realmente de ellos.

La manifestación emblemática de este malestar social estuvo en los chalecos amarillos, que tuvieron en jaque a Macron y lo forzaron a impulsar un diálogo nacional para hacerse cargo de sus demandas, que básicamente se refieren a las condiciones de vida. A pesar de sus esfuerzos y genuina preocupación, además pandemia mediante, Macron no fue exitoso en cambiar este estado de ánimo. Muchos sienten que hay una Francia de varias velocidades y que grandes segmentos están siendo dejados atrás. Y en ese contexto, las opciones radicales de derecha e izquierda cobran más atractivo. En el primer caso, la ultraderecha propone salirse de la Unión Europea y “recuperar” soberanía para aplicar políticas que favorezcan a la población, sin estar sometida a los dictados de Bruselas. Ello, además de frenar y revertir lo que se considera una inmigración excesiva y que está cambiando la naturaleza de Francia (hablan de islamización). En el caso de la extrema izquierda, la propuesta es reforzar el papel del Estado y de la seguridad social, además de desarticular o morigerar lo que se considera una economía excesivamente capitalista.

El punto común de ambos extremos es otorgar mejores condiciones de vida a la población (al costo de menor libertad y, por supuesto, sin asegurar la viabilidad en el largo plazo de sus propuestas).

Francia en estas elecciones ha quedado claramente dividida en tres bloques y está por verse cómo los radicales de derecha e izquierda capitalizan el descontento en las próximas elecciones legislativas. Según los resultados, Macron tendrá que gobernar en una incómoda cohabitación con la derecha o la izquierda, salvo que logre amalgamar retazos y constituir una frágil e inestable mayoría. En cualquiera de los escenarios, el presidente la tendrá muy difícil y podrá materializar pocas iniciativas propias.

Por eso Macron ha declarado que el nuevo período que se inaugura, no será una continuación del primero y que procurará plantearse en forma distinta, de acuerdo a la coyuntura histórica.

Pero como sabemos, la política es una de las actividades humanas en las cuales se vive y presencia regularmente la muerte y resurrección de un candidato, líder y partido. Hoy quien está muerto puede revivir en unas semanas más y al revés. La próxima batalla de Macron es asegurar un triunfo legislativo (o evitar una debacle). Al respecto, resuena una de las frases de Napoléon I (el anterior gobernante francés más joven desde la revolución): “¿Qué es el gobierno? Nada a menos que sea respaldado por la opinión pública”.

Mientras prosigue la definición del rumbo político de Francia, la Unión Europea respira con un alivio pasajero. Se ha evitado una opción extrema por el momento, pero nada indica que en las próximas elecciones triunfe finalmente la ultraderecha o que, incluso antes, pueda incidir fuertemente en el rumbo del gobierno de Macron.

Si la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) fue muy perjudicial, el retiro de Francia sería desastroso, no solamente porque este país ha sido uno de los artífices principales del bloque, también su conductor y sostén principal en collera con Alemania. La salida de Francia sería un golpe casi mortal al proyecto de integración como un actor que pudiera sostener una posición autónoma en la competencia y rivalidad entre Estados Unidos y China.

La encrucijada de Francia es también una disyuntiva para la UE, y corresponderá a los franceses y su liderazgo despejarla. ¿Virar muy a la derecha o muy a la izquierda? Un grande de Francia, Charles de Gaulle, hace décadas daba algunas pistas: “Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero”. O, “¿Cómo esperan que funcione un sistema de partido único en un país con más de 246 diferentes clases de queso?”

 

 

 

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