Les niñes por decreto
Se parte por indicar que no se debe decir “menores” y que lo correcto, lo inclusivo, es hablar de niños, niñas y niñes. Esto para englobar a los infantes no binarios, de condición fluida.
Cuando no terminábamos de asimilar la propuesta de reemplazar la palabra mujer por el uso de la expresión “personas menstruantes” en un proyecto de ley de la Cámara de Diputados, la Subsecretaría de la Niñez saca sus recomendaciones lingüísticas en favor de los niños.
Parte por indicar que no se debe decir “menores” y que lo correcto, lo inclusivo, es hablar de niños, niñas y niñes. Esto para englobar a los infantes (e infantas, no confundir con las de España) no binarios, de condición fluida. También sentencia que no se puede usar el posesivo plural “nuestros” ni tampoco el singular “mi” o “mis” para referirse a les “niñes” porque no son muebles, ni cosas, ni parte del patrimonio de nadie. Les niñes son entidades independientes, no menstruantes aún –en el caso de las niñas–, y los niños son proyectos de personas fertilizantes. Agrega que tampoco hay que atreverse a suponer que “los niños son el futuro”, porque –y que les quede claro– “son el presente y deben visibilizarse”.
Gabriela Mistral, notable educadora a la que suelo citar, probablemente haya intuido por dónde iba la cosa cuando afirmó que “el futuro de los niños es hoy” y dijo de manera poética que la urgencia de los problemas sociales que los aquejan obliga a abordarlos ya. Persona práctica y de inteligencia superior, tanto en su etapa menstruante como en la menopáusica, se habría impresionado con la idea de una incipiente policía del lenguaje, inspirada en una ideología de género, proclamada por personas menstruantes, generalmente de chasquilla cortada a la mitad de la frente y voces pequeñas y agudas. Y habría clamado, como lo hizo toda su vida, que hay que darles educación, atención, cariño, dignidad, y que eso no se consigue buscando nuevas maneras de nombrarlos, sino trabajando por ellos.
Cuando aparecen ocurrencias como ésta, es imposible no pensar en la horrorosa y fracasada Revolución Cultural de Mao, donde partieron por cambiar los nombres de las calles en el contexto de la política de la destrucción de los 4 viejos -Viejas Costumbres, Vieja Cultura, Viejos Hábitos y Viejas Ideas-, y de ahí saltaron a la reeducación de los intelectuales y cualquiera que no suscribiera la nueva cultura, enviándolos a granjas, donde hasta hoy no se sabe cuántos millones de personas menstruantes, fertilizantes, menopáusicas– perecieron por no suscribir esa dictadura del pensamiento, expresada en el lenguaje.
La semana pasada anduve visitando programas sociales para personas en situación de calle (antes se decía vagabundos, indigentes, mendigos) y adultos mayores (antes se decía senescentes, viejos, ancianos) en la región de O´Higgins. En eso estaba, cuando una persona menstruante que trabaja como voluntaria en una hospedería y ha creado una fundación para acoger a quienes no tienen casa, me dice que no usa la palabra “acogido” ni menos “usuario” para referirse a “los hermanos” que vienen a pedir refugio. “Aunque mis hermanos sanguíneos, me digan que parezco evangélica (antes se decía canuta), hermanos es la manera que me nace y me parece más apropiada para tratarlos”, explica. Y agrega: “Tampoco les acepto que me traten de tía, como es común entre ellos para referirse a las trabajadoras y técnicas sociales. Soy tu hermana, no tu tía, les digo”.
Yo le comento que uno muy dado a tratar de “hermano” es Evo Morales, el ex presidente de Bolivia. Claro que para él, hay hermanos y hermanos. Les dice hermanos a los peruanos, pero no a los estadounidenses. Y trataría al hermano Boric como tal, pero jamás hablaría del hermano Piñera.
Cuestiones del lenguaje inclusivo que se quiere imponer por decreto.