Cumbre de las Américas
En lo que se refiere a la participación de Chile, ha sido una oportunidad para el presidente Boric de tener tempranamente roce regional, compartiendo con la mayoría de los gobernantes del hemisferio, así como con empresarios y miembros de la sociedad civil.
No es usual que los jefes de Estado y gobierno de un continente se reúnan con cierta regularidad. La Cumbre de las Américas fue impulsada por Estados Unidos en 1994 bajo el presidente Clinton, precisamente con la intención de desarrollar una agenda común de largo plazo bajo el liderazgo de ese país. En el contexto global, junto con África, somos los únicos continentes que tienen esta instancia periódica y que agrupa a todos los países (al menos nominalmente). En el resto del mundo estas cumbres son más acotadas geográficamente.
Debemos recordar que en 1994 Estados Unidos había emergido hacía unos pocos años como ganador de la Guerra Fría, inaugurando un período de indiscutido predominio, incluyendo la promoción de un sistema económico abierto y global.
Conceptualmente, estas cumbres son la oportunidad de tener un diálogo político al más alto nivel y de impulsar más fuertemente ciertos temas acordados por los gobernantes. Se concibió una regularidad de cada tres años, sin perjuicio de encuentros extraordinarios. La última versión tuvo lugar en Lima en 2018.
Mirando para atrás y más allá de los objetivos del diseño inicial, podemos ver como el mecanismo ha ido perdiendo eficacia y relevancia. Ello se debe a la combinación de un continente con una inveterada tendencia a la fragmentación más allá de su “riqueza” en esquemas de integración, así como por la pérdida de influencia de Estados Unidos, global y regionalmente.
En efecto, durante la mayor parte del siglo XXI Estados Unidos ha estado volcado a otros escenarios, dejando la relación continental en un discreto plano. En la primera década de este siglo, ello pareció no importar (desde la perspectiva estadounidense) porque coincidió con el boom de las materias primas y parecía que América Latina al fin iba a escalar a un nivel superior, disminuyendo las asimetrías con Canadá y el propio EEUU. Lamentablemente, ese período fue sucedido por una segunda década de estancamiento, rematada por la pandemia que hizo más evidente y agudizó los graves problemas que arrastra nuestra región: pobreza, corrupción, criminalidad y débil gobernanza democrática.
Mientras EEUU miraba para otro lado, China extendió su intercambio e inversiones con los países de la región y en dos décadas se ha convertido en el primer socio comercial de una parte importante del continente, además de ser una fuente cada vez más relevante de inversión para buena parte del mismo.
Biden, siendo vicepresidente en la administración de Obama, estuvo a cargo de las relaciones con la región y vio esta transformación y cómo la influencia de su país iba diluyéndose, por eso como parte de su programa de campaña, se propuso recuperar el terreno perdido en lo que su país ha considerado tradicionalmente su área de influencia inmediata (en otras épocas el “patio trasero”).
Durante la presidencia de Trump, la relación hemisférica se redujo al mínimo. Su administración veía a Latinoamérica como una fuente de todo tipo de problemas incluyendo una oleada de migrantes hacia EEUU, por lo que literalmente se concentró en construir un muro para aislarse del sur.
Con los demócratas de regreso, Biden ha intentado reactivar las relaciones de su país con la región, imprimiendo un nuevo sello. En esa perspectiva, desde que asumió ha realizado varias actividades e impulsado políticas relacionadas con la región. Algunas de ellas inspiradas en sus ideas personales y en su conocimiento de la dinámica continental fraguado durante su vicepresidencia, y otras como reacción a demandas domésticas. Entre las últimas está el tema migratorio, que se ha convertido en uno de los ejes de la discusión política local y que sin duda definirá las próximas elecciones.
La migración se ha convertido en el problema más acuciante para EEUU, con una movilización cada vez mayor de personas de diversas partes del continente que buscan escapar de sus duras realidades. Eso explica las reuniones de Biden con el presidente de México y el temprano mandato otorgado a la vicepresidenta Harris para coordinar un plan de ayuda a los países que son la principal fuente de emigración a EEUU, como son los del denominado “triángulo del Norte” (El Salvador, Honduras y Guatemala).
A la centralidad de este tema, se suma la rivalidad con China y, en estrecha relación con aquello, el fortalecimiento de la democracia. Finalmente, la circunstancia de contar con una numerosa comunidad latina, cada vez más influyente política y económicamente, también ha sido un factor que ha revitalizado el interés de EEUU por la región.
A partir de esas premisas, Biden impulsó esta Cumbre de las Américas, buscando un alineamiento regional acorde con sus prioridades. Sin embargo, ha quedado en evidencia la notoria pérdida de ascendiente de EEUU, partiendo por la convocatoria. A los excluidos por su condición de dictaduras (Cuba, Venezuela y Nicaragua), se suma la no concurrencia de varios mandatarios, incluyendo los gobernantes de México, Bolivia, Honduras, El Salvador, Guatemala y Granada. En el caso de Uruguay, el presidente Lacalle debió restarse por COVID. Además, en algún momento otros consideraron no participar (incluyendo Argentina y Brasil), lo que motivó el envío de un emisario especial del presidente Biden para convencerlos de asistir.
La inasistencia del presidente López Obrador se debe a varias razones. En primer lugar, abogó desde el principio por integrar a Cuba, Venezuela y Nicaragua amenazando con no ir de no ser invitados, lo que cumplió. México presidió hasta hace poco la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC y precisamente su énfasis en la revitalización de ese foro fue la no exclusión de ningún miembro por razones políticas. Además de esa posición, López Obrador tiene su propia agenda con EEUU y sabe que el tema del control migratorio y el rol que en ello le cabe a México, le da un amplio margen para sacar concesiones de su vecino.
La ausencia de los otros responde en parte a las mismas razones, a las que se suman en el caso del “Triángulo del Norte” (El Salvador, Honduras y Guatemala), a la frustración de no ver materializada la anunciada masiva ayuda norteamericana, en contraste con los ingentes recursos que regularmente se envían a Ucrania.
Siendo un signo del renovado interés del gobierno norteamericano en la región (aunque sea más por causa de sus problemas y amenazas que por las oportunidades que presenta), la cumbre deja más interrogantes que respuestas. ¿Dará EEUU continuidad a este esfuerzo? ¿Irá más allá del nivel declarativo? Salvo tal vez por una mayor incidencia en América Central, no se ve un cambio sustantivo en el corto plazo. El gobierno de Biden en su segunda mitad estará probablemente volcado al ámbito interno tratando de conseguir otro período para los demócratas, mientras que los republicanos, más allá de la dimensión de seguridad que incluye la migración, no tienen mayor interés en la región.
Contribuye a ese estado de cosas la circunstancia de que América Latina pesa cada vez menos en el concierto global. Por eso, es fundamental que nuestra región sume fuerzas y colabore de verdad para enfrentar grupalmente los múltiples desafíos que se nos presentan y hacerse más atractiva.
Ha abundado en el discurso de nuestros representantes la demanda por tener una relación de socios con EEUU. Para que ello así ocurra, debemos integrarnos de verdad. No hay otra alternativa para tener incidencia en las transformaciones en curso globalmente. De lo contrario seguiremos siendo meros espectadores, asumiendo las consecuencias de las decisiones y acciones de otros actores.
En el estado fraccionado en que se encuentra nuestra región, hay espacio para retomar con fuerza la integración. Eso lo ha visto el presidente mexicano quien ha apostado por revitalizar la CELAC. Ojalá que eso no se sume a la colección de esfuerzos estériles.
¿Y en lo que se refiere a la participación de Chile? Ha sido una oportunidad para el presidente Boric de tener tempranamente roce regional, compartiendo con la mayoría de los gobernantes del hemisferio, así como con empresarios y miembros de la sociedad civil. Estas instancias son muy valiosas para futuros contactos y gestiones, pero también porque permiten contrastar ideas y experiencias y mirar con otros ojos lo que está pasando en el propio país, a partir de un conjunto mayor. Sin duda que ello ayuda a entender que no es suficiente el voluntarismo y que muchas de las ideas que se tienen no son nuevas y se han tratado de implementar antes, con éxitos y fracasos que se pueden recoger.
En esa línea, la llamada “política turquesa” que el nuevo Gobierno impulsa con una iniciativa para proteger los océanos en la región, viene ejecutándose desde antes y notoriamente desde el segundo período de Bachelet, cuando en 2015 Chile hizo de anfitrión de la cumbre mundial para la protección oceánica. Es bueno ver una continuidad en aquello, con un mayor sentido de urgencia y prioridad.
En la dimensión económica, que era un objetivo relevante por las inversiones estadounidenses y canadienses en Chile, respecto de si el Presidente logró calmar la incertidumbre de los empresarios, sin duda que el discurso no basta. Pero por lo menos los encuentros con la comunidad empresarial deben haber servido para aquilatar el rol que cumple la inversión extranjera en el país y los efectos de su eventual salida de nuestra economía. Ello además considerando que durante el segundo semestre podríamos entrar en recesión y que el próximo año el crecimiento sería prácticamente nulo. El programa gubernamental, así como las necesidades de la población no se podrán desarrollar sin recursos y una forma de hacerlo es atrayendo más inversión y respetando la que ya está.
Soy un convencido de que hay un espacio para actuar regionalmente entendiendo que la suerte del conjunto beneficia directamente a cada parte, y que nuestro país puede ser protagonista. ¿Seremos capaces?