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17 de Junio de 2022

Verano ardiente

El mundo se está convirtiendo en un lugar más caliente y el alza de las temperaturas está generando una multiplicidad de cambios, que incluyen la alteración de las corrientes de vientos y marinas, las que están tornando al clima en un fenómeno aún más impredecible.

Por Redacción EL DÍNAMO
Año tras año las olas de calor han ido empeorando, y en lo que va del 2022, el hemisferio norte ha batido todos los registros. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Mi estación favorita es el verano. La asocio con buen clima y la posibilidad de bañarse en alguna superficie de agua y acceder a una gran cantidad de frutas y verduras que solo se dan en esa temporada. Pero el verano se está convirtiendo crecientemente en un período de radiación extrema y calor excesivo que, junto con poner en riesgo la vida de ciertas personas, incrementa el peligro de incendios y afecta a la flora y fauna en general, las que están expuestas a un estrés cada vez mayor durante este período.

Es indudable que el verano amable que quedó grabado en mi memoria ha estado mutando (lo mismo que las otras estaciones por lo demás) y perdiendo su atractivo original. Y este cambio es una tendencia irreversible de consecuencias incalculables, producto de la actividad humana y sus emisiones de gases de efecto invernadero.

El mundo se está convirtiendo en un lugar más caliente y el alza de las temperaturas está generando una multiplicidad de cambios, que incluyen la alteración de las corrientes de vientos y marinas, las que están tornando al clima en un fenómeno aún más impredecible. Esto incluye fenómenos cada vez más virulentos y extremos, incluso fuera de temporada, con gran destrucción y hasta pérdida de vidas humanas.

Año tras año las olas de calor han ido empeorando. En lo que va del 2022, el hemisferio norte ha batido todos los registros, lo que ha estado opacado por otras circunstancias como la guerra en Ucrania y porque varios de estos episodios venían ocurriendo en países menos desarrollados y por lo tanto menos noticiosos.

En la India se registraron las temperaturas más altas de marzo y las terceras más altas de abril en 122 años de registros con 33,10°C y 35,30°C en promedio, y en Pakistán se dio el abril más caluroso desde que hay mediciones. Antes el año 2010 en los mismos meses, detentaba el récord de temperaturas. Los científicos proyectan que sin tener en cuenta el cambio climático, la probabilidad de superar un evento de calor como el ocurrido en 2010 sólo se esperaría una vez cada 312 años. Pero, si se tienen en cuenta los efectos actuales del cambio climático, se espera que se produzcan tales episodios cada 3,1 años. Para finales de siglo, las probabilidades podrían aumentar incluso a cada 1,15 años. Esto significa, haber aumentado al menos en cien veces la posibilidad de recurrencia del fenómeno.

Ahora Europa y América del Norte están experimentando la misma condición. En España se está dando el episodio más temprano en 40 años después del mayo más caluroso desde hace al menos 100 años. En Estados Unidos más de 100 millones de personas han estado sometidas a episodios críticos de calor por estos días con temperaturas por sobre los 45°C en Arizona y Texas y de 38°C en el centro del país. Esto, junto con empujar el consumo energético y de agua para capear el calor, está afectando fuertemente a las personas de bajos ingresos y de mayor edad, que no cuentan con aire acondicionado en sus hogares. Esto incluso ha generado un incremento en las muertes por causas relacionadas con el alza de las temperaturas.

Lo que afecta a los humanos también aplica a los animales. Miles de vacunos murieron en Kansas durante el fin de semana por la combinación de calor con humedad.

El cuerpo humano puede soportar temperaturas de hasta 50 °C si el clima es seco. Pero no sucede lo mismo cuando el clima es húmedo y caluroso. Esto sucede cuando la humedad es muy alta, pues el sudor no puede disiparse tan fácilmente para refrescar nuestros cuerpos. Las nuevas evidencias sugieren que 31 °C es la máxima temperatura que podemos tolerar en condiciones de humedad antes de sufrir un golpe de calor. Si nos exponemos a temperaturas y humedad más altas, la muerte es inevitable.

Lo preocupante es que, en algunas partes del mundo como el Golfo Pérsico, Centroamérica, el Subcontinente Indio, y en el Sudeste Asiático, la probabilidad de alcanzar la combinación mortal es cada vez mayor.

Considerando que las altas temperaturas vinieron para quedarse, incluyendo olas de calor que no solo ponen en riesgo nuestra salud, sino que alterarán nuestras dinámicas impactando en la economía, es fundamental prepararse para mitigar su impacto.

La experiencia mundial ya da varias luces de prácticas y experiencias útiles, desde lo más coyuntural hasta cambios más profundos. Con relación a la emergencia, lo primero es proteger la salud de la población. Para ello, se pueden llegar a suspender actividades como las clases escolares y la propia jornada laboral, o al menos de aquellos que están más expuestos. Junto con eso, se pueden habilitar refugios de “enfriamiento” donde las personas sin recursos pueden capear el calor. En Estados Unidos en estos días se han abierto colegios y centros comunitarios con aire acondicionado y abundante suministro de agua para que las personas en situación de calle o que no tengan climatización en sus hogares puedan permanecer en ellos durante la crisis. También se ha reforzado la vigilancia en la red eléctrica para evitar la caída del servicio.

Pero sin duda que se requieren cambios más estructurales y ello pasa por el tema urbano. Es imperativo reverdecer masivamente nuestras ciudades, priorizando la plantación de árboles, cuya sombra reduce sustancialmente la temperatura de nuestras calles. Pero no solamente eso, las murallas verdes, es decir muros con enredaderas y plantas han demostrado bajar en más de 20 grados la temperatura respecto de superficies desnudas. Así como las murallas, es fundamental aislar nuestros techos que son puntos importantes de captación de la radiación. Ahí también se pueden poner plantas para reducir la temperatura, pero alternativamente es posible pintarlos de color blanco o de un tinte claro para reflejar el calor.

En India ya se han desarrollado varios proyectos de intervención de techos, uno de los cuales en 2017 involucró a más de 3.000 viviendas en la ciudad de Ahmedabad, en el oeste de India, donde las temperaturas en verano pueden alcanzar los 50ºC. Ahí se ha logrado bajar la temperatura en hasta un 5°C con relación a los techos tradicionales, con una inversión de muy bajo costo.

Respecto a la pavimentación que concentra mucho del calor de nuestras ciudades, es posible reducir su impacto favoreciendo colores claros de manera de aumentar el reflejo solar. Ello también se puede lograr incrementando la permeabilidad del pavimento, de manera que la humedad subterránea pueda aflorar.

La propia construcción y su materialidad inciden en el aislamiento de las viviendas y edificaciones públicas, y ahí hay mucho que hacer, particularmente en materia de adaptación y reconversión, con un activo papel estatal.

En Europa y EEUU hay vastos programas de subsidios y recortes tributarios justamente para hacer las viviendas más eficientes en términos energéticos y proteger a sus moradores de las temperaturas extremas que se vienen.

El tema energético es crucial y las energías renovables deben insertarse en las ciudades para que estas sean lo más autosuficientes posibles frente a episodios extremos. Es así como ya es cada vez más común ver paneles solares en los techos e incluso en las paredes de las construcciones.

Finalmente, los estados deben mejorar la gestión del agua para que este vital elemento esté siempre disponible y especialmente en períodos de calor.

Lo que está ocurriendo en el hemisferio norte no es exclusivo de esa parte del mundo. Aunque quizás no repliquemos las mismas temperaturas máximas, sí tendremos fenómenos similares y urge prepararse, partiendo en nuestro caso por la gestión del agua.

De veranos calientes estamos pasando a veranos ardientes, y lo que para la mayoría en algún momento pudo ser la mejor estación, podría ser la peor. De lo que hagamos hoy dependerá no solo nuestro bienestar local y global, sino la sobrevivencia de muchas personas.

 

 

 

 

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