Educación Superior en Chile: una mirada crítica (pero esperanzadora)
Podemos hacerlo con políticas públicas e iniciativas privadas. Podemos, si nos liberamos de viejos conceptos y prejuicios. Podemos, si de verdad queremos.
¿Por qué en Chile tenemos la obsesión de estudiar en la universidad? Para responder, habría que viajar muy atrás en la historia, ya que factores sociales, económicos y antropológicos inciden en una respuesta profunda.
Sin embargo, trataré de resumirlo desde mi mirada: en el inconsciente colectivo “ser universitario” está asociado a mejores salarios, mayor status, “mejor vida”.
Para la gran clase media, es “dar el salto”, “cambiar la historia”. Para la pequeña clase acomodada, es –muchas veces– continuar la “tradición familiar”, acceder al “primer mundo”, responder a las expectativas.
Esta realidad la entendieron las autoridades cuando en 1981 se fragmentaron las universidades públicas, se dictó libertad de enseñanza superior y se crearon las universidades privadas de hoy.
“El mercado” respondió, y la ley de la oferta y demanda funcionó como reloj. Hoy, las 60 universidades que hay en Chile, concentran el 58% de los estudiantes de Educación Superior.
¿Fue positivo? Sin duda que tener jóvenes más educados ha permitido contar con una masa laboral mejor preparada pero la siguiente pregunta es: ¿a qué costo?
El primero (y más obvio) es el económico: tenemos carreras caras que obligan a endeudarse para estudiar. El promedio de una carrera universitaria es de 20 millones por alumno, pero ¡cuidado!, porque hay que sumar transporte, libros, equipos. El costo real es mucho mayor.
Segundo, el surgimiento de “universidades” que no son Universidades. Tercero, carreras exageradamente largas: Chile tiene el promedio de titulación universitaria más alto de la OCDE, con 6,3 años, versus –por ejemplo– el Reino Unido, con tres años para el grado y un año para el master.
Y cuarto, el exceso de “oferta profesional”, en condiciones que un país como Chile, por desgracia, no tiene campo laboral para todos los universitarios titulados, generando que muchos terminen frustrados trabajando en otras áreas.
Podríamos seguir, pero quiero terminar señalando lo que creo que necesitamos. Antes que todo, más técnicos. Por la obsesión por “ser universitario”, hoy contratar un titulado de un CFT, es muy difícil. En 2019, sólo el 15,2 % de los egresados de 4° Medio optaron por estudiar una carrera técnica.
También, carreras universitarias más cortas y económicas: si se quiere (por vocación) una carrera universitaria, ¡perfecto!, pero no obliguemos a la familia a endeudarse, ni al Estado a pagar por su gratuidad por 6 años o más. Chile necesita jóvenes que contribuyan ahora al país y a sus vidas.
Por último, urge una educación del siglo XXI. Todavía hay planteles de Educación Superior que enseñan con métodos del siglo XIX, con mucha memoria, mucho saber la lección, y poco pragmatismo y creatividad e I+D.
Podemos hacerlo con políticas públicas e iniciativas privadas. Podemos, si nos liberamos de viejos conceptos y prejuicios. Podemos, si de verdad queremos. La consigna es buscar la excelencia en pro de las siguientes generaciones.