En el país de las maravillas
Aquí las carreteras solo las pueden usar los ricos, porque en estos parajes parece haber un apartheid de clases sociales, y solo las personas de billeteras poderosas pueden hacer usos de estas arterias.
No sé en qué momento ni cómo ocurrió, si fue un 18 de octubre, el 15 de noviembre o un 11 de marzo, pero les aseguro que he viajado a un país de fantasía, extraído de un sueño retorcido. No puedo asegurar estar en Narnia ―Aslan me perdone―, en Hogwarts, o en el País de las Maravillas; una especie de país espejo, ¡un multiverso! Que se parece a Chile, se ve como Chile, pero no es el Chile que recuerdo… De esto puedo dar pruebas, y demostrarle al lector estar atrapado en una insania.
En el espacio en el que estoy, solo los ricos se preocupan por la seguridad, y no la gente honrada que ve sus barrios un alza de la delincuencia, o quienes sufren el terrorismo de la macrozona Sur. Aquí las carreteras solo las pueden usar los ricos, porque en estos parajes parece haber un apartheid de clases sociales, y solo las personas de billeteras poderosas pueden hacer usos de estas arterias.
No quiero hablar de la economía de este nuevo “Nuevo Mundo”, donde las pymes festejan las inflaciones porque les trae beneficios; otra rareza es que parece no afectar el alza del dólar, pues la divisa nacional no tiene ningún intercambio a ninguna escala ―al parecer― y, por tanto, no afecta a la economía nacional; hay gente que aprueba poder ser expropiada a un “precio justo” reconocidamente distinto al “precio de mercado” y, no bastando con aquello, los ministros de Estado validan la ocupación ilegítima de tierras para que dueños vendan apurados, porque aseguran es un “ganar ganar” (“un win win”, son las palabras del extraño idioma que hablan acá).
En este mundo, los jóvenes poseen más sabiduría que sus padres, y señalan los primeros sin titubeos que su escala de valores y principios políticos dista de la generación que los crio, a la vez que una ministra insulta al Congreso entero, acusándolos de haber recibido un golpe en la cabeza.
Aquí el presidente no es jefe ni de Estado ni de Gobierno, no, es jefe de campaña de una opción política, y el palacio presidencial es un simple comando. Seres de fantasía redactan constituciones, se censuran periodistas en democracia y todo es tan surrealista… Quizás, como en el cuento de L. Frank Baum, El Mago de Oz, estemos todos en sueño de amapolas esperando a despertar.