La década socialista: todo lo que no vimos venir
Hay tanta cosa ligada con otra. Y tanto hecho que “no vimos venir”, como la puesta en marcha del Transantiago, que a la luz de la lectura de Cavallo y Montes, es uno de manual.
Aún no termino de leer “La Historia Oculta de la Década Socialista”, que lanzan precisamente hoy los periodistas Ascanio Cavallo y Rocío Montes, pero ya tengo, a partir de lo leído, una conclusión profesional y existencial rotunda.
Una suerte de lucidez respecto del peso de los acontecimientos y la concatenación que tienen. Parece una conclusión obvia, de Perogrullo, pero no lo es tanto, porque son los incidentes en apariencia más inocentes, los que ligados a los importantes, a los relevantes, a esos que tienen al país en ascuas, los que terminan teniendo consecuencias definitorias. Los que modifican el paisaje. Los que “mueven la aguja”, usando la expresión de moda hoy.
Cuando estaba en la universidad solía bromear, diciendo ¡qué ganas de ser mosca! Imaginaba que, encarnada en una pequeña hada negra podría colarme en la oficina presidencial, en la “cocina política” de un partido, en la planificación de un fraude, en una célula terrorista. Ser mosca me habría permitido convertirme en una estrella del periodismo nacional, denunciando toda suerte de tramas ilícitas, e impidiendo además que se produjeran. Heroína y estrella.
Lo triste es que los procesos significativos y con consecuencias relevantes son largos y tortuosos. Ni siendo una mosca astuta e informada, se pueden pispar, porque son de larga ocurrencia, soterrados, insospechados (y, además, las moscas viven tan poco). La década socialista, que incluye los 6 años del gobierno de Ricardo Lagos, “el primer presidente socialista una vez recuperada la democracia” y los 4 años de Michelle Bachelet, que abarcan el decenio 2000-2010, contada 12 años después, en apasionantes 33 capítulos, hace pensar cómo no lo vimos venir.
En esos 33 capítulos se explica parte importante del estallido social, de la degradación de la política, de la crisis de las instituciones, de la levedad de los partidos políticos tradicionales y de la fragmentación de causas de los nacientes. Hay tanta cosa ligada con otra. Y tanto hecho que “no vimos venir”, como la puesta en marcha del Transantiago, que a la luz de la lectura de Cavallo y Montes, es uno de manual.
Hoy, sin ser mosca, creo que la desatención de los casi 200 mil niños, niñas y jóvenes que están fuera del sistema escolar (y que pueden ser más porque en pandemia nadie se ha dedicado a contarlos), dentro de una década será reconocido sin ambages como lo que explica la violencia, el aumento de la delincuencia, del narco, la desvalorización de la vida que te lleva a matar a otro por quitarle un auto… Si a diario vemos en los noticieros a niños y adolescentes participando de asaltos, encerronas, portonazos, cada vez más violentos, y no ligamos sin complejos ambas cosas, el problema de la delincuencia y la violencia seguirán viento en popa.
Es políticamente incorrecto vincular ambas cosas, es discriminatorio y estigmatizante para esos niños, niñas y adolescentes, pero es urgente relacionar ambos fenómenos. Es cierto que como política pública, se aleja de las promesas hechas por el gobierno a su claque joven y endeudada con el CAE; como base potencial de adherentes, tiene poco “brillo”, porque es población que no vota; como mensaje vendedor, no suma nada: son cabros que no marchan, no tienen labia, no le importan a nadie.
Frente a este tema, me siento como la mosca ubicua de mis decires universitarios, como Cavallo y Montes, dando luces sobre una historia llena de consecuencias que hoy estamos viviendo, pero que ninguno vio venir, aunque estuviera a diario cantada en los noticieros.