Mijaíl Gorbachov: un profeta fuera de su tierra
Lamentablemente, como otros grandes personajes de la historia, Gorbachov terminó aislado, sin mayores reconocimientos y olvidado por sus antiguos aliados.
Mijaíl Gorbachov, el último dirigente de la ex URSS y responsable de su final, también gestor de la caída del Muro de Berlín y del término de la Guerra Fría, ha partido a los 91 años. Paradójicamente, fallece en un mundo tensionado al máximo, en medio de crisis sociales, económicas y en materia de seguridad, producto de la invasión de Rusia a Ucrania y que surge por la disconformidad con un orden mundial del cual él fue uno de sus principales arquitectos.
En ese sentido, surge la ocasión de revisar el rol de Gorbachov en el proceso de configuración del sistema internacional actual. Hasta hoy, producto de la “perestroika” y la “glasnost”, sus detractores lo culpan de la desintegración del bloque soviético, sin embargo, el exlíder señalaba que concluían el ciclo político iniciado en 1917, soslayando su papel articulador del desenlace planificado en la totalidad del territorio ruso del proyecto comunista utópico impuesto 70 años antes.
La transformación política y económica, iniciada a un mes de asumir el poder, permitió a la ex URSS “ponerse a tono” con la historia mundial y asomar la mirada hacia Occidente. Por primera vez, sus ciudadanos acudieron a las urnas, lograron expresar sus opiniones políticas, profesaron su culto sin temor y accedieron a fuentes de información pluralistas.
La principal complejidad se basaba en desmoronar el sistema totalitario soviético con el concurso de políticos formados desde la lógica del Estado de partido único. Desde la perspectiva económica y social, se requería construir un modelo competitivo que compatibilizara las exigencias del mercado con los beneficios sociales que los ciudadanos soviéticos no estaban dispuestos a sacrificar.
Estas transformaciones exigían reducir el gasto público y para ello finalizar la carrera armamentista. De esta forma dio inicio a una impensada política de distensión, sugiriendo al entonces Presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, un ambicioso programa de desarme nuclear, logrando de esta manera reorientar las inversiones rusas y mejorar la imagen soviética como fuente de peligro militar hacia el exterior.
En octubre de 1990, como apoyo a los esfuerzos que restaban, se le otorgó el Premio Nobel de la Paz por su “papel de liderazgo en la promoción del proceso de paz (…) en la vida de la comunidad mundial”. Aunque le fue imposible asistir a la ceremonia en Oslo, debido a la profunda crisis política interna generada precisamente por su plan trasformador.
El papel de Gorbachov también era seguido en Chile desde su propio proceso político. En 1992 el Presidente Aylwin lo invitó a visitar el país, señalando que apreciaba “su gran aporte a la política mundial [y sus] grandes transformaciones”. Asimismo, el decreto que lo declaró Visita Ilustre de Santiago reforzaba que “sus visionarias ideas lo llevaron a impulsar con determinación y consecuencia el proceso de reformas y de apertura de la sociedad soviética (…) permitiendo además la democratización de los países de Europa del Este”.
Lamentablemente, como otros grandes personajes de la historia, Gorbachov terminó aislado, sin mayores reconocimientos y olvidado por sus antiguos aliados. Sin embargo, para el mundo más allá de Rusia, su gran servicio se le reconoce en términos de permitir una transición pacífica desde una confrontación estratégica e ideológica entre EE.UU. y la URSS, hacia un acercamiento entre el Este y Occidente. Quizás esto mismo explique la actitud de la Rusia de Putin.