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10 de Septiembre de 2022

Resultados y disyuntivas

Los tres días caóticos en La Moneda posteriores al plebiscito no solo mostraron la precariedad del Gobierno y su jefe, sino confirmaron el increíble poder de presión que el PC es capaz de ejercer sobre ambos.

Por Redacción EL DÍNAMO
Si alguien pensaba que el rotundo rechazo del borrador constitucional y el sutil discurso del Presidente que lo siguió, cambiarán radicalmente el rumbo del Gobierno, estaba bastante equivocado. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Si alguien pensaba que el rotundo rechazo del borrador constitucional y el sutil discurso del Presidente que lo siguió, cambiarán radicalmente el rumbo del Gobierno, estaba bastante equivocado. Las modificaciones que Boric efectuó en los ministerios así lo demuestran. La exalcaldesa –y de paso, vicepresidenta –Tohá en el Interior inquieta menos que el nombramiento de Uriarte en Segpres. Los antecedentes de ella como jefa del gabinete y principal inspiradora del gobierno de Bachelet -su compañera de exilio en la R.D.A.– nos hace recordar del fracaso de esos cuatro años. En su discurso de inauguración demostró que su carácter de “mandona” sigue vigente, ya que prácticamente precisó cómo será el proceso post-salida según sus imposiciones, debilitando el anuncio dialogador del mandatario.

Los tres días caóticos en La Moneda posteriores al plebiscito no solo mostraron la precariedad del Gobierno y su jefe, sino confirmaron el increíble poder de presión que el PC es capaz de ejercer sobre ambos. Boric, que tenía claro que el apruebo fracasará – así lo demostró en las semanas previas a la elección – ni siquiera  preparó plan B sobre qué iba a hacer después del 04/09. Parecía la torre de Babel: las designaciones, los rechazos, la búsqueda de reemplazantes y los cambios finales dejaron un cuadro de improvisación en vez de un Gobierno compuesto de profesionales en sus especialidades en cada ministerio y subsecretaría. Otra vez el cuoteo, otra vez las presiones, de nuevo la inoperancia.

El peor escenario quedó en Desarrollo Regional con la designación de Nicolás Cataldo que provocó no solo la “bronca” de la oposición sino también la queja y extrañeza de muchos socios. Mientras la primera dijo que el nombramiento de Cataldo como subsecretario es un “premio consuelo” el diputado PC Barrera se quejó que esas críticas son una señal de “anticomunismo”. Tiene razón: ser demócrata de cualquier tonalidad es ser anticomunista por el simple hecho que de ser comunista es ser anti-demócrata. Esta vieja realidad sigue siendo imbatible y quejarse por ello es como hacerlo porque el frío no es caliente.

Por el momento, estos son los resultados, el fin de dos años perdidos.

Las opciones que vienen ahora respecto al proceso constitucional tienen poco que ver con aquello que ya está pasando con la situación económica del país, con la crisis chilena; pero eso no es el tema de este artículo. Sea cual fuere la evolución, poco influirá en el trance que hoy vivimos, ni frenará su empeoramiento.

Está claro que un práctico, rápido y económico camino sería la modificación, el aggiornamento de la actual Constitución; pero esto ya políticamente se hizo impracticable. Así que, guste o no, tendremos que optar por una nueva. Pero no hay consenso, ni siquiera un proyecto o un plan B, ni del oficialismo ni de la oposición, que señale cómo hacerlo.

El Presidente, al igual que la nueva ministra de Segpres hablan de un proceso similar al anterior, que tomaría otro año, un enorme gasto y previsiblemente la repetición del fracaso. Según lo votado por una inédita mayoría en el plebiscito de “entrada”, serían el parlamento y los partidos políticos que deberían definir la forma de hacerse la flamante Carta Magna… cosa que aparentemente no está en los planes del oficialismo.

Según mi modesta y por cierto, poco difusa opinión el camino sería proponer un texto elaborado con la participación del parlamento, los partidos y expertos de todo el espectro político, analizado con espíritu de franqueza y mirada hacía el desarrollo sobre qué es lo bueno en la Constitución actual, qué hay positivo en el texto rechazado y qué conclusiones se pueden sacar de constituciones de países exitosos: estos serían la base de una nueva y seguramente conformaría a la inmensa mayoría de chilenas y chilenos. Una Carta Magna que debe controlar un Estado en vez de que éste nos controle a nosotros. Que deba impedir un Estado omnipotente; ser concisa; anteponer obligaciones a derechos; poner énfasis en la justicia, el emprendimiento, la innovación, el progreso, el orden como principales objetos. Sí, debe garantizar los derechos y la libertad del individuo, pero limitando a ambos hasta donde comienzan las de los demás; debe garantizar la propiedad y la seguridad; también la solidaridad con los que no tienen la capacidad de autovalerse; definir que el Estado debe SERVIR a quienes lo eligieron en vez de apoderarse de su destino.

Y, repito: no tengamos la falsa ilusión que una nueva Constitución logrará el desarrollo y resolverá los tremendos problemas que hoy nos acosan. Esto se logrará mediante el emprendimiento, paz social, instituciones que funcionen, modernización y seguridad. La Carta Magna solo podrá ser el lineamiento y la garantía.

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