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14 de Septiembre de 2022

Acuerdos sin ansiedades: ¡Paren que me quiero bajar!

Chile aguantará sin problemas un par de meses, siempre que el Gobierno se dedique a la tarea diaria de gobernar, a buscar un acuerdo inteligente, reposado y consultado, pero lo que el país ya no aguantará más, es improvisación y metidas de pata por ir más rápido. 

Por Gabriel Alemparte
Se trata simplemente de mantener las conversaciones, escuchando a la ciudadanía y tomar sabias decisiones. Decantar la realidad, tomarse el tiempo de procesar. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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No han pasado dos semanas desde el plebiscito donde el rechazo se impuso con un 62%, y pareciera a ratos, que se disparó una pistola de partida para tener rápidamente un itinerario constitucional. Los argumentos son muchos. Desde el Gobierno evitar continuar con la debacle y las purgas, desde la oposición dar certezas: Desde los hechos ninguno de los dos propósitos se ha logrado. 

Por una parte, el Gobierno y las fuerzas oficialistas, siguen actuando como si nada hubiese pasado. Más allá de un cambio de gabinete, y la insostenible presencia del presidente de la DC –después de su vergonzosa campaña persiguiendo la disidencia- en el oficialismo, nadie ha medido la profundidad del descalabro, la contundencia con la que el país habló desde lo más íntimo, del campo a la ciudad, del norte al sur, desde los trabajadores agrícolas a las grandes inversiones, contra un texto que sólo complejizaba la vida. Con sus soluciones incalculables y medidas new age, el texto nos devolvía a un dirigismo estatal de mala factura y miraba hacia las identitarias causas que llevaban a una división del país. Hasta aquí el único análisis (“autocrítica” de dicho sector), es que 7,8 millones de chilenos votamos sin saber que hacíamos, un discurso de un paternalismo tan disfuncional como ramplón. Nadie o casi nadie ha pagado la responsabilidad política del desastre, para que decir los convencionales y presidentes de partido en el oficialismo.

El Gobierno y sus partidos leyeron sin rigurosidad lo que significó la derrota, incluso esa misma noche el discurso del Presidente Boric, fue la de un Jefe de Gobierno (y de campaña) por cuya acera no pasó el desastre electoral, para que hablar de su discurso sobre ser un “adelantado a su tiempo”, sólo equiparable a su Ministro amigo y la “superioridad moral”. El Gobierno quiere rápidamente dar vuelta la página, denotando un vacío conceptual de no tener plan B para dedicarse a lo que los chilenos lo elegimos: Gobernar. El Gobierno a ratos da la sensación de quedarse sin programa, o se ganaba y se implementaba la Constitución o simplemente nadie pensó en el escenario actual.

Por otra parte, y sin mucha explicación, el Congreso se concentró a velocidad (permítaseme el pleonasmo) de correr desbocado por un acuerdo, sin sentarse siquiera a otear la temperatura ambiente de los chilenos, cansados ya de tanta elección, crispación y enfrentamiento. Algunos de buena fe, creen en la necesidad de poner fin a la incertidumbre, y por lo mismo, dar a las personas mayor claridad sobre lo que viene. La intención es correcta, pero el infierno y su camino están pavimentados de buenas intenciones.

Antes de buscar un acuerdo de procedimientos y reglas para continuar el proceso constituyente, uno esperaría un acuerdo (después de Fiestas Patrias y sin pie de cueca, ni ritmos impuestos por el Gobierno), se exprese, en conjunto, la intención de realizar cambios y reformas a la Constitución actual –compromiso adquirido en distintos sectores- en campaña. 

Simple y sencillo, todas las fuerzas del Poder Constituyente constituido se comprometen, dentro de plazo razonable, en base a la rica tradición constitucional chilena, a reformar, modificar y cambiar, en todo lo que sea necesario, las normas constitucionales requeridas para una Constitución a tono con el siglo XXI. 

Hasta aquí muchas palabras, pero falta ese gran acuerdo para iniciar a construcción de lo que viene.

Nada de tironearse en procedimientos, fechas de elecciones, formas y sistemas políticos, en definitiva calma. Construir el acuerdo con liderazgo sobre una misma certeza, pero con una conversación que saque conclusiones, que analice –más allá de la encuesta de turno- cuál es el mejor mecanismo para tener un diálogo racional desde el inicio y no una aglomeración de ideas que se transforma en un coro disonante. Sepamos quienes están por los cambios y serán parte de ellos. No me cabe duda que el socialismo democrático, la centro izquierda, la derecha liberal y la derecha democrática lo estarán. Tenemos la posibilidad única de encontrar la Constitución democrática del siglo XXI, liderada por la moderación y la sensatez, será aquí donde se encuentren los verdaderos demócratas, cambiando una denominación fijada hace ya casi 50 años.

A ratos pienso, que en el afán de dar certezas, y tras el triunfo, cayó sobre nuestros parlamentarios la premura, insisto de buena fe, y en un interés por cumplir las promesas de campaña y los ánimos nuevamente se exacerbaron, antes siquiera de detenerse a pensar que necesitan y exigen los chilenos, que dijeron o expresaron, generando una vez más crispación y más nerviosismo en una ciudadanía ya cansada de tanto y sin solución a sus problemas más angustiantes. 

En toda negociación, se debe distinguir el propósito u objeto central (realizar cambios constitucionales), voluntad que hoy existe, de los mecanismos, plazos, condiciones y profundidades para enfrentar el cambio (no por nada el viejo adagio “el diablo está en los detalles” abunda en quienes dedicamos nuestra vida a buscar acuerdos). Es en esto último, donde unos sienten haber encontrado compromisos y otros arrancan de decir que hay acuerdos. Ambas cosas no son iguales y requieren de una reflexión más sosegada y por tanto más tranquila, asentada en un acto de confianza inicial.

Siempre que recurro a reflexionar sobre el centro de una negociación pienso en las palabras admonitorias de un gran articulador, el ex Presidente del gobierno español, y constructor, junto a Santiago Carrillo (PCE), de la transición española, Adolfo Suárez. 

Suárez decía: “El diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: No se debe pedir, ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar, porqué en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores”. 

Nada de cuecas exigiendo plazos, nada vocerías altisonantes para “tapar” pujas (¿purgas?) internas. Nada de exigencias a los que sabemos que no tienen intención de cumplir sus compromisos previos en ambos extremos del arco político, ellos responderán, una vez más ante la historia.

En estas fechas, que renovamos con más fuerza que nunca los símbolos de la República, que por momentos fueron puestos en duda con impactante frivolidad –no me refiero necesariamente al himno, la bandera y el escudo- si no a la forma de concebir sus pilares elementales, es necesario, más que nunca detener por algún tiempo la imperiosa, y a ratos obsesiva búsqueda de acuerdos a toda velocidad, más aún, que ello no signifique, en caso alguno, desconocer el acuerdo original o no hacer nada. 

Se trata simplemente de mantener las conversaciones, escuchando a la ciudadanía y tomar sabias decisiones. Decantar la realidad, tomarse el tiempo de procesar.

Chile aguantará sin problemas un par de meses, siempre que el Gobierno se dedique a la tarea diaria de gobernar, a buscar un acuerdo inteligente, reposado y consultado, pero lo que el país ya no aguantará más, es improvisación y metidas de pata por ir más rápido. 

Una vez sí, y con desgano, dos veces imposible.
 

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