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23 de Septiembre de 2022

La ideología del poder

Conservadurismo o cambio, autoridad o libertad, desigualdad o igualdad, tradición o modernidad, siempre serán pares opuestos que exigen buscar un delicado equilibrio para evitar o moderar la confrontación.

Por Redacción EL DÍNAMO
En tal sentido, es necesario darse cuenta de que ese equilibrio depende de la capacidad de integración para dejar de lado las desviaciones que llevan a una “mala izquierda” y a una “mala derecha”. AGENCIA UNO
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Mas allá de declamar que vivimos en tiempos de transición ideológica, creo que debemos acordar que vivimos tiempos de confusión que promueven un enfrentamiento interminable.

Una confusión que en esencia proviene del uso de términos que no sólo utilizan los políticos, sino que forman parte del lenguaje cotidiano manipulado, contaminado y fluctuante, que distorsiona el significado a favor de quienes lo utilizan como bandera para sostener y ganar poder. Será fundamental entonces mejorar la calidad de la conversación política y para eso trabajar el diccionario de las ideas.

Quienes suponen que los conceptos de “izquierda” y “derecha” están desgastados, así como definiciones acerca del progreso y el retraso, la democracia y el liberalismo, el socialismo y el fascismo, generan una discusión que promueve en la sociedad un “simplismo” peligroso, a partir de la creencia que estos términos son obsoletos y que no representan las nuevas realidades.

No coincido con estos supuestos ya que, desde mi perspectiva, la izquierda y la derecha son pares opuestos, y siempre que existan políticas alternativas, una opción estará a la izquierda o la derecha de la otra, y viceversa. Conservadurismo o cambio, autoridad o libertad, desigualdad o igualdad, tradición o modernidad, siempre serán pares opuestos que exigen buscar un delicado equilibrio para evitar o moderar la confrontación.

En tal sentido, es necesario darse cuenta de que ese equilibrio depende de la capacidad de integración para dejar de lado las desviaciones que llevan a una “mala izquierda” y a una “mala derecha”. Una desviación que proviene de caer en fundamentalismos, que llevan a que los conceptos políticos se transformen en entes metafísicos que ponen al socialismo nacionalista como un peligro para la libertad, en el mismo plano que el capitalismo acumulativo atenta contra la individualidad. 

En ninguno de esos casos, el pensamiento es democrático, sino extremo.

La mala izquierda y también la mala derecha hablan de libertad, de igualdad, de lo público o de lo privado con su propio diccionario, a la medida de sus aspiraciones desmedidas para adormecer a un rebaño. No es posible quedarse conforme con explicaciones convenientes que sólo dividen.
Hay que aclarar que la libertad no se opone a la igualdad, sino a la opresión. Y que la igualdad no implica uniformidad, sino la búsqueda de igualar oportunidades aún en las diferencias, como planteaba Oscar Wilde.

Lo público y lo privado no son antagónicos, sino complementarios. En un mundo moderno, de cambio, de equidad, de desarrollo económico y social, lo público coexiste con lo privado.
¿Acaso es posible pensar en equidad sin educación y sin salud pública? ¿Acaso es posible pensar en desarrollo sin la intención y el impulso de individuos que lo hacen desde lo privado?
Esta absurda dicotomía de lo privado y lo público, solo sirve para reforzar la ira, el ego y todas las emociones destructivas producto de autoritarismos de ambos lados. La derecha desde su prioridad a lo privado por sobre lo público y la izquierda, lo contrario. Resulta bastante primitivo no haberse dado cuenta aún, que en la nueva política es lo público y lo privado a la vez.

Para quienes proclamaban el fin de la historia y el fin de las ideologías, creo que hay que responder que las ideologías existen, y el poder en estos tiempos modernos debe utilizarlas integrando extremos que busquen el equilibrio.

Así es posible asociar al socialismo con libre mercado y con un capitalismo social.

Y entonces, proponer el pragmatismo en un mundo que ha evolucionado, y dónde los intereses de los países van más allá de amistades o enemistades ideológicas. 

En tal sentido, sería interesante revisar a Marx y comprobar porqué la implementación de su filosofía lo transformaría en un “no marxista”.

Cuando pensamos en objetivos generales de bienestar para una sociedad, nos proponemos pensar que la modernidad, el progreso, la equidad, la integración, la libertad son los deberes de la democracia y la política. 

Y si bien esta última tiene como objetivo en estos tiempos alcanzar el poder, no parece lógico practicarla desde una ideología fundamental, sino debiera ser, simplemente, la práctica de integrar y alcanzar acuerdos.

Para quienes critican a la política y la culpan de la grieta en la sociedad, hay que plantearles que es imprescindible la política, pero es esencial practicarla desde un lenguaje consistente que permita la conversación y entender las diferencias para lograr acuerdos, lo que se transforma en una expresión de deseo si no prolifera la educación cívica que permita la discusión política abierta y diversa en escuelas y universidades. 

Tengamos en cuenta que el actual y brutal enfrentamiento entre los lados opuestos se produce por ignorancia.

Si pretendemos una mejor calidad en la política, será preciso abandonar el facilismo informativo de los medios y de los falsos profetas que sólo intentan confundir a un rebaño.

Fomentemos la revisión de las ideologías. Busquemos la integración, pero no desde un centro equidistante, sino desde una convergencia superior que pueda unir lo mejor de las diferencias. 
Porque en el pragmatismo de la política, la ideología del poder está en lograr el poder. 
 

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