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29 de Septiembre de 2022

Impulsos que traicionan

Nada le gustaría más a la izquierda radical que poder decir, durante los próximos 20 o 30 años, que la derecha no honra sus compromisos. Sería darles en el gusto y desautorizaría por completo a las figuras de centro izquierda que estuvieron por el Rechazo. 

Por Juan Carlos Gazmuri
Ninguno de estos puntos son percibidos por las acaloradas huestes de la derecha, que con justificada rabia piden que a la izquierda se le pague con la misma moneda que ella ha usado los últimos años.
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En los últimos años la izquierda chilena ha mostrado su versión más miserable. Desde el primer momento del estallido social intentaron destituir al Presidente electo, llegando a acusarlo constitucionalmente dos veces en menos de dos años. No se quedaron ahí. Acusaron constitucionalmente a prácticamente todos los Ministros de Interior, a un Intendente por intentar restablecer el orden público, a un Ministro de Educación por intentar retomar las clases presenciales y a un Ministro de Salud que hacía frente a la pandemia.

Se negaron a tramitar todos los proyectos claves del gobierno anterior con tal de negarle triunfos. No les importó que se tratasen de demandas sociales urgentes: no le dieron curso a la reforma previsional, a la reforma a Fonasa, a la sala cuna universal, etc. Infringieron abiertamente la Constitución, incumpliendo las urgencias legislativas y tramitando cientos de mociones inadmisibles. Frente a la crisis de la Macrozona Sur alegaron militarización y represión cada vez que se recurrió al Estado de Emergencia, solidarizaron con comuneros condenados por la justicia, reivindicaron huelgas de hambres que buscaban eludir el cumplimiento de las sentencias y pidieron indultos para los “presos políticos mapuches”.

Tras el triunfo del Rechazo sufrieron su derrota más dura. La derecha ha vuelto a tener algo que decir y hoy puede devolverles la mano, pudiendo incluso cerrarle la puerta a la nueva etapa constitucional que quieren iniciar. Después de años de una izquierda opositora ruin y mezquina ¿Por qué ahora la derecha tendrían que ser generosa y dialogante? ¿Por qué continuar con el capricho de la izquierda de tener un nuevo órgano que redacte otra propuesta? ¿No sería mejor defender el estado actual de las cosas y dejar que pase -sin pena ni gloria- este gobierno de jóvenes engreídos que tanto daño han hecho? Rechazo y punto. Eso es lo que lo grupos más duros de derecha han sugerido y la conclusión a la que uno instintivamente podría llegar viendo el comportamiento que han tenido. Sería un error.

No sólo por las razones que ya se han repetido entorno al deber de honrar los compromisos y a la necesidad de dar respuesta a la demanda por una Nueva Constitución expresada en octubre de 2020. Hay otras razones, más estratégicas, para continuar con el proceso.

En primer lugar porque nada le gustaría más a la izquierda radical que poder decir, durante los próximos 20 o 30 años, que la derecha no honra sus compromisos. Sería darles en el gusto y desautorizaría por completo a las figuras de centro izquierda que estuvieron por el Rechazo. Pero además, hoy existe la posibilidad de sacar del debate –de una vez por todas- la excusa constitucional que ha utilizado la izquierda para indicar como la causa de todos nuestros males y para no asumir responsabilidad política alguna por sus más de 20 años de gobierno.

¿Pero por qué un nuevo órgano y no el Congreso? En primer lugar, porque esto le permitiría al Congreso abocarse –sin excusas- a la agenda social. Encausar la discusión constitucional a través del Parlamento hará que esta opere como tapón, postergando leyes que no pueden demorar. Pero además, un nuevo órgano de 40 o 50 personas -con una fórmula de elección distinta a la de la infame Convención- electas en listas cerradas que aseguren perfiles con la impronta que se requiere, podría generar un texto que sí aborde los verdaderos problemas que hoy padece nuestra democracia. Podría atacar la alta fragmentación política, subir las exigencias y regular de mejor manera los partidos políticos, corregir nuestro sistema electoral y ponerle sanciones a los parlamentarios que infrinjan la Constitución. Estos cambios jamás serían realizados por el Congreso, ya que sería pedirle a los parlamentarios que se regulen y limiten a ellos mismos.

Ninguno de estos puntos son percibidos por las acaloradas huestes de la derecha, que con justificada rabia piden que a la izquierda se le pague con la misma moneda que ella ha usado los últimos años. Pero en política los impulsos a veces traicionan y las emociones deben ceder paso el análisis racional.

Si prima la audacia por sobre la emoción y las carta se juegan inteligentemente, en no mucho tiempo podríamos tener un texto constitucional que le vuelva a dar gobernabilidad a nuestra democracia, que elimine definitivamente el vicio de origen que se le asigna al texto actual, que sea inexpugnable frente a la izquierda que lo celebrará como un triunfo de su propio gobierno y que siente –ahora si- las bases para el Chile de mañana.
 

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