Constituir con opciones democráticas
A pesar de lo legítimo, es evidente que tanto la situación política como el deseo de todo el mundo apuntan a lo obvio y por lo tanto obligatorio: cambiar la que está actualmente es válida.
A pocas semanas de haber el dos tercio de las y los votantes rechazado la propuesta de la nueva Constitución, aún no se vislumbra de qué manera se elaborará un nuevo borrador, quienes lo harían, cuándo, cómo. De acuerdo a lo que originalmente una aún superior mayoría – aunque solo la mitad de electores – definió, hoy día a comienzos de octubre la que rige al país es la actual Carta Magna. No se votó ninguna continuación de este proceso, por lo que pasará en adelante debe ser algo nuevo en cuanto a legislación y voluntad.
A pesar de lo legítimo, es evidente que tanto la situación política como el deseo de todo el mundo apuntan a lo obvio y por lo tanto obligatorio: cambiar la que está actualmente es válida. Los sectores que propusieron el proceso que terminó no están proponiendo nada nuevo: quieren repetirlo de forma casi igual, algo que conlleva el lógico peligro que nuevamente termine también igual. Están insistiendo repetir lo que fracasó.
Tenemos dos temas separados: uno, la manera de redactar un nuevo texto y dos, cómo ponerlo a disposición, comprensión y decisión de las personas que lo aceptarán o rechazarán. El enorme problema, lo injusto es que a los electores se les presente un borrador como una sola unidad, una sola opción, sin otra que elegir: se acepta o rechaza TODO a pesar que la/el votante puede estar de acuerdo o desacuerdo con sus distintas partes. Sí, comprendo, es tremendamente complicado; yo puedo por ejemplo estar de acuerdo que haya dos parlamentos, pero contrario a que las autoridades se elijan, digamos, cada cuatro años…etc., etc., etc. ¿Qué hacer entonces?
UNO: En cuanto a su redacción, guste o no guste tenemos un Parlamento democráticamente elegido por voluntad popular, vigente y activo, encontrándose entre sus tareas – según lo votado – reformar la presente o redactar una nueva Constitución. Ese fue el resultado del Plebiscito de Salida. Tanto el Gobierno – a pesar que por ley no le incumbe – como los distintos partidos y coaliciones tienen sus ideas y proposiciones, no todas ellas acordes a lo que decidió Chile. Como dije arriba, es evidente que a pesar de lo que dice el papel, se necesita un nuevo Estatuto que nos rija. Entonces, lo lógico y justo sería que el órgano redactor se componga de un número proporcional de legisladores, otro de expertos en la materia, designados en proporción – valga la redundancia – por los partidos o coaliciones, completado por p. e. un/a representante de cada región elegido por mini-votaciones regionales de una lista propuesta por sus municipios (ya que las alcaldías también han sido elegidas democráticamente, guste o no).
DOS: según mi modesta opinión, el nuevo texto debería dividirse en varios grupos fundamentales. Me refiero a temas que designen la estructura del país. Estos temas deberían aparecer separadamente en las papeletas de voto, con las – supongo no más de dos o tres – opciones que el nuevo texto propone. No creo que haya más de media docena de los a que me refiero: formato de gobierno, sistema parlamentario, relación de poderes, obligaciones y derechos fundamentales de la persona…no soy experto en la materia, solo pienso que hay temas primordiales que definen por una parte el tipo de país en que vivimos y detalles que, por otra, se pueden resumir en contextos generales. Una Constitución no tiene que, no debe ser un dogma ideologizado sino servir como base de convivencia e institucionalidad para todo tipo de Gobierno que tengamos en las próximas no menos de tres décadas, tiempo mínimo para que Chile salga de su crítica situación actual.
Las y los que redacten el nuevo borrador, deberían poner a disposición y decisión de la ciudadanía distintos variantes en los temas fundamentales, además de aquellos detalles en los que los autores deberían ponerse de acuerdo. ¿Es complicado? Sí, pero es justo, es democrático y la inmensa mayoría de nosotros queremos vivir en democracia. No puedo imaginar que alguien se oponga a que se le presenten variantes para elegir en vez de tener que decir sí a o a un texto homólogo. Finalmente el demos solo puede ejercer su cracia, si tiene de qué escoger. ¿Qué valen las complicaciones frente a un justo sistema de decidir los contenidos de una Constitución con la que la mayoría queremos vivr?