Negro sobre negro: otro shock energético
En todo el mundo, los mercados emiten señales de advertencia de que la economía mundial está a punto de entrar en una crisis mayor. La cuestión de la recesión ya no es un tema de discusión, salvo por su oportunidad, duración e impacto. ¿Cuándo se desatará?
Según diversos analistas y economistas, la probabilidad de una recesión solo ha sido tan elevada
anteriormente en 2008 y 2020, lo que según los mismos la vuelve prácticamente inminente en esta oportunidad.
Las señales percibidas por los expertos consideran las siguientes variables principales: la fortaleza
del dólar; la contracción del consumo estadounidense; el deterioro de los resultados corporativos;
la caída de las acciones en Wall Street; y el escalamiento de los precios de la energía.
El dólar estadounidense desempeña un papel fundamental en la economía mundial y en las finanzas internacionales. Y ahora mismo, es más fuerte de lo que ha sido en dos décadas. En contrapartida el valor de la libra esterlina, del euro, del renminbi y del yen, entre muchas otras monedas, ha caído. Esto encarece la importación de productos esenciales, como los alimentos y el combustible, en esos países.
En respuesta a esto, los bancos centrales que ya están luchando contra la inflación inducida por la
pandemia acaban subiendo aún más los intereses para apuntalar el valor de sus propias monedas.
La fortaleza del dólar también crea efectos desestabilizadores para Wall Street, ya que muchas de
las empresas del S&P 500 hacen negocios en todo el mundo. Según una estimación de Morgan
Stanley, cada subida del 1% del índice del dólar tiene un impacto negativo del 0,5% en los beneficios del S&P 500.
El mismo S&P 500 ha bajado casi un 24% en el año. Y no es el único. Los tres principales índices
estadounidenses se encuentran en caídas de al menos el 20% desde sus máximos más recientes (la
bonanza del 2021 parece ya lejana).
En un giro desafortunado, los mercados de bonos, que suelen ser un refugio seguro para los inversores cuando las acciones y otros activos caen, también están en picada.
En resumen, actualmente hay pocos lugares seguros para que los inversores pongan su dinero, y es poco probable que eso cambie hasta que la inflación mundial se controle y los bancos centrales
relajen sus medidas.
A esta negativa coyuntura, que tiene al mundo y especialmente a occidente en la peor crisis energética en 50 años, se suma el reciente anuncio de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo y Rusia (OPEP +) de reducir la producción diaria de petróleo en dos millones de barriles a
partir de noviembre.
En toda su historia, la OPEP -y su nueva reconfiguración, la alianza OPEP+- nunca había frenado tanto y tan rápido la producción. Los precios de tres dígitos por barril como los actuales solían empujar al grupo a aumentar la producción, y no a la inversa.
Esta decisión de shock fue empujada y concertada por Arabia Saudita con el apoyo de los Emiratos
Árabes Unidos y Kuwait y con la pasiva pero entusiasta concurrencia de Rusia, cuyo viceprimer ministro asistió a la reunión en Viena.
Además de adoptar esta resolución, se decidió seguir como OPEP+, esto es con Rusia, al menos
durante todo el 2023.
Las razones entregadas para tan drástica decisión serían anticipar el ciclo recesivo, durante el cual
baja el consumo de petróleo, afectando así menos los precios y los ingresos de estos países. Pero
la movida, además de tener tintes políticos, sin duda que amenaza con agravar la crisis económica
en ciernes, al seguir alimentando la inflación, lo que forzará a los bancos centrales a continuar
restringiendo su política monetaria, incrementando la posibilidad y profundidad de una recesión.
Los grandes ganadores serían Arabia Saudita y Rusia. El primer país, bajo la ambiciosa conducción
del príncipe y gobernante de facto Mohamed Bin Salman, consolida su posición como el más
influyente de la OPEP, haciendo sentir además su peso al resto del mundo en momentos de gran
fragilidad y debilidad.
En otras oportunidades, las potencias occidentales y especialmente Estados Unidos siempre
contaron con algún aliado en el seno de la OPEP para morigerar bruscas contracciones en la producción, por ejemplo, la misma Arabia Saudita, Venezuela y alguna vez Irán. Pero no esta vez.
Las relaciones entre Estados Unidos y el reino saudita se enfriaron en los últimos años, especialmente desde el asesinato del disidente saudita Kashoggi, lo que llevó a Biden a condenar al ostracismo a Bin Salman de lo que tuvo que recular posteriormente al iniciarse la crisis energética con la invasión a Ucrania, lo que probablemente no fue suficiente enmienda a los ojos del príncipe árabe, quien ahora se estaría cobrando venganza.
Esto queda más en evidencia cuando estamos a semanas de las elecciones de mitad de período en
Estados Unidos, siendo este anuncio muy perjudicial para su gobierno y por extensión para las
candidaturas demócratas.
Putin, sin moverse del Kremlin y gracias al gobernante saudita, recibe un inesperado salvavidas que coincide (¿será casualidad?) con el anuncio por parte de la Unión Europea del octavo paquete de sanciones contra Rusia. Este paquete, además de aumentar las restricciones a las exportaciones de productos tecnológicos europeos a Rusia y extender la lista de empresas y personas rusas afectadas, incluye un compromiso para fijar un tope al precio del petróleo ruso.
Ahora Putin no solamente tendrá la posibilidad de acrecentar sus ingresos para destinarlos al esfuerzo de guerra, también podrá reforzar su economía, incluyendo más beneficios para la población y así mantenerla tranquila y controlada en momentos en que está quedando en evidencia los malos resultados de su campaña militar y el rechazo popular a la conscripción.
Adicionalmente, ve debilitarse la posición europea y estadounidense ante el agravamiento de la crisis energética, lo que fortalecería su posición en la materia, volviendo a encender su esperanza de que esto acelere el desgaste del apoyo occidental a Ucrania y por lo tanto fuerce su conclusión, habiendo ya anexado varias provincias. De hecho, el representante ruso en la reunión de la OPEP advirtió que su país dejará de suministrar a cualquier estado que acepte el tope de precios del petróleo recién impuesto por la UE y el G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y EEUU).
La medida encuentra además a la mayoría de los países con bajas reservas de combustible (el promedio global es el más bajo de los últimos 5 años), lo que es especialmente delicado en el hemisferio norte ad-portas del invierno. Esto también debió haber estado en los cálculos para mantener o elevar los precios.
La alianza de conveniencia entre Arabia Saudita y Rusia no solo está reconfigurando el esquema de
poder en el mundo, también y en forma más importante, está redibujando la geopolítica de la energía.
En lo inmediato no parece que el acuerdo vaya a revertirse, por lo que esto constituye una muy mala noticia para todos. Es entonces más urgente que nunca acelerar la transición energética, con una fuerte inversión en materia de energías renovables.
Lamentablemente esto no podrá hacerse en el corto plazo, aún cuando mirado en retrospectiva quizá sea el punto de inflexión para el indispensable cambio de matriz y también podría ser la tabla de salvación para no superar la elevación de 1,5 a 2 grados Celsius la temperatura promedio global. Pero esa posibilidad será ciertamente antecedida por un muy duro período para la mayoría de nuestras economías y por ende poblaciones.
Hay que asumir que se vienen tiempos difíciles y debemos reaccionar rápido, siendo aún más necesarios los acuerdos transversales y un trabajo unitario para capear mejor el temporal. En Chile no aguantamos más la guerrilla de la clase política y su polarización.
Es de esperar que del mal que se nos viene saquemos finalmente un bien mayor. Pero eso solo lo podremos hacer unidos.