18 de octubre: un balance a tres años
El octubrismo ha muerto. Y pese a la violencia que grupos minoritarios desean seguir imprimiendo con provocaciones a cuarteles en la búsqueda desesperada de nuevos “mártires” que revivan el fuego, la realidad es que a ese fuego ya pocas brasas le queda.
Estamos a pocos días de una nueva conmemoración del 18 de octubre. Tres años han pasado ya desde aquel apoteósico evento de caos y destrucción urbanas.
Mucha agua ha pasado bajo el puente en estos tres años. Situaciones que en Chile se creían imposible, ocurrieron. Desde aquella fatídica jornada de amotinamiento urbano se legitimó socialmente el desprecio total a la autoridad: presidente de la república, parlamentarios, militares, carabineros, profesores o padres. Cualquier forma de autoridad fue puesta en tela de juicio.
Ahora estamos pagando las consecuencias. Carabineros atacados impunemente por trogloditas que perciben el vacío de autoridad. Cuarteles militares atacados a piedrazos por estudiantes imberbes. Profesores golpeados y amenazados por estudiantes-activistas que se posicionan a sí mismo en el lugar de “victimas”. Y en medio de ello, el caos que aprovechan los carteles narcos para expandir sus “territorios” y con ellos la violencia desatada.
Hace largo rato que esto dejo de ser anecdótico. Hoy esto comienza a costar la vida inocente de carabineros que no hacen más que cumplir con su deber. La reciente muerte del sargento Carlos Retamal en San Antonio es el último ejemplo. Bueno, de aquellos polvos del 18 de octubre de 2019 son estos lodos de octubre de 2022. Cual niño mimado que recurre al chantaje emocional para la obtención de un capricho, a partir de ese 18 de octubre se legitimó el chantaje mediante la violencia callejera (y la amenaza recurrente de más violencia callejera) como recurso para la obtención de fines políticos.
Una clase política mayormente cobarde, acorralada, acomplejada y desconectada de la realidad no encontró otra salida más que la cesión permanente al chantaje de la violencia. Si algo bueno tuvo la pandemia declarada en Chile en marzo de 2020, fue que ella impidió que esa violencia planificada concluyera en el 2020 con la concreción de un golpe de estado encubierto. Yo no tengo dudas. Por aquellos días la izquierda deconstruida y nihilista mostró el peor de sus rostros: el rostro golpista que les conecta con dictadorzuelos de caribeño acento.
A partir de ese 18 de octubre, se normalizó el deterioro completo del espacio público. Se normalizaron los grotescos murales y grafitis urbanos escupiendo odio en cada esquina. A partir de ese 18 de octubre se normalizaron las consignas irracionales llamando a la quema y destrucción que todo aquello que no fuera del agrado de la parte más radicalizada e irracional del país. Grafitis grotescos y consignas agresivas antes reservados para los decadentes campus universitarios, ahora expuestos a vista y paciencia de todo el mundo.
Y lo que es peor, se construyó una narrativa política expuesta 24/7 por muchos meses por los medios de comunicación de masas según la cual todo esto era un estado de ánimo ampliamente compartido.
Sin embargo, hoy sabemos que todo aquello era un globo. Mucha apariencia y poco contenido. Los resultados electorales del pasado 4 de septiembre han venido a confirmar un cambio de ánimo o tendencia que venía fraguándose en la conciencia de los chilenos desde hace casi dos años. El ambiente cultural que favorecía y justificaba la violencia y vandalismo está hoy en retroceso.
El octubrismo ha muerto. Y pese a la violencia que grupos minoritarios desean seguir imprimiendo con provocaciones a cuarteles en la búsqueda desesperada de nuevos “mártires” que revivan el fuego, la realidad es que a ese fuego ya pocas brasas le queda.
A propósito de las criticadas cocinas políticas de estos días, para las izquierdas más radicales la situación es desoladora: el pan se les quemó en la puerta del horno y el horno ya no está para bollos. A tres años del 18 de octubre, el péndulo giró. Como diría mi hijo: “pasó la vieja…”