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2 de Noviembre de 2022

En Halloween: Reflexión sobre monstruos propios y ajenos

Son muchos los intelectuales que desde hace décadas plantean cómo esta “sociedad del espectáculo” distorsiona los hechos, volviendo popular incluso lo inmoral.

NETFLIX.
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Quienes hayan visto la serie “Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer”, que cerró la llave por donde se estaban fugando los suscriptores de Netflix, haciendo repuntar a la plataforma que se entronizó en los hogares del mundo costa del encierro en pandemia, sabrán de qué hablo. 

Dahmer, quien confesó haber cometido 17 crímenes entre 1978 y 1991, de jóvenes en su mayoría afroamericanos, incluido un niño laosiano de 14 años; haberlos desmembrado y haberse comido algunos de sus órganos y otras partes de ellos, se ha convertido en “el” fenómeno pre Halloween.

Pasó en Estados Unidos y en varios países de Europa. Jeff se puso de moda y todos querían lucir como él para el Día de los Muertos 2022. Sus anteojos ópticos de marco dorado se estaban rematando en 150 mil dólares; su camiseta de rayas, su facha de nerd, son el look deseable. 

EBay debió suspender la venta del disfraz Jeff Dahmer por el escándalo que produjo este afán perversamente estúpido y los parientes de las víctimas de quien ha sido llamado el “caníbal de Milwaukee” –la ciudad donde cometió la mayoría de sus asesinatos– han reclamado con toda razón por esta doble, triple, cuádruple victimización a que los medios de masas los han sometido. Porque ésta no es la primera película u obra de ficción en torno a su figura. Incluso Katy Perry está acusada de romantizar al asesino por un verso de su canción Dark Horse, donde dice: “She eat your heart out like Jeffrey Dahmer”. La cantante ha asegurado que no tenía idea quién era Dahmer (ella tenía 7 años cuando se descubrieron los homicidios), pero igual usó la macabra comparación y no ha sido la única que ha aludido a Dahmer en una letra musical. Sí ha sido la más exitosa.

Son muchos los intelectuales que desde hace décadas plantean cómo esta “sociedad del espectáculo” distorsiona los hechos, volviendo popular incluso lo inmoral. Desde el filósofo francés Guy Debord, en el libro que lleva ese título en los años 60 del siglo pasado, hasta Mario Vargas Llosa, en su ensayo “La Civilización del Espectáculo”, publicado en 2012, señalan cómo la sociedad actual convierte la realidad en espectáculo. Y vuelve héroes a asesinos, chantas, estafadores, populistas.

La televisión es experta en esto. Mientras más disfuncional el personaje, más provechoso en términos de rating. La “mentalidad televisiva” a la que aluden Los Prisioneros en su canción es eso que se necesita: frikerío, narcisismo, falta de filtro. Y lo más dramático es que de esa cantera se está nutriendo parte importante de  nuestra clase política.

Claro, no son asesinos seriales los elegidos, pero son ciertamente populistas e irresponsables. Vimos a varios así en la Convención del texto rechazado, haciendo su espectáculo, desde Rojas Vade a la Tía Pikachu, pasando por gente como Daniel Stingo. Vemos y hemos visto a otros en el parlamento, y en los municipios. Conocemos a Trump en Estados Unidos. Y hay tantos en posiciones expectantes, aprovechando la pantalla que se les entrega impunemente para construir carreras que son verdaderos asesinatos de la fe pública, o atentados contra la democracia.

La ciudadanía, convertida en audiencia irreflexiva, tampoco es inocente. Finalmente, convertir a figuras siniestras en personajes de culto pasa por las personas que integran las audiencias, como ha sucedido con Jeffrey Dahmer más allá de la noche de Halloween. 

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