Una vela más que nada
Finalmente, en esto días oficialismo y oposición llegaron a un histórico acuerdo respecto a cómo redactar la nueva Constitución. Se prendió una velita al final de túnel. Ojalá crezca y sea convierta en una luz potente.
El acuerdo alcanzado después de tantas discusiones sobre la nueva Constitución es, por fin, como una vela, una lucecita parpadeante al final de un túnel cruel y oscuro, al que nos llevó -qué dudas caben – una izquierda extrema, al que le dolía atrozmente que Chile por fin parecía encaminarse hacia el desarrollo. Caminaba con muchos errores, sin un rumbo concreto, pero caminaba.
Los que acusaban que los cambios emprendidos por la Concertación solo aumentaba la riqueza de las élites de siempre, mentían. Y mentían conscientemente, porque no les convenía aceptar la verdad y, en vez de enmendar las fallas del rumbo, divulgar la indispensable importancia de la humanización y modernización dela empresa y el sistema, preferían destruir los logros; primero mediante la exquisitamente organizada “estallido social” – para la cual se prepararon durante años, formando grupos bien adiestrados y organizados tanto chilenos, como “importados” – y después con la rimbombante (Rimbaudesca) Convención Constitucional.
Los que pretendían destruir el progreso chileno, lograron por lo menos frenarlo por varios años, castigando precisamente a los que tanto vociferan representar y defender. Llegaron a colocarnos en la recesión como el único país en América. Bueno, algo es algo, confesaron en el Foro de Sao Paulo. Se acallaron cuidadosamente y taparon la verdad: que en los 30 años post-Pinochet la pobreza se redujo drásticamente, que en Chile millones consiguieron viviendas, millones compraron vehículos, millones pudieron permitirse vacacionar hasta el punto de saturar totalmente la capacidad de ocio del país.
Se defenestró el gobierno – democráticamente elegido -de Piñera, a quien en vez de obligar a tomar un rumbo enmendado para una sociedad más feliz, no solo paralizaron rechazando en vez de enmendar y mejorar todas sus propuestas en el parlamento opositor, sino lo hicieron fracasar definitivamente con el 18/10… dejando lo único que lo salva del desastre: la heroica e implacable lucha contra el COVID, quizás la mejor del planeta.
Pero todo esto ya es historia. Se puede aprender o renegar de ella, pero ya no se puede cambiar. Finalmente, en esto días oficialismo y oposición llegaron a un histórico acuerdo respecto a cómo redactar la nueva Constitución. Se prendió una velita al final de túnel. Ojalá crezca y sea convierta en una luz potente; no me refiero tanto a la Carta Magna si no al comienzo de una era de acuerdos. Sin acuerdos no hay democracia. Sin acuerdos no hay forma de expresar cada una y uno sus ideas, someterlas al criterio de los demás, mejorarlas, enmendarlas o en su caso, rechazarlas. Así se construye una sociedad feliz, desarrollada, moderna donde la única y exclusiva meta es que la gente, toda la gente, sea lo más feliz que se pueda.
El Presidente Boric últimamente da señales -ojalá no fuesen solo señales- en la misma dirección: dialogar, llegar a acuerdos, cambiar el aspecto que hoy tiene Chile en el mundo, avanzar hacia algo más justo y ojalá más sensato. Aún se siente aparentemente obligado a bailar a la música de la
izquierda latinoamericana; pero en estos días tuvo reacciones sorprendentemente positivas.
Nos espera por lo menos un año durísimo; pero al final deslumbra la pequeña luz de una vela. Lucecita que es mucho, mucho más que nada, mucho más que la oscuridad de los últimos años.