Recuperando la esperanza: elementos para enfrentar una crisis
Factores como la exposición de riesgo en medio del incendio; las experiencias previas de enfrentar situaciones de estrés e incluso la edad influirán en la evolución de quiénes hayan pasado por este tipo de situaciones. Los sentimientos que se desarrollan van variando a medida que pasa el tiempo.
Matías García Abbott es Psicólogo clínico de CAPSI UNAB, sede Viña del Mar
Cada cierto tiempo Chile se enfrenta a catástrofes como terremotos, aluviones, tsunamis o incendios. La capacidad de hacer frente a estas adversidades de la vida, transformando el dolor en fuerza motora es un desafío y trabajo que dedicará días, meses e inclusive años. Sigmund Freud señalaba que “una de las pocas impresiones gozosas y reconfortantes que se pueden tener de la humanidad es la que se ofrece cuando, frente a una catástrofe desatada por los elementos, olvida su rutina cultural, todas sus dificultades y enemistades internas, y se acuerda de la gran tarea común: conservarse contra el poder desigual de la naturaleza”.
Tengo la certeza de que los habitantes de Viña del Mar podrán sobreponerse luego de la tragedia vivida. Las pérdidas materiales con el tiempo y esfuerzo depositado pueden recuperarse, pero sobrevivir al fuego, humo y cenizas, pueden dejar secuelas en la mente, provocando distintos tipos de pensamientos que dependerán de los recursos emocionales que disponga cada persona.
Factores como la exposición de riesgo en medio del incendio; las experiencias previas de enfrentar situaciones de estrés e incluso la edad influirán en la evolución de quiénes hayan pasado por este tipo de situaciones. Los sentimientos que se desarrollan van variando a medida que pasa el tiempo.
Probablemente en los días posteriores al siniestro el miedo sea la emoción más intensa, considerando la exposición a un riesgo/amenaza que a veces tarda en desaparecer. Es ahí donde vemos que las personas están muy pendientes de los rebrotes del fuego y mantienen niveles altos de estrés. En esta etapa lo más importante es la seguridad y la satisfacción de las necesidades básicas. Estas dos dimensiones pueden aportar a disminuir la sensación de miedo y descontrol. En una segunda instancia, aparece la pérdida y el duelo, donde se empieza a entender y dimensionar lo sucedido. Aquí resulta fundamental respaldar los procesos simbólicos y rituales a nivel individual y colectivo que permitan tramitar de mejor manera las pérdidas experimentadas. En un tercer momento, surge todo lo relativo al cambio de vida y el estrés cotidiano que esta situación implica.
Es posible que, durante un periodo prolongado, las personas, familias y comunidades, tengan que enfrentar drásticos cambios que van desde la intimidad de las vidas familiares, hasta la rutina de comprar pan en un determinado lugar. Idealmente se espera que las comunidades no se desarticulen y robustezcan sus vínculos de empatía y solidaridad, como también la presencia de organizaciones públicas, privadas y ONG, que se despliegan en los territorios, pudiendo comprometer una ayuda de largo aliento, donde los damnificados no sientan solos o abandonados.
Para quienes asistan a colaborar al territorio; la escucha, la empatía y la templanza son necesarias para ayudar a otros en momentos de emergencias y desastres, esto se traduce en acciones sencillas tales como mirar a los ojos, hablar de forma calmada, trasmitir disponibilidad de ayudar y validar la experiencia traumática del otro. Entregar información clara y de medios oficiales es un elemento clave para ayudar a controlar la frustración y el sentimiento de descontrol.