Sopa de tomate, activismo y expolio al arte visual
Los museos son espacios abiertos para generar debate en torno a cuestiones o problemáticas actuales, pero no debemos olvidarnos del respeto al cuidado del patrimonio el que debe ser inculcado como parte de la educación cívica.
Sonia Martínez Moreno es Académica Licenciatura en Historia UNAB, Sede Viña del Mar
Resulta paradójico pensar que en el desarrollo del arte visual contemporáneo la salsa de tomate ha sido usada como medio de atracción visual y difusión en la cultura pop, tal como se aprecia con las famosas sopas Campbell de Andy Warhol. En esta columna hablaré sobre la otra cara y los otros usos de este alimento. Últimamente ha sido tema de debate lo sucedido el 14 de octubre en la National Gallery, donde dos activistas han lanzado sopa de tomate a la famosa obra Los Girasoles de Van Gogh. De hecho, la activista proclamó la siguiente consigna:
“¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Vale más que la comida? ¿Vale más que la justicia? ¿Les preocupa más por la protección de un cuadro o la protección de nuestro planeta y de las personas? La crisis del coste de la vida es parte del coste de la crisis del petróleo…”
Sobre esto, podemos reconocer un discurso permanente de los activistas que han buscado captar la atención de la gente transgrediendo contra obras de los museos más reconocidos, tales como el Museo del Prado, la National Gallery, la Pinacoteca de Múnich, entre otros. En este marco, el grupo Just Stop Oil ha atentado contra el cuidado del patrimonio, ante lo cual, la ICOM se ha preocupado de preservar y evitar el daño a estas obras.
De lo sucedido hay que considerar 3 ejes fundamentales para debatir: primero, el expolio de las obras de arte como un atentado a la conservación y la memoria de la historia; segundo, la vinculación de la sociedad y el arte, contemplando los espacios que deben ser abiertos para el debate y la convergencia social; y tercero, los costes de mantención y restauración de las obras que se contradicen con la acción cometida por un grupo de ecologistas que invaden las pinturas exhibidas. En otros términos, es contraproducente atentar contra obras de arte, ya que esto afecta la conservación obligando a las instituciones a recurrir restauraciones pasivas e invasivas de las piezas patrimoniales. Por otra parte, el arte es vida, ya que es un registro de las manifestaciones sociales, políticas y culturales que relatan nuestra identidad como seres humanos a través de los siglos. No podemos obviar esto por cuestiones actuales, que, si bien son de suma urgencia como la consciencia del cambio climático, entre otros, no por ello podemos justificar el ataque al patrimonio visual.
Por último, los museos son espacios abiertos para generar debate en torno a cuestiones o problemáticas actuales, pero no debemos olvidarnos del respeto al cuidado del patrimonio el que debe ser inculcado como parte de la educación cívica. Por esta razón, debemos cuestionar el abuso a las obras como objetos de propaganda, donde el fin no justifica los medios, ya que, al atentar contra las pinturas, esculturas, instalaciones o cualquier tipo de manifestación visual, esto nos puede llevar a perder las fuentes visuales patrimoniales que por derecho son de todas las personas y las futuras generaciones.