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Actualizado el 6 de Enero de 2023

PAES y SAE: debates desviados

En el caso de la PAES y el acceso a la educación superior, nuevamente constatamos que los colegios particulares pagados tienen considerablemente mejores resultados que los municipales y subvencionados.

Por Daniel Rodríguez
Las largas colas de padres que no consiguieron un cupo en un colegio de su preferencia no son una consecuencia directa del mal diseño del Sistema de Admisión Escolar (SAE), le guste a uno o no dicha política. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Daniel Rodríguez

Daniel Rodríguez es Director Ejecutivo de Acción Educar

Durante esta semana, dos situaciones no precisamente nuevas – las colas que resultan de la falta de cupos en colegios altamente demandados y los muy bajos rendimientos promedio de la educación pública y subvencionada en la nueva PAES – recuerdan a la opinión pública que la educación escolar chilena no solo es frágil sino profundamente desigual. Si se analiza con cierta profundidad, el problema es el mismo: los espacios que ofrecen educación de calidad – entendida como la preferida por las familias y los estudiantes – son muy pocos y se compite fuertemente por ellos. Pero se ha visto mucha confusión en la discusión, que desvía los esfuerzos de donde debieran estar.

Las largas colas de padres que no consiguieron un cupo en un colegio de su preferencia no son una consecuencia directa del mal diseño del Sistema de Admisión Escolar (SAE), le guste a uno o no dicha política. Todo sistema de selección en el cual hay más demanda que vacantes deja personas interesadas fuera, y si hay familias que – justificadamente – harán todo lo posible por estar en esos colegios, veremos problemas similares con cualquier arreglo de política. Esto no exculpa a las reformas de la Presidenta Bachelet: la razón por la que faltan cupos en establecimientos demandados es que la Ley de Inclusión desarticuló la inversión privada en educación escolar (al prohibir el lucro) sin dar ninguna alternativa, prácticamente prohibió abrir nuevos cupos y colegios subvencionados, además de establecer una barrera entre los colegios y las familias que los prefieren, prohibiendo cualquier excepción o flexibilidad. Son esas limitaciones injustas, cuyo objetivo es evitar el crecimiento de la educación subvencionada, las responsables de la falta de cupos en colegios altamente preferidos. Respecto de si debe incorporarse algún criterio de mérito en el sistema de admisión, es totalmente razonable y necesario, pero ello no generará más cupos de calidad.

En el caso de la PAES y el acceso a la educación superior, nuevamente constatamos que los colegios particulares pagados tienen considerablemente mejores resultados que los municipales y subvencionados. El cambio en el diseño de la prueba no redujo las brechas, lo que es de alguna forma evidente, pero lo que se destacó es la ausencia de colegios municipales en los rankings. Aquí, varias precauciones. Primero, un ranking en un test de admisión no es una forma correcta de evaluar calidad. Sobre analizar y hacer inferencias sobre esto lleva a errores. Segundo, es poco conveniente evaluar la educación pública en base a la capacidad que tiene de generar puntajes altos en pruebas de acceso. Dicho de otra forma: si en el ranking la mitad de los colegios fueran municipales y subvencionados ¿tendríamos resuelto el problema de la calidad de la educación pública? No. Es muy grave que hayamos perdido la posibilidad de tener elites más diversas y alternativas gratuitas de excelencia (a causa de la decadencia de los colegios emblemáticos) pero la situación realmente grave no es la caída de algunos liceos, sino la situación desastrosa del promedio del sistema público. No faltará quien diga que lo que se debe hacer es prohibir los colegios particulares pagados, pero ya es claro que la tesis de “bajar de los patines” no da buenos resultados.

Así, el problema central que estas dos situaciones nos muestran y que debiéramos abordar es la calidad de la educación escolar pública y subvencionada. Lo primero es la recuperación de aprendizajes tras la pandemia, pero luego deben incorporarse políticas que apunten al mejoramiento. Dar más atribuciones y autonomía a los directores; disminuir la burocracia y fiscalización que obligan a desatender lo pedagógico; proveer a los colegios de información oportuna sobre los aprendizajes de sus estudiantes; implementar un sistema de apoyo constante y robusto, basado en resultados y alineado con su proyecto educativo; continuar la mejora de los materiales educativos como textos escolares; flexibilizar radicalmente el estatuto docente permitiendo que las mejores remuneraciones vayan a los mejores profesores y no a los más antiguos, y que los que se desempeñen mal salgan rápidamente de la sala de clases. Lamentablemente, de esto todavía no hablamos.

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