De sueños y de realidades
Mentira vil. Vil porque nada, absolutamente nada mejoró en Chile desde marzo pasado; todo, absolutamente todo empeoró. El crimen organizado y no-organizado tomó el control del país.
Terminó 2022; terminó bastante peor que nosotros los pesimistas esperábamos. No puedo sino repetir esa frase de mi padre: hay que ser pesimista, porque a los pesimistas no le llegan malas noticias. Pero papá se equivocó, que en paz descanse. A pesar de mi pesimismo sí, recibí malas noticias. Varias.
10 meses de desgobierno a cargo de un inmaduro Presidente quien no solo no sabe mandar, sino comete diariamente las mayores contradicciones que se pueden imaginar. La última, para cerrar el año de su manera errática, ha sido la docena de indultos a pesar de haber vociferado que la primera tarea será derrocar el crimen que domina al país, que la seguridad ciudadana es el enfoque número uno. Unas horas después de soltar esos jóvenes que “no son delincuentes” según Boric, ellos mismos desmintieron públicamente su afirmación. Pero claro: Gabriel siempre se nutría de la violencia; ¿por qué iba a cambiar con su investidura? Para él representan el futuro, el resultado de la revolución. Basándose grácilmente en la opinión de un jurista amigo, se arrogó – cuán Maduro, Castro u Ortega- la facultad de desestimar una condena de un “proceso fenecido” según la Constitución, dejando en libertad a un delincuente convicto en proceso legal.
Su cambio de tono de las últimas semanas me engañó: me dio la sensación que se está poniendo más sensato, valga la redundancia. Pero me llegó la mala noticia: sigue tal como antes, mintiendo de manera tragicómica al afirmar que el país está bien, váyanse celebrar tranquilos compatriotas, la cosa se está arreglando y, para que tengan tiempo a festejar, les regalo el día lunes, ya que la productividad es tan buena que un día más de feriado no hace ningún daño, nos viene bien. No es un populismo barato; es caro y lo paga el país.
Mentira vil. Vil porque nada, absolutamente nada mejoró en Chile desde marzo pasado; todo, absolutamente todo empeoró. El crimen organizado y no-organizado tomó el control del país. La inflación está destrozando la economía, principalmente la de los más vulnerables, de los que votaron por él, justamente por confiar que estarán mejor. La “zona de conflicto” creció y está más conflictiva que nunca, financiada por el narco. La desocupación no decrece y miles que no consiguen trabajo deciden dedicarse a robar y asaltar en vista de la impunidad, la incapacidad de la autoridad de controlar la situación. Es más fácil delinquir que encontrar trabajo; es más fácil quitarle a la gente lo que consiguió con su trabajo.
Los consultorios, postas y hospitales están mucho más sobrepasados que hace un año. No tienen ni la capacidad, ni el personal especializado para atender a decenas si no centenares de miles de indocumentados que se agregaron a una salud pública que – y me consta personalmente – hace algunos años era realmente buena. Pero Boric o no se da cuenta, o coopera con sus presidentes políticamente congéneres que presionan a los migrantes del subcontinente a caminar hacia el sur, hacia el paraíso chileno desde donde ya no hay a donde ir que no sea el mar. Nada se hace para asegurar las fronteras: los ilegales, empujados a través y por Colombia, Ecuador y Perú hacia nosotros, se traen a las ciudades, donde se ven obligados a trabajar por una rebanada de pan, reemplazando a chilenas y chilenos y, a la vez, corrompiendo a los empresarios a los que conviene pagar menos y, encima, sin aportes jubilatorios.